22 septiembre 2016

Del poder y el delirio

… “nuestros ciudadanos deben temer con sobrada justicia que el mismo magistrado, que los ha mandado por mucho tiempo, los mande perpetuamente". Simón Bolívar, “Discurso de Angostura”.

La lectura del libro del estudioso mexicano Enrique Krauze, "El poder y el delirio" es, sin duda, un muy valioso referente (nótese que eludo, con intención, el clisé repetitivo de "texto imprescindible" que parece haberse puesto de moda) con respecto al abuso del poder, los métodos del populismo y las contradicciones, no sólo del chavismo venezolano y su desaparecido como controvertido líder, sino su estrategia en relación a cómo alcanzar el poder y una forma de gobierno que se han difundido en América con el remoquete de Socialismo del Siglo XXI.

Krauze subraya el estilo de gestión de Hugo Chávez, hábil "encantador de serpientes", que parecía tener más energía y propensión a la controversia que cualquier otro ser humano. Sostiene el mexicano que el problema con estos líderes es que "dejan de sentirse humanos y empiezan a creerse dioses". Y que justamente por ello "desdeñan la crítica ajena y son incapaces de autocrítica".

Por otra parte, la distorsión de la imagen de Bolívar ha sido una clara muestra de falsificación y utilización de la historia. Chávez y sus seguidores, vociferaban contra el probable retorno de un sistema de gobierno distinto, la tan cacareada "restauración conservadora". Pero apoyaban justamente lo contrario de lo que el Libertador aborreció: el deseo de una sola persona de aferrarse al poder y controlar todas las instituciones. Esto nos retrotrae a lo que fuera la más rancia tradición ibérica (la monarquía) contra la que precisamente luchó Bolívar.

Esta es una hora de reconciliación. Nuestros países no saldrán de su actual situación mientras sus pueblos sigan escindidos por una intención perversa signada por un insensato maniqueísmo. Es hora de que aprendamos a identificar qué mismo es la democracia y en dónde empieza aquella otra mentirosa farsa. Hay una sola vía para el progreso y esta es la que va señalada por un sentido de comunidad. No puede haber futuro sin ella.

Estuve en Caracas en 1968, Venezuela parecía entonces  el país más democrático de América Latina; un acuerdo político entre sus dos más grandes partidos se reflejaba en un ambiente de tolerancia, madurez cívica y unidad de propósito. Para 1974, cuando esta situación parecía prolongarse en el tiempo, asumió el mando Carlos Andrés Pérez. Su período coincidió con una inesperada y paulatina subida del precio del petróleo (situación producida por la guerra del Sinaí). Esto, por lástima, no se tradujo en fortuna sino en infelicidad: con ello vino una etapa de gasto público exagerado, aumento de burocracia, deuda externa agresiva y, desde luego, corrupción... Venezuela era un país rico habitado por gente pobre. "Alguien se estaba llevando el dinero del petróleo".

Chávez supo interpretar esa inquietud y su discurso supo cautivar a las masas con la oferta de un estado paternalista. Su estrategia parecía muy sencilla: promover una nueva constitución y propiciar posteriores cambios legales. Pero lo que realmente proponía era una forma de perpetuación en el poder. No deja de ser irónico que quien había subvertido el orden democrático y que había sido sobreseído, sin ninguna condición, por parte del presidente Caldera, hubiera recibido la desproporcionada oportunidad de alzarse con el poder absoluto.

El caudillo sembró el odio y el resentimiento, concentró en tal forma el poder, gracias a su manipulación legal, que convirtió al sistema en caricatura de una verdadera democracia. Venezuela pasó a ser la hacienda de unos pocos, manejada por un gobierno corrupto, fascista y totalitario. Un gobierno, en teoría marxista, con el poder en manos de un solo hombre... Para Marx esto hubiese sido una aberración histórica. Chávez, que se llenaba la boca hablando de Bolívar, desestimó la palabra preferida del Libertador: libertad. Esta, recuerda Krauze, "había desaparecido de su diccionario". Nunca la usaba, "porque no la entendía o porque para él carecía de sentido"…

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