05 abril 2018

Un toque de genialidad *

* Por Nick Miller para ESPN. Con mi traducción y edición.

No se trataba solo de unos pocos hinchas descontentos del Juventus que se habían parado. A veces, cuando los hinchas del equipo opuesto aplauden ruidosamente a un oponente, puede tratarse de una forma de protesta contra su equipo por bajo rendimiento; no tanto celebrando al genio, pero demandando porqué uno de los propios jugadores no puede hacer lo mismo. Pero no está vez. Ahora, todos se habían levantado. A lo ancho del Allianz Stadium, los hinchas de la Juve se habían puesto de pie y aplaudido, muchos por al menos un minuto. Fue como si no tuviesen otra opción y se les obligara contra su voluntad a reconocer lo que acababan de ver.

No era un aplauso distraído ni gentil. Era uno potente, golpeando fuerte con las manos, era un palmoteo entusiasta. Era difícil saber si gritaban “bravo” o era que pedían más, pero uno no podía sorprenderse. Tan majestuoso fue lo que Cristiano Ronaldo hizo en el minuto 64 del triunfo del Madrid sobre la Juve, en el partido de cuartos de final del martes por la Champions League.

Empecemos por el proceso mental. El pase cruzado de Dani Carvajal desde la derecha estuvo bien calculado y apuntaba a Lucas Vásquez en el otro lado del arco. El reemplazante podía, presumiblemente, tratar de acolchonar hacia abajo un cabezazo para acomodar un chance de tiro al arco para un compañero. Era la jugada más probable, la movida sensible. Era lo que la mayoría de los humanos haríamos.

Pero, qué es más aburrido que ser sensible? Ronaldo a menudo ha enseñado qué hay algo en su cabeza que funciona diferente; esto, de manera curiosa, alimenta sus actos cuando desperdicia una oportunidad. Con una mueca, parece decir “Ese tiro sobre el travesaño no fue mi culpa. Cómo podría ser mi culpa? Si soy Cristiano Ronaldo”. Es una forma de alta confianza mezclada con un sentido de negación total. Cuando uno opera a ese nivel, y bajo ese escrutinio, debe haber un sentido de irrealidad: si uno piensa que las fallas no son su culpa, el siguiente chance es más fácil de anotar. Por lo tanto, uno mantiene la confianza en lograr lo que parece imposible; incluso, habiendo procesado toda la información disponible en una fracción de segundo, uno sigue intentando lo menos probable porque sabe que quizá pudiera hacerlo.

Mire las fotos y verá un hombre de 33 años -treinta y tres- colgado, horizontalmente en el aire. Incluso antes de girar su zapato, alcanza algo con lo que muchos atletas en el mundo soñarían. La altura clasificatoria para el salto alto de varones en los Juegos Olímpicos de 2016 fue de 2.29 metros; Ronaldo no estuvo lejos, pues básicamente lo consiguió antes de patear la pelota. Pero eso fue meramente el preludio. Habiendo conseguido esa postura, su pierna derecha giró violentamente en el aire lluvioso, adelante de la izquierda, sobre su cabeza y hacia el punto de intersección con la bola. Entonces vino el cálculo preciso, de fracción de segundo para asegurarse que el contacto fuera perfecto. La próxima vez que alguien pregunte por qué la gente usa la palabra “genio” para describir a ciertos futbolistas, este puede ser el mejor ejemplo.

Dibuje usted un diagrama de Venn de aquellos que pudieron pensar en intentarlo y de aquellos otros, suficientemente buenos para salirse con la suya, y en el medio usted se va a encontrar con Ronaldo. Ese gol fue una mezcla imposible de atletismo y audacia, del tipo de guion de una mala película deportiva ante la cual todos negamos con la cabeza. Nunca sucede. No es posible. Nadie podría hacerlo en la vida real.

Uno puede juzgar cuán bueno es un gol por la reacción de los otros jugadores. Cuando el cohete de Ronaldo se dio contra la red, el arquero de la Juve, Gigi Buffon, se quedó plantado en el piso, con los hombros caídos, comprendiendo de pronto que uno de los más grandes goles de la Champions League había terminado con su magnífica carrera (había dicho que se retiraría si la Juve no ganaba el trofeo). En otra parte, Isco, compañero de Ronaldo, se llevaba las manos a la cabeza. Andrea Barzagli, que al igual que Buffon había ganado la Copa del Mundo, solamente abrió los brazos, como diciendo: “Bueno, que puede uno hacer ante eso?”

El gol fue tan bueno que Zinedine Zidane se frotó la cabeza con gesto incrédulo, imitando una versión parecida a la reacción de Bobby Robson ante el gol del tocayo brasileño de Ronaldo, en el partido del Barcelona frente al Compostela, hace algunos años. Imagine a Zinedine Zidane preguntándose: “Cómo hizo eso?”. Ahora tú sabes cómo el resto de nosotros se sentía, Zizou! En cuanto al hombre mismo, bueno... Ronaldo reaccionó como muchos se hubieran esperado. Al principio como un pavo real -un Mick Jagger con músculos más grandes-, con un dedo se golpeaba el pecho, mientras insistía a sus fanáticos que él era en realidad el Número Uno.

Ronaldo ha recibido merecidas alabanzas por su reinvención como cazador de goles en la última parte de su carrera, pero aquí hubo un aviso de que él seguía siendo capaz de producir algo extraordinario. Cuando se dio cuenta que los hinchas así lo habían entendido, se paró de pronto, entonces hubo humildad en sus gestos, mientras juntaba sus manos y se paraba, haciendo la venia, cual si fuera un pianista en un concierto a quien le inundaban de rosas en La Escala. En el 2003 los hinchas del Manchester United se pusieron de pie cuando el “otro” Ronaldo, jugando para el Real Madrid, anotó un magnífico trío de goles en Old Trafford. Quince años más tarde, fue Cristiano Ronaldo el que se ganó el aplauso de los fanáticos contrarios, que supieron reconocer que habían presenciado varios segundos del fútbol más extraordinario que ellos, ustedes, yo, y todos los demás, serán capaces de presenciar en toda su vida.

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