13 junio 2020

La “nueva normalidad”

“Pronto, pongámonos las máscaras”. Carlos Fuentes, “Terra Nostra”.

No me gusta, ni convence, aquello de “la nueva normalidad”. Suena a algo un tanto postizo y artificial; si no, también, a algo cínico. No pasa, en todo caso, de ser lo que realmente es: un manipulable juego de palabras, un engañoso circunloquio, un acomodaticio eufemismo. Hay algo en la expresión de alambicado y de ambiguo. Una forma de decir que es blanco lo que es cenizo.

Y no sé a dónde es lo que quiere conducirnos, a dónde quiere llevarnos esta novedosa "normalidad". ¿Quiere decirnos que lo que hasta ayer era normal ya nunca más lo es?, o mejor todavía: ¿acaso que lo que nos había venido pareciendo anormal, de pronto dejó de serlo?... De paso, siempre me ha parecido que hay algo de desaprensivo y discriminatorio en esa descuidada costumbre de llamar como “normal” a quien no padece de una condición especial, a quien no está signado por una limitación atípica que a quien lo está lo torna en diferente...

Pero, claro, algún nombre tenían que ponerle al nuevo protocolo sanitario que se trata de aplicar. Frente a ello, opino que la condición sigue siendo la misma, aún no ha cambiado; lo único nuevo, y que efectivamente ha cambiado, es nuestra percepción respecto a lo que ahora creemos que pudiera estar ocurriendo. Sí, porque la situación objetiva es lamentablemente la misma; pero somos nosotros (solo es nuestra apreciación de lo que ocurre) los que persistimos en considerar que lo que aparentemente ocurre es en realidad distinto.

Así y todo, ¿creemos realmente que las cosas ya han cambiado o que ellas han vuelto a su cause normal? ¿Ganamos realmente algo positivo declarando que lo peor ya pasó?, ¿creemos honestamente que eso es de veras cierto, que esa es la realidad? Creo, hablando con franqueza, que sencillamente no es así. Es más, estoy persuadido de que como colectividad no estuvimos preparados y, lo que es peor, creo que aun insistimos en una forma de comportamiento que me hace sostener que, como colectividad, no vamos a ser capaces de enfrentar con madurez, tanto el relajamiento de la cuarentena, como la paulatina desescalada del confinamiento.

Antes de analizar lo que a futuro pudiera suceder, creo que sería justo y necesario (en verdad, en verdad os digo) revisar, aunque sea en forma breve y sumaria, lo que hasta aquí aconteció. Sostengo, a rasgos generales, y sin dejar de considerar ciertos brotes inesperados que siempre se presentan en este tipo de circunstancias, que tanto las políticas como las acciones estuvieron bastante bien gestionadas desde las distintas instancias administrativas. Siento que, en su mayoría, hubo tanto un sentido de orden como también de previsión. Dos aspectos negativos se pudieran destacar: la emisión de un excesivo y descontrolado número de salvoconductos y la relativa ausencia de una preocupación por fortalecer la esperada inmunidad de rebaño.

Lo verdaderamente preocupante sólo aconteció en los últimos días de la primera etapa, la del confinamiento. A pesar de que la gente se había sometido en forma bastante positiva y ordenada a las restricciones impuestas por las normas de distanciamiento social, fue solamente durante los últimos siete o diez días previos a que se cambiara de semáforo rojo a amarillo, que se pudo advertir una inusitada reacción díscola y abusiva de un significativo sector que empezó a actuar como si el riesgo ya hubiese pasado o como que nada crítico hubiese sucedido. Se notó esta actitud, en forma especial, en el rodaje arbitrario de vehículos no autorizados (por número de placa) que reiniciaron su actividad como si la fase efectivamente hubiese concluido.

Frente a lo ocurrido, y una vez que se ha decretado el cambio a una condición de “semáforo amarillo” (otro semiótico eufemismo), lo importante es que se mantenga el sentido de precaución y de responsabilidad comunitaria, que no bajemos la guardia. Más que cuestionarnos en si el riesgo habría en realidad pasado, habría que meditar en si de verdad ya habíamos cumplido con los requisitos inherentes a nuestra obligación social, si realmente ya estábamos preparados. Es evidente que, a objeto de adoptar la medida, más que la real evaluación del nivel de riesgo, lo que más influyó fue la presión por reiniciar las actividades, a pesar del riesgo advertido.

Ahora lo que cuenta es una adecuada respuesta cultural, el que como colectividad no vayamos a caer en un irresponsable y falso sentido de seguridad. La verdad es que el peligro no ha pasado y que el riesgo sigue ahí. Podemos relajar las medidas impuestas, pero no podemos alterar, por lo menos no todavía, nuestro sentido de precaución y de alerta ante una recaída, ante un general e intempestivo contagio que pudiera tener consecuencias de alcance apocalíptico. Nunca es bueno atrasarse a tomar una medida; sin embargo, solo hay algo que, como estrategia, pudiera ser incluso más grave y perjudicial: aquello de adelantarse demasiado...

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