14 julio 2018

Tiempo de jabalíes

He vuelto a ver cirros a los tiempos (“cirrus” decimos los pilotos). La verdad es que el verano se resistía a entrar en forma definitiva; y gracias a la presencia de estas nubes blancas, rasgadas y altas, que presagian buen clima, he confirmado que se ha producido, al fin, un cambio de estación. Los cirros fueron siempre para mí -desde mis primeros años como copiloto de TAO en el Oriente- una suerte de anticipo de lo que sería una cláusula de buen tiempo que duraría unos pocos días. En esos años, en vista del clima tan cambiante e impredecible que tenía la Región Amazónica, nos apoyábamos en la aparición de tales nubes (“en forma de barbas de pluma o filamentos de lana cardada”, como dice en forma un tanto poética el Diccionario), como si esto fuese un presagio de buen tiempo, para pronosticar la meteorología de los día venideros. Aportaba a esa persuasión, la presencia de un ligero viento de poniente (vientos de cordillera) durante la noche anterior.

Siempre me invadió la sospecha de que las palabras “cirro” y “cirrosis” pudieran tener una raíz común. Pero, la verdad es que su origen etimológico es más bien harto diferente: cirro viene de una voz latina que quiere decir rizo o sortijilla de pelo (bucle, le llamaban en mi casa), lo que en otros países americanos lo conocen como “cairel”. Cirrosis -la temible enfermedad del hígado-, mientras tanto, proviene de una palabra griega que identifica al color amarillo anaranjado…

Hablando de buenos presagios, estos mismos días se ha producido el espectacular rescate de un grupo de doce niños, y de su entrenador o maestro, quienes se encontraban atrapados en una cueva subterránea (¿un involuntario pleonasmo?) en algún lugar de Tailandia. Me ha recordado el episodio, a la angustiosa experiencia que vivió hace pocos años otro grupo de mineros chilenos que quedaron atrapados en un lugar soterrado del desierto de Atacama. Ahora, como hace casi ocho años, el mundo ha sido testigo del prodigioso resultado que se puede conseguir cuando se suma la imaginación del hombre a la perseverancia, la paciencia y el esfuerzo en comunidad. El percance en la caverna tailandesa se habría producido como consecuencia de lluvias inesperadas que obligaron a los expedicionarios -integrantes de un equipo infantil de futbol, conocido como los “Jabalíes Salvajes”-, a adentrarse en las partes más altas, pero más interiores, de la cueva mencionada, debido a la presencia anticipada de las lluvias del llamado monzón asiático.

Son los monzones lluvias torrenciales de carácter estacional que se producen en el continente asiático cada seis meses. Existen realmente dos monzones cada año, y son reconocidos por la singladura u orientación de su desplazamiento. El primero empieza en diciembre, se desplaza hacia el nororiente y dura hasta el mes de marzo. El segundo tiene sentido opuesto, se dirige hacia el suroccidente; empieza en junio y se debilita en septiembre. Mientras viví en el suroriente asiático, mis copilotos me enseñaron un sencillo método nemotécnico para poderlos reconocer; todo consiste en utilizar el reloj de pulsera como si fuese una brújula, en donde el 12 se convierte en Norte, el 3 en Este y así por ese orden. Con este improvisado artilugio se puede comprobar que el monzón del nororiente va desde las 12 hasta las 3, donde cada hora representa a los respectivos y equivalentes meses del año (diciembre a marzo, por ejemplo), y lo mismo para el monzón del suroeste (southwest monsoon) que transcurre entre junio y septiembre (… ¡de nada!).

Mientras todo esto pasa, yo me he interesado en seguir, en Netflix, una serie española que ha cautivado por su trama y por la soberbia actuación de sus protagonistas. Me refiero a “La casa de papel”, una producción que trata del asalto de un grupo de atracadores a la Fábrica Nacional de Moneda y Timbre, en España. Una nota especial merece el rescate, en la cinta, de una vieja canción inventada por la resistencia italiana -los partisanos- contra el fascismo y el nazismo; se trata de “Bella Ciao” (se pronuncia Bela chao, que querría decir: Adiós preciosa). Es una canción que la había escuchado hacia el final de la secundaria, cuando fui miembro de un movimiento conocido como Palestra. Entonces, la tonada tenía una letra de carácter religioso y no se me había ocurrido que antes ya había sido utilizada, por grupos políticos de izquierda para arengar a sus adherentes. Algo similar nos había sucedido con otra canción que también estuvo de moda: Éxodo.

Asimismo, y también en estos días, se me había invitado a participar en un grupo de Facebook que trata de recordar cómo era la vida, hace alrededor de cincuenta años, en lo que fue un barrio distinguido de Quito: La Mariscal. Si bien yo nunca viví en ese sector capitalino, alguna vez me dejé contagiar por el ambiente burgués que lo había invadido. Hoy, al igual que lo que pasó en la capital ecuatoriana con su Centro Histórico, ese, alguna vez, tranquilo y aristocrático sector, se ha dejado vencer por el deterioro. La Mariscal se ha tugurizado y sus calles han perdido el sentido de respeto y seguridad que un día le caracterizó. Hoy es una barriada entregada a la delincuencia y las actividades informales. Allí campea el crimen y el tráfico de estupefacientes. Sus nuevos amos son los ladrones y los proxenetas, las prostitutas y los delincuentes. Siempre es probable que quienes hoy lo recuerdan con un dejo de nostalgia, ni siquiera sepan porqué se llama así; en idéntica forma que lo que pasó con la Plaza Marín o con otro barrio situado más hacia el occidente: La Belisario…

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