07 septiembre 2016

Un quebradero de cabeza

Se han iniciado los trabajos para la implementación de la obra más ambiciosa e importante que se ha propuesto el Municipio Metropolitano de Quito: el sistema de transportación subterránea que se ha dado en llamar, al estilo de lo que se acostumbra en otras grandes ciudades, como "Metro". Los trabajos de ingeniería que se han de involucrar en su construcción, suponen la necesaria realización de excavaciones colosales que habrán de extraer y movilizar la muy apreciable cantidad de cinco millones de metros cúbicos de material subterráneo.

Una de las principales preocupaciones del proyecto es la preexistencia de lagunas y quebradas en él área en que actualmente se encuentra implantada la ciudad; por lo mismo, las excavaciones han de alcanzar una profundidad que consiga llegar a niveles inferiores al de las “cavas” que habían sido rellenadas en el pasado. En cuanto a las lagunas que existieron en sendas y extensas llanuras -Iñaquito en el norte y Turubamba en el sur-, estas pudieran crear un nivel freático de tal importancia que obligarían a tomar muy cuidadosas (y más costosas) medidas para garantizar el control de probables filtraciones.

Es que Quito fue edificada en una zona de profundas quebradas, no a pesar de su existencia, sino justamente debido a la presencia de ellas. La ciudad incásica, cualquiera que hubiese sido su anterior nombre, ya disponía de un concepto que en cierta medida caracterizaba a las urbes incas: la existencia de una quebrada o barranco que separaba el “hanasaya” del “hurinsaya” (los dos niveles sociales en la comunidad del incario). Para los españoles la existencia de la quebrada Grande, llamada después de El Tejar o de Manosalvas, fue también de enorme utilidad práctica. Permitía separar sus solares de los lugares que ya habían sido asignados a los aborígenes que se habían asentado anteriormente.

Es de suponer que la existencia de cerros circundantes y, especialmente, de quebradas, haya sido un elemento de carácter estratégico, una forma de protección natural para defender la ciudad. Más tarde, estas cavas o barrancas pasaron más bien a convertirse en obstáculos para la comunicación y para la movilización en una urbe que adquiría cada vez una mayor extensión.

Tres fueron, en tiempos de la colonia, las más importantes quebradas que cruzaban la ciudad en forma transversal: hacia el sur del emplazamiento (o hacia el norte del cerro Yavirac o Shungu Loma, conocido hoy como Panecillo) estaba la de La Chorrera o Jatuna, conocida por los indígenas como de Ullahuanga Huaicu (o quebrada de los Gallinazos), que más tarde se la conoció como quebrada de Jerusalén o de El Robo. Esta estaba localizada en el área de la actual avenida 24 de Mayo.

Hacia el centro de la ciudad vieja, existía otra quebrada conocida como de El Tejar, cava que mantuvo en su sección oriental el nombre alterno de quebrada de Manosalvas, en el sector conocido como “La Marín”. Quien realizó el relleno del sector mencionado fue Francisco Andrade Marín, presidente del Concejo municipal y encargado del poder hacia 1912 (no confundirlo con Carlos ni con Luciano Andrade Marín que se destacaron en otras áreas). Esta quebrada tuvo varios ramales, uno de ellos pasaba junto a la iglesia Catedral y se entiende que la iglesia de El Sagrario está en la actualidad asentada sobre una arquería que clausuró dicha quebrada. Se la conoció también como de Pilis Huaicu (actual calle Olmedo), quebrada de los Piojos o de la Alcantarilla. Se la conoció, por otro nombre, como quebrada de Sanguña o Zanguña (no confundir con Cantuña).

Una tercera quebrada partía desde el cerro de San Juan (o Huanacauri) en el occidente y seguía el curso de la actual calle Manabí, cruzaba lo que hoy es la Plaza del Teatro y concluía también en la quebrada de Manosalvas. Se conoce que los primeros asentamientos españoles se produjeron entre estas dos últimas quebradas, sector donde más tarde se construiría la actual iglesia de Santa Bárbara.

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