30 abril 2018

“It defeats the purpose”...

Esta es una frase que la escuché con frecuencia en el tiempo que viví y trabajé fuera del país. Bien sé que significa literalmente: “(eso) destruye, anula o derrota la intención o el propósito”, pero quizá sea una de las pocas expresiones o frases adverbiales que existen en el inglés donde se usa más palabras que en nuestro idioma para expresar lo mismo. Equivale a decir en castellano que algo es contraproducente, aunque en cierto modo complementa el significado, añadiéndole un sentido que quizá no está incluido en el español; implica que algo termina ocasionando lo contrario de lo que se propuso lograr; justo lo que se habría querido evitar.

Esto es lo que está pasando en nuestro medio con los llamados “foto radares”, artilugios un tanto imprecisos (e intermitentes en su funcionamiento) que las autoridades de tránsito se han dado por instalar en las vías de alta velocidad a efecto de disuadir a los automovilistas para que conduzcan a más baja velocidad. La intención, que en sí misma es plausible, no produce lamentablemente el objetivo que se ha intentado, puesto que no hace sino advertir al usuario, que conoce su ubicación, dónde es posible que se le pille contraviniendo, en forma previsible, el límite de velocidad que se había establecido. Algo parecido al juego del gato y el ratón.

Y ahí esta justamente lo contraproducente, que este implemento en lugar de servir como un gentil recuerdo se convierte en invitación para que los conductores que conocen su ubicación, reduzcan la velocidad de sus autos solo por unas pocas cuadras y emprendan en veloces desplazamientos hasta un sitio ubicado en un lugar anterior al de la localización del próximo foto radar, lugar que de antemano ya se lo conoce.

Visto así, el inútil dispositivo viene, más bien, a acicatear una cultura de aviesa indisciplina y estimula una contradictoria propensión a violar el límite establecido en los lugares intermedios, donde no existe cobertura de los infames radares. El mensaje es de tan evidente permisividad que no es de difícil interpretación: “rebaje ahora su velocidad porque es posible que tengamos que sancionarlo”. Con tan insulsa advertencia, el conductor no hace otra cosa que postergar su mala conducta, hasta cuando sea previsible que pudieran sancionarlo.

Se me ocurre que, más que instalar espantapájaros, la entidad responsable debería buscar la forma de racionalizar la instalación de estos elementos de disuasión o de control (como quiera que los interpretemos). Es incomprensible, por ejemplo, cómo en una autopista de seis carriles (la que une a Carapungo con la Mitad de Mundo, en la práctica la prolongación de la Avenida Simón Bolívar) se ha establecido un límite de velocidad de sólo sesenta kilómetros por hora. Para añadir insulto a la herida, han saturado la vía con unos “rompe-velocidades” que han sido instalados sin ton ni son, aquí y allá, como si fuera negocio, por todas partes.

Entonces, pregunto, para qué la dotaron de tantos carriles. ¿Cuál fue el propósito?, o ¿con que criterio se estableció tan ridícula restricción? Si bien se ve, y esto sólo demanda un breve y sencilla reflexión, el inconsulto límite produce más bien lo que en el fondo parece haber querido evitar: que se multipliquen los accidentes como consecuencia de que ciertos vehículos transitan a una velocidad que no es acostumbrada en este tipo de vía. Las autoridades deben caer en cuenta que la gente usa estas vías para movilizarse con agilidad para satisfacer sus actividades, no las utiliza para disfrutar del paisaje o salir con su familia por puro afán de paseo.

Desconozco si los foto-radares que en esa vía se han instalado, tienen asimismo carácter puramente disuasivo, pues resultaría ridículo que, constituyendo el camino una prolongación de una vía que permite un mayor límite de velocidad (y que no está tan bien construida), sus sistemas de control, antes señalados, propicien la aplicación de sanciones por velocidades que están enteramente dentro de márgenes, no solo prudentes, sino también muy similares a los sugeridos para transitar en calles secundarias de pueblos y ciudades.

Un caso similar, y que merece ser atendido por los organismos que controlan el tránsito vehicular en las distintas carreteras del país, es el de estos mismos artilugios, que han sido instalados en la vecindad de las zonas escolares. Si bien estoy de acuerdo con la protección de la seguridad de los docentes, creo que debe existir un mecanismo que desactive esas unidades electrónicas durante las horas que esos aparatos no necesitan estar funcionando; amén de los días de fin de semana y días feriados o festivos. De nuevo, ¿que hacen esos animalitos lanzando flashes a la hora del crepúsculo o a cualquier hora de la noche?...

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