18 junio 2020

Del tedio y sus variaciones

Pocos días atrás pude disfrutar de una entrevista efectuada a Jorge Luis Borges en su modesto departamento de Buenos Aires. El diálogo transcurre en 1983 (han pasado casi cuarenta años), cuando Borges ya tenía 84 años. Destacan, en la entrevista, su reposada sabiduría, su fina e inteligente ironía y, sobre todo, la portentosa erudición que siempre caracterizó al polifacético escritor argentino. Quien lo entrevista es otro escritor sudamericano, un novelista nacido en Arequipa, laureado ya con el premio Nobel, y que a la sazón no llegaba todavía a los cincuenta. Él revela su oficio en cada pregunta, cuando averigua o inquiere: es Mario Vargas Llosa.

Borges jamás rehúye o divaga en sus respuestas. Sus comentarios son siempre directos, precisos y afilados como solo puede serlo un escalpelo. Su sabiduría nunca se expresa por medio de denuestos o ensayadas sentencias. Juega con las palabras para incitar nuestras reflexiones y para avivar nuestra entretención. Improvisa frases de antología y las suelta con sereno desparpajo, como si esa no hubiese sido su intención. “Soy un viejo anarquista spenceriano -dice- y creo que el Estado es un mal, pero -por el momento- es un mal necesario”. O, también: “Yo no sé si uno puede admirar a los políticos, personas que se dedican a estar de acuerdo, a sobornar, a sonreír, a hacerse retratar y, discúlpenme ustedes, a ser populares”...

“¿Recuerda algún aventurero que le hubiera gustado ser?”, pregunta Vargas Llosa. “No, a mí no me gustaría ser otra persona”, contesta J.L. Borges. O, también: “El lujo me parece una vulgaridad. Una persona rica puede pensar en otra cosa, pero un pobre, no. De igual modo que un enfermo sólo puede pensar en la salud. Uno piensa en lo que le falta, no en lo que ya tiene. Cuando yo tenía vista no pensaba que eso fuera un privilegio”...

Hacia la mitad de la entrevista, existe un diálogo cautivante:
- MVLL. Yo le hice una entrevista hace casi un cuarto de siglo en París y una de las cosas que le pregunté...
- JLB. Cuarto de siglo... Pará. Qué triste si vamos a hablar de cuarto de siglo...
- MVLL. ...una cosa que le pregunté fue qué opinaba de la política, ¿y usted sabe qué me respondió? “Es una de las formas del tedio”.
- JLB. Ah, bueno, está bien.
- MVLL. Es una bonita respuesta y no sé si la repetiría ahora: ¿sigue pensando que la política es una de las formas del tedio?
- JLB. Bueno, yo diría que la palabra tedio es un poco mansa. En todo caso, fastidio, digamos. Tedio es demasiado... Es un “understatement”.

He optado por esta introducción porque algo íntimo me convoca a hacer una breve digresión. Recuerdo que cuando era pequeño, en casa la abuela usaba una expresión para referirse al tedio, al fastidio o la modorra; “me da zorra”, era la frase que a menudo repetía. Al respecto, me he llevado una gran sorpresa el otro día, al indagar por su significado en el diccionario; me he topado con una acepción que desconocía: “Zorra: persona que afecta simpleza e insulsez, especialmente por no trabajar, y hace tarda y pesadamente las cosas”. Entonces, de golpe comprendí la relación que había, entre ese familiar término y el tedio, o aun la haraganería.

De paso, quisiera hacer referencia a la palabra inglesa que utiliza Borges y cuyo uso totalmente se justifica. Estoy persuadido de que esta es una palabra intraducible; tal vez se pudiera traducir su antónimo (overstatement), que significa algo así como “algo exagerado”, pero no creo que exista una voz en nuestro idioma que refleje, en forma exacta, la fuerza semántica del mencionado término... ¿Quién sabe?, ¿atenuación o subestimación, quizá? Cualquiera que fuera, apuesto a que no tendría el vigor requerido.

La abuela había nacida en Cuenca, aunque no tengo muy claro a qué edad había dejado su ciudad natal. Era una cuencana atípica, no “cantaba” al hablar; por lo mismo, no denunciaba su lugar de origen. Desde siempre me pareció que ciertas palabras que usaba, tenían un carácter vernáculo; aunque, asimismo, siempre me animó la sospecha de que aquellas eran palabras castizas que se habían usado en España en un pasado incierto. No tuve mejor recurso, por tanto, que acudir a una referencia ineludible: el Diccionario del Habla del Ecuador, de Carlos Joaquín Córdova. En él descubrí un bien documentado resultado: “Zorra: antipatía, disgusto // Ojeriza, mala voluntad // Cogerle a uno zorra: Cobrarle antipatía a una persona // Tenerle a uno zorra”. Ahí, en el bagaje y sabiduría de este querido amigo, ¡estaba la autorizada respuesta!

Ella no podía entender la lectura como algo productivo. Creía que si el libro no era un texto de aprendizaje, uno estaría dedicando su tiempo a algo banal e intrascendente, a una distracción lindante con lo superfluo y lo concupiscente. Y, quién sabe, si aun con lo proscrito. Para ella, aquello de estar leyendo historias o novelas, no solo era una riesgosa tentación, era llenarse la cabeza de provocaciones sin beneficio, una forma de desperdiciar el tiempo y de no darle oficio. Quizás no entendía que la lectura es muchas veces una forma más rica de vivir; sí, de vivir una instancia distinta de aventura y fantasía. Incluso, una manera diferente de disfrutar inexploradas historias, de aprender el sentido de nuevas palabras; una forma diferente de enfrentar el tedio...

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