13 diciembre 2017

Vicente, el tapatío

Fue en Singapur, y no precisamente en ese sorprendente país que es México, donde oí por primera vez palabras usadas en este último país, como gabacho (coloquial por francés o franchute) y gachupín (vocablo despectivo usado para referirse a quien es español). También confirmé que jarocho se utilizaba para identificar a los originarios del estado de Veracruz, que chilango (término un tanto despectivo) era la palabra para referirse a los provenientes de la Ciudad de México y que tapatío era el usado para reconocer a los naturales de Guadalajara, la capital del estado de Jalisco. Para entonces, debe haberme llamado la atención que al natural de Aguascalientes habían dado por llamar aguascalentense, pero sobre todo "hidrocálido"...

Digo que fue en Singapur, pues fue allí donde compartí parte de mi experiencia asiática con un grupo de aviadores mexicanos y sus queridas familias; y fue allí donde juntos intercambiamos divertidos paliques acerca de nuestras diversas costumbres. Ellos venían de distintas ciudades de ese país enorme que, según recuerdo, nos tomaba casi cuatro largas horas cruzarlo en mis tiempos de Ecuatoriana de Aviación, en el trayecto que va entre Ixtepec, en el istmo de Tehuantepec, y Tijuana en mis vuelos entre Guayaquil y Los Ángeles.

Cuando se menciona la palabra Jalisco, me es inevitable recordar ciertas expresiones, como esa de "Jalisco no te rajes" o aquella otra, más general, atribuida a quien es un testarudo, o que nunca quiere dar su brazo a torcer, la referida a quien es "Jalisco", por aquello de que "Jalisco nunca pierde y, cuando pierde, arrebata"... Dice la historia (para no llamarla leyenda) que la expresión surgió en medio de, o durante, una batalla. Aquel "Jalisco nunca pierde" pasó a convertirse en una especie de grito de guerra, en voz de arenga y estímulo que reflejaba el espíritu del hombre de Guadalajara y sus alrededores, el hombre natural del estado de Jalisco.

Tildar a alguien de "Jalisco", sin embargo, resulta en una forma de reproche. Es una manera de adjetivar a una persona obcecada, una que siempre quiere tener la razón y que, por lo mismo, cualquier argumento exhibe o inventa con tal de creer que siempre sale victorioso. Esos individuos son el súmmum de la testarudez, no permiten que otro alguna vez pueda tener la razón, jamás quieren perder.

En ello he pensado cuando he escuchado una entrevista hecha a un ex presidente ecuatoriano efectuada en la cadena noticiosa CNN. En ella, para no reconocer sus contradicciones o que alguna vez estuvo equivocado, este invocaba todo tipo de argucias con tal de salir con la suya. Fue el caso de su digresión cuando le recordaron que había defendido la autenticidad del título académico de uno de sus primos, a quien lo defendió -a pesar de las evidencias de que había falsificado sus credenciales profesionales-. "No, yo nunca dije que su título de tercer nivel era auténtico; lo que yo dije se refería a su diploma de cuarto nivel" dijo, como si para obtener este último no hubiera hecho falta refrendarlo con un requisito legítimo y debidamente otorgado...

Pero cuando añadió insulto a la lesión (added insult to injury) fue cuando argumentó que no se había referido en forma despectiva a una periodista. Fue entonces cuando el controvertido líder expresó que la que usó no era una forma peyorativa de expresarse, que tildar a alguien de "gordita horrorosa", como él lo hizo, no era una grosería, porque, según él, interpretar aquello como un insulto era "desconocer la idiosincracia" de la gente montubia de la Costa del Ecuador que utiliza el calificativo "horroroso" para significar "malcriado". Sin duda, una típica verdad a medias, porque cuando se dice de alguien que es "un horroroso" (así, acompañando con el artículo indefinido) se está manifestando que ese alguien es un tremendo, una persona capaz de cualquier acción o acto. Aquí es imprescindible el uso del artículo, pues el "horroroso" es utilizado como sustantivo, no como adjetivo, y esto debe quedar completamente claro.

Lo propio no sucede cuando usamos aquel "horroroso" como un denuesto o en medio de una cruel y acre invectiva, o como cuando utilizamos otro sustantivo y le añadimos el adjetivo que nos ocupa. Entonces el adjetivo supone una más hiriente implicación y, como tal, sugiere y alcanza múltiples e impensados significados. Entonces este "horroroso" se convierte en un insulto intencional y es cuando tratar de negar la intención de lastimar se transformaría en un acto de cobardía, de lanzar la piedra y luego esconder la mano. Ahí, el "gordita horrorosa" se convierte de golpe en agresiva descalificación. En insinuación de que alguien es horrible y deforme, o repulsivo e indeseado... Pero, claro, él siempre dirá que quiso decir otra cosa, que solo quiso decir malcriado... Porque él nunca pierde, "Jalisco" como es, tapatío empecinado!

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