12 mayo 2018

Creo que fue la lluvia...

No creo que nunca haya visto llover tanto como esta última semana en Quito, inclusive en aquellos días en que había amanecido despejado, como si fuese un definitivo presagio de que tendríamos un buen día. Era tal la humedad que la lluvia del día anterior había dejado, que ese mismo sol, que había parecido que iba a calentarnos durante la mañana, de pronto fue generando, y luego alimentando, un proceso de desarrollo vertiginoso de enormes nubes que poco más tarde dieron paso a nuevos y torrenciales aguaceros. La gente ya no sabía qué esperar, ni cómo vestir, o qué planificar ante la condición tan pertinaz de tales tempestades.

Hay algo de pernicioso, también, con estas persistentes condiciones de humedad con que nos marca la obcecada meteorología. Se trata del efecto que produce en nuestra predisposición para encarar nuestras propias rutinas, estén estas relacionadas con nuestros hábitos o con las exigencias de nuestros oficios o condiciones de trabajo. Me refiero a esa díscola influencia que ejerce el clima para que nos apartemos de nuestros esquemas cotidianos. Entonces aquello de “procrastinar” o de aplazar; aquello de “dejar para mañana lo que pudo o debía hacerse hoy”, pasa a convertirse en renovada excusa y motivo justificador para postergadas tareas y atrasados como descuidados compromisos. Sí, es la lluvia la que nos invita a diferir.

Y eso es justamente lo que creo que ha pasado, que esa lluvia pertinaz e inclemente me ha alejado, ya por un par de semanas, de esa disciplinada rutina con la que trato de dedicar unos minutos de tiempo, unas dos veces por semana, a enfocar los variados temas que suelo comentar en este blog. Al clima se han sumado, por esta vez, las extensas jornadas que los trabajadores hemos debido de cumplir, con objeto de “recuperar” el día feriado adicional otorgado, a destiempo y sin que nadie lo hubiera solicitado, por parte del gobierno nacional, para completar un “puente” en las vísperas mismas del primer día de mayo (esto es, el lunes 30 de abril), por cuanto el martes siguiente era jornada reconocida como Día Universal del Trabajo.

Esta celebración es, en cierto modo, una fecha conmemorativa. En efecto, hacia finales del siglo dieciocho, se habría realizado una huelga en Chicago que produjo una severa y desatinada intervención de la policía. Era el año de 1886 y la represión se habría producido en contra de un grupo de trabajadores que pugnaban por la emisión de una ley que regularía la jornada laboral a un máximo de ocho horas. La ironía ha querido que sea justamente en los Estados Unidos, tierra donde se habría dado esta manifestación de reivindicación y protesta, el lugar donde no se celebraría el Día del Trabajo en esa fecha, sino en el primer lunes de septiembre. En Inglaterra, y en otros países de la Comunidad Británica, se la celebra en el primer lunes de mayo, pero es conocida como Early May Bank Holiday (Feriado Bancario de Principios de Mayo).

Hay quienes creen que ciertos puentes laborales o “feriados artificiales” son creados por pura conveniencia política. Es decir, pudiera ser que estos recursos se estarían utilizando en casos de tensión política o para evitar manifestaciones que pudieran ocasionar deterioro de la imagen gubernamental. Estos subterfugios, que pocas veces son reconocidos en su verdadera dimensión, pasarían así a convertirse en pretextos escondidos para manipular ciertas situaciones de inconformidad. Bien visto, y si esto no constituye una forma poco democrática de tolerar la expresión ciudadana, puede ser una sutil herramienta para evitar desórdenes y desmanes.

Pienso, por otra parte, que lo negativo del último feriado fue que no estuvo planificado. Claro que pudo convertirse en un impulso para cierto tipo de turismo, particularmente para el que gira alrededor de las visitas costeras; pero la verdad es que a la mayoría le tomó desprevenido. Nadie estuvo preparado. Es más, para quienes dependen de la actividad turística en las ciudades, pudo más bien resultar adverso y contraproducente. Especialmente para los hoteles y restaurantes que esperaron una normal afluencia de clientes, pero estos no llegaron porque, en forma intempestiva, optaron por salir de la ciudad. En fin, mal para unos bien para otros... Pero, por lo general, estas paralizaciones imprevistas nunca son buenas para la actividad productiva.

En cuanto a tratar de compensar los feriados no planificados, creo que se trata de un esfuerzo desperdiciado. Aquel objetivo de “recuperar el tiempo perdido” simplemente no se cumple. La gente está acostumbrada a trabajar solo por períodos determinados; por lo mismo, cuando se le pide añadir una hora de trabajo a su usual rutina, simplemente ya no trabaja con la misma eficiencia. El empleado está cansado luego de las horas normales y, en la mayoría de los casos, pierde su tiempo en esa última hora buscando en qué ocuparse porque no tiene nada planificado por hacer. El resultado es que esta se convierte en una hora improductiva.

Así y todo, creo que no fue el efecto del feriado. Creo que fue la lluvia...

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