30 julio 2018

Ventajas de la modernidad

Es bueno, en ocasiones, transigir ante el reconocimiento de los cambios que en nuestra vida ha ido produciendo el paso del tiempo; sin dejarse llevar, por lo mismo, por esa suerte de impostada tiranía, nunca exenta de cierta cursilería, que en algunos casos ejerce la nostalgia. Por lo tanto, es conveniente, provechoso, e incluso inevitable, ponderar más bien las conveniencias o beneficios que, a guisa de contrapartida, nos ha regalado el tránsito ineluctable que ha tenido la cronología.

¿Con qué frecuencia antes consultábamos el diccionario?, por ejemplo. Este no fue un artilugio de uso personal en nuestros tiempos de escuela; no formaba parte de nuestros “útiles escolares”. En casa, un pequeño Larousse formaba parte de los que se habrían conocido como “artículos de uso común”. Nadie disponía entonces de un diccionario, a título personal, como un privativo y permanente elemento de consulta. Además, la precaria y abreviada condición de aquel minúsculo compendio, nos obligó, en más de una ocasión, a una perentoria visita a ese olvidado edificio de pirámides truncadas que fuera la Biblioteca Nacional, en San Blas, para solicitar a su jamás relevada dependiente (nunca “dependienta”...) que nos permitiera explorar el texto del enorme volumen del DRAE para satisfacer cualquier elemental consulta.

Semejante trámite, en estos días de nuestra contemporaneidad, sería francamente irrisorio e impensable. Basta, en nuestros días, un fugaz vistazo a nuestro ordenador de tableta o a nuestro teléfono celular, para satisfacer cualquier duda o necesidad de conocimiento; y no se diga para averiguar la correcta escritura de un vocablo o para confirmar el significado de cualquier palabra. Beneficios de este jaez, así de gratuitos y formidables, solo han sido posibles gracias al anticipado advenimiento de la modernidad. Una ventaja así sólo ha sido posible gracias al paso del tiempo.

Hoy, ya no hace falta esperar para llegar a casa para conocer, o comprobar, el sentido o buen uso de una palabra; o para confirmar el mal uso, impuesto o tolerado por la costumbre, de palabras como “disgresión” (inexistente) por digresión, o aquella otra más frecuente de “asumir”, con el sentido de suponer o presumir, y no con el correcto de hacerse cargo de una función o responsabilidad. Bien es sabido que términos como estos, no por muy repetidos deben ser aceptados como parte de la normalidad. Bien dicen los abogados que “la costumbre no constituye derecho”.

¿Quiere usted saber el sentido de palabras como accesión, escrachar o retrechero? Pues, ya no tiene que anotarlas en un pequeño papel y esperar para llegar a casa y poder consultar en un más completo diccionario. Esta inédita facilidad proporciona una ventaja formidable; y, sobre todo, enriquece en forma inusitada nuestro antes limitado vocabulario. La exploración consecuente, además, nos conduce por sendas entretenidas, fascinantes y nunca sospechadas. ¿Quiere conocer si voces como “presidenta” o “alhajito” han sido aceptadas por el capricho nunca regular de la Academia de la Lengua? Pues, nuevamente, solo hace falta apoyarse en esa breve e inesperada herramienta y salir de dudas, las mismas que, muchas veces, terminan por alimentar nuevas inquietudes y, quién sabe si, recicladas incertidumbres.

Algo similar sucede con las improvisadas traducciones. Esto mismo me sucedió el otro día, cuando buscaba un uso poco reconocido en castellano del significado del verbo “to hinder” (obstaculizar, obstruir, entorpecer, estorbar) que, en ocasiones, también es utilizado, en inglés, con el sentido de “poner algo en riesgo”. He de resaltar en que me refiero al uso en cuanto verbo, porque “hinder” quiere también decir trasero, aunque cuando es utilizado como adjetivo. No tendría sentido similar o equivalente en español (sino más bien uno malsonante) si intentaríamos utilizar dicha traducción como sustantivo.

De este inocuo “poner en riesgo”, caigo, sin casi querer, en las diferencias entre riesgo y peligro... Descubro que mientras peligro es la condición que implica la probabilidad de hacernos daño, riesgo es la posibilidad de que ese daño ocurra o pueda ocurrir. Si el peligro es parte de nuestra vida, el riesgo es la consecuencia de no haber tomado precauciones para minimizar sus efectos. Si peligro es la curva cerrada, húmeda y resbaladiza, el riesgo es tener un percance y terminar en el abismo. El peligro constituye la probabilidad de hacerse daño, en tanto que el riesgo es la posibilidad de que el daño suceda o se manifieste. De ahí que los peligros se identifican, mientras que los riesgos se evalúan en cuanto a su probabilidad.

La OACI, mientras tanto, define en forma algo distinta estos dos conceptos, en tratándose de Seguridad Aérea o de Seguridad Operacional. Peligro es definido como toda aquella condición que puede causar, o contribuir a, un accidente o incidente de aeronave. El riesgo, de otra parte, son las consecuencias o resultados de ese peligro, en términos de probabilidad (frecuencia) y severidad (gravedad).

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