25 diciembre 2017

Un Universo tortuoso

Hace algo más de cincuenta años, allá por mis tiempos de escuela, hubo en Quito al menos dos periódicos matutinos principales. Uno era El Día, que, por algún motivo que hoy se me hace confuso, tengo la oscura impresión que se editaba en una imprenta ubicada entre los colegios Mejía y el femenino Espejo (cerca de la panadería Arenas o, quizá, de lo que se dio por llamar "la esquina de la Virgen"); el otro, y más importante, había sido fundado hacia 1906 por Celiano Monge y los hermanos Mantilla Jácome, con el nombre de El Comercio. El Día no tuvo mucha permanencia en el tiempo, desapareció debido, probablemente, a situaciones políticas o quizá, a algo que afecta con frecuencia a la prensa escrita: los problemas financieros.

Pudiera decirse que la capital necesitaba un matutino menos "independiente", uno más comprometido con la inconformidad con los regímenes de turno; quiza fue asi como se fundó, más tarde, el que fuera conocido como diario "El Tiempo". Allí se destacó un grupo de escritores irreverentes que mantuvo una columna inolvidable de carácter satírico político. Esta se llamaba "Comentan los Picapiedra", ella se constituyó en el entretenimiento favorito de todos aquellos quiteños que estaban atentos a las vicisitudes de carácter político.

Más tarde, un joven empresario capitalino, emparentado con los primeros hermanos Mantilla, realmente un nieto de uno de ellos, se animó a la tarea de crear un periódico moderno, con sistemas novedosos y ediciones simultáneas en distintos lugares del país. Se llamó Diario Hoy. No tengo por seguro si este se inspiró en el americano USA Today, o si, por el contrario fue, sin querer, un precursor de ese mismo nombre. Puede decirse que el diario de Jaime Mantilla vino a cubrir el espacio que había dejado el diario El Tiempo, luego de su temprana desaparición.

Mientras tanto, en Guayaquil hubo, durante la segunda mitad del siglo pasado, hasta tres diarios importantes: El Universo, El Expreso y el Telégrafo. Este último sufrió una lamentable transformación en los últimos tiempos, debido a que fue intervenido por el Estado; y, por culpa de una mala interpretación de lo que debe ser un medio público, se convirtió en un infame recurso de propaganda del propio gobierno. Parece que el cuero estuvo preparado para esas correas... Poco a poco, no sólo El Telégrafo, sino un considerable grupo de canales televisivos, radio emisoras y periódicos cayeron en idéntico predicamento. Perdieron su condición de medios independientes y se convirtieron en sumisos artilugios de la propaganda oficial.

Fueron esos medios, solo ellos, los que recibieron el aporte del erario. Fueron ellos los que, por lo general, fueron favorecidos por los contratos de edición y publicidad que concedía un gobierno intolerante y sectario. Los otros medios, los de veras independientes, tuvieron que bregar duro, batallar y subsistir a la buena de Dios. Es más, fueron ellos, los que no se habían dejado seducir por las sirenas del absolutismo, los que vieron a sus empresas en la cornisa de la extinción; y, además, los que tuvieron que soportar el embate perverso de la persecución oficial. Fruto de ello, fue también ese documento oprobioso conocido como "Ley Mordaza", elaborado y emitido con malévola dedicatoria: la LOCA o Ley Orgánica de Comunicación.

Pero, así y todo, el destino estuvo trazado para los editores de periódicos; sobrevino un enemigo agazapado, peor incluso que los problemas financieros o el carácter omnímodo, pertinaz y atrabiliario de aquel inesperado prospecto de dictador... Fue el advenimiento de aquellos nuevos modos de comunicación, el que trajo consigo la tecnología, el internet y esas formas de contactarse masivamente que, con el tiempo, se dieron por llamar "redes sociales". Ellas fueron el verdadero rejón de muerte de una industria que, por un tiempo, nos hizo creer que no habría forma de vivir sin periódicos o sin televisión. Así, los medios escritos, recurrieron a un inevitable recurso: convertirse en medios digitales. Había llegado la hora del portal digital.

Sin embargo, y a pesar de sus perseverantes esfuerzos, tampoco los rotativos digitales han logrado subsistir en base a propaganda y a su sola reputación. Han tenido que echar mano de un último y no muy eficiente recurso: la suscripción digital. Este parece haber sido el caso de ese batallador medio escrito conocido como El Universo. Quienes, como yo, han disfrutado de los artículos preparados por sus valiosos columnistas, hoy vemos con pena cómo un rotativo de prestigio, con casi cien años de historia, ha tenido que recurrir a un peculiar sistema, el mismo que, quizá por sus mal ejercitados ensayos, nos produce a sus lectores, un incómodo como tortuoso trámite de navegación para aprovechar de su suscripción "gratuita". Así, resulta un vía crucis tratar de disfrutar de la lectura de una noticia. ¡Algo verdaderamente lamentable!

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