23 mayo 2018

Cuba y sus accidentes

Todo accidente aéreo enluta. Y entristece... Se trata de episodios incomprensibles, sobre todo por los avances que ha experimentado la aviación moderna y por el esfuerzo que pone la industria, con el apoyo de la tecnología, en evitar estas lastimosas como inaceptables tragedias. Y el precio es el número de valiosas vidas que se pierden irremediablemente con estos impensados, brutales y tortuosos accidentes. ¿Se los puede evitar? Más de una vez lo hemos enunciado que sí; que, en principio y por definición, todo accidente es evitable.

Nunca estuve en Cuba. Sobrevolé la isla un número incontable de veces. Y no lo exagero. Si calculo que la cruzaba cuatro veces por semana (dos vuelos semanales hacia los USA), creo que observé Cuba, desde arriba, alrededor de cuatro mil veces en mi vida. Al principio lo hice por el único corredor que solía utilizar mi vieja empresa, la inolvidable Ecuatoriana (otros la llaman “la gloriosa”, yo prefiero ser más modesto); lo hice a través de Simón Reyes y algún otro punto, algo más al sur, cuyo nombre ni siquiera recuerdo. Pero más tarde “descubrí” que otras líneas aéreas utilizaban otro paso, ubicado hacia occidente, que unía la Bahía de Cochinos con la no menos famosa playa de Varadero, ubicada hacia el oriente de La Havana.

No creo que nadie más lo hacía; y reprendí alguna vez a uno de mis copilotos que quiso bautizarlo como “paso Vizcaíno”. Ese corredor facilitaba una aproximación más corta hacia las pistas 09 del aeropuerto de Miami. Esto, gracias a que estas pistas eran usadas la mayor parte del tiempo, pues eran favorecidas por los vientos del océano. Por lo general, éramos pocos los que usábamos esa ruta de aproximación que nos llevaba a volar sobre los pantanos del sur de la Florida, conocidos como Everglades. Evitábamos el tránsito pesado del otro lado y, como contrapartida, ahorrábamos unos pocos minutos de tiempo de vuelo.

Lateral a la Havana (a la cuadra, o “abeam” como decimos los pilotos) se podían apreciar los fulgores luminosos de la capital de la isla que vio nacer al poeta José Martí, autor de aquellos versos a menudo apropiados por la revolución castrista: “Cuando se muere en los brazos de la patria agradecida, la muerte acaba, la prisión se rompe, empieza al fin, con el morir, la vida”. Todo lo demás, lo poco que sé de esta ciudad que frecuentaron los americanos en tiempo de Fulgencio Batista, lo conozco de oídas; es lo que he escuchado a los cubanos que viven en Miami y se alimenta de lo que veo en los documentales que se exhiben, de vez en cuando, de esa ciudad anacrónica y tropical que se ha quedado rezagada en el tiempo, la vieja Habana.

Reviso las noticias que trae El País de España, y no puedo sino meditar en lo extraño de las coincidencias en relación a estos recurrentes accidentes que suceden en Cuba; casi siempre es la misma aerolínea, y casi siempre son tragedias que suceden poco después del despegue o en la proximidad del aeropuerto de La Habana. Noto que ya en 1985 hubo 40 víctimas en un vuelo de Cubana de Aviación, que había salido desde La Habana a Managua y que se accidentó por culpa de un problema técnico ocurrido luego del despegue. Asimismo, en 1989 habían muerto 126 personas en un vuelo procedente de Italia, operado por la misma aerolínea. Y en el 2010, otras 68 personas habrían fallecido en un vuelo iniciado en Santiago de Cuba.

Parte es coincidencia. Pero la razón para que los accidentes ocurran cerca de este mal provisto aeropuerto, es que la mayoría de los vuelos que se realizan en Cuba está centralizada en el aeropuerto más congestionado de la isla, del mismo nombre del poeta antes mencionado. Como consecuencia del embargo americano, y debido también al exiguo impulso que, por razones de orden político, se dio los últimos 60 años al turismo, no se han dado las condiciones necesarias para desarrollar el servicio aéreo. Cuba se ha convertido en un país cerrado al mundo, ajeno a los avances de la moderna civilización y sus beneficios. Es, por lo mismo, fácil colegir: basta ver lo qué pasa aún con los vehículos. No se diga con la condición de la aeronáutica.

Lo demás es consecuencia de la cultura organizacional. Y que sucedan tantos accidentes en el despegue y el aterrizaje, va con lo qué pasa en el resto del mundo; ambas fases constituyen las más críticas del vuelo y donde diversos aspectos, relacionados con factores humanos, producen en forma repetitiva lo que en aviación se conoce como CFIT, Controlled Flight into Terrain o, lo que es lo mismo, Vuelo Controlado contra el Terreno: aviones en perfecto estado, volando en condiciones óptimas de clima, que se estrellan sin aparente motivo...

Confluyen también otros factores: insuficiente asignación de recursos, entrenamiento técnico deficiente, escasa aplicación de avances tecnológicos, insuficientes y mal provistas ayudas de navegación, inadecuados sistemas de supervisión, pobre condición técnica de las aeronaves, restricciones en el soporte técnico por motivos políticos. Y así, un largo y mal atendido etcétera... Es como si la isla se hubiera quedado a vivir a principios de la segunda mitad del pasado siglo, aislada de un mundo cambiante que se fue quedando lejos…

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario