25 abril 2018

¡Taxi! Versus ¿Taxi?

Cuando era niño, no todas las familias contaban con uno de aquellos aparatos enormes que fueron los primeros teléfonos (esos de dial circular, que tanto ruido hacían cuando uno se proponía marcar). Debo haber estado en mis primeros años de escuela cuando, si hacía falta tomar un vehículo de alquiler, se nos pedía en casa que fuéramos, calle abajo, a la Plazoleta de San Blas – junto al icónico edificio de la antigua Biblioteca Nacional - a “negociar” (léase regatear) el precio de una “carrera” a otro barrio, como por ejemplo a La Floresta. Aquellos eran unos autos enormes, casi siempre de fabricación norteamericana (Ford, Chevrolet, Dodge o Studebaker). Esos eran, entonces, los carros de alquiler, que a la sazón eran conocidos como “carros de plaza”.

Pasado el tiempo, los “taxis” no solo se ponían a hacer fila y a esperar su turno en algún lugar estratégico, o en alguna plaza o esquina; pronto, se los empezó a ver por todas partes, como si deambularan ofreciendo sus servicios. Esto solo pasó cuando decidieron ponerse de acuerdo, o fueron obligados por la autoridad, a adoptar un color claramente distintivo, que más tarde ya fue su color de identidad, ese amarillo característico. Todo auto de alquiler que se movilizaba en la ciudad pertenecía, además, a una “cooperativa” que no era sino una organización de tipo sindical, debidamente registrada, que permitía a sus propietarios hacer uso de ciertos privilegios. Nadie podía poner a circular un taxi en la ciudad si previamente no había adquirido un “puesto”.

Pero los tiempos cambiaron y, como sucede con todo, la modernidad y la tecnología – que todo lo invade – empezaron a conquistar un mercado que antes les era ajeno. Así, apareció un día el internet, las redes sociales, los portales o páginas web, y - con el advenimiento de los celulares inteligentes - las aplicaciones móviles (los voraces y prolíficos “Apps”). Entonces, ya no hizo falta “correr a traer un carro de plaza”, ni siquiera llamar a un “control” ubicado en el barrio, con el objeto de pedir un taxi por teléfono. Surgieron de la nada compañías bien organizadas, y mejor estructuradas, que ya no funcionaban como parte de sindicatos o cooperativas; ahora solo hacía falta utilizar aquella aplicación, indicar dónde se estaba y hacia dónde pensaba uno dirigirse, y zas, como por arte de magia, el “sistema” le enviaba al cliente un muy decente vehículo.

Y aquí está el quid del asunto, y quizá la clave del éxito de los taxis “independientes” (y, por lo mismo, el centro del problema); y es que ellos descubrieron que sus clientes podían tener distintas opciones, y se dieron cuenta, además, que muchos vehículos de alquiler eran viejos e inseguros, de hecho traqueteaban tanto que algunos parecían que ya se desbarataban; algunos de sus conductores eran groseros, descorteses y abusivos; y que, desde un inesperado y arbitrario día, se empezaron a inventar tarifas “especiales”, o se les dio por desconocer la tarifa que se había regulado por medio del uso de un aparato llamado taxímetro. Como siempre pasa, había gente honesta y decente a cargo de esos vehículos, pero había muchos también que solo operaban según su ley, y la gente se cansó de quienes querían transportarla a su antojo y capricho.

Así es como han surgido servicios de traslado inmediato como “Uber” o “Cabify”, empresas internacionales que contratan conductores que poseen su propio vehículo. Sus unidades son relativamente nuevas, son autos siempre limpios y bien atendidos; los conductores son solícitos y corteses; los precios están regulados de acuerdo con un control satelital y, en la mayoría de los casos, son más económicos y se cargan a la tarjeta de crédito de sus satisfechos usuarios que encuentran más agradables sus traslados y recorridos. Cuando he utilizado una de estas compañías desde mi domicilio al sitio de mi trabajo, he podido comprobar que la tarifa es un veinticinco por ciento más barata, y todo por un traslado más agradable y tranquilo.

Pero, todo ello ha traído un problema… la inconformidad y desacuerdo de los señores chóferes de los automóviles “no tan nuevos”, quienes acusan a los “informales” de desleales y de incumplir con la normativa que desde siempre los protegió, pero que jamás supervisó que se respeten también los derechos y expectativas de los usuarios de aquellos servicios. ¿Qué debe contar, al final del día?: ¿la estabilidad laboral de un grupo de descontentos transportistas, o la comodidad, seguridad y preferencia de quienes tienen derecho a utilizar cualquier vehículo? Es, según se ve, un asunto de preferencia. Y, en esto también, el cliente debe tener el derecho a escoger, saber qué le conviene y preferir lo que le parece un más conveniente servicio.

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario