24 junio 2020

La sombra del tiempo

“No hay segundas oportunidades, excepto para el remordimiento”. Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento.

Hay asuntos a los que uno no presta debida atención. Noticias, incluso, a las que no se toma en cuenta. Estuve leyendo de madrugada, y no relacioné un par de reseñas de la obra de Carlos Ruiz Zafón con su prematura partida ocurrida en forma reciente. Zafón (así lo llaman los españoles), que en forma inusitada se hiciera famoso en el 2001, cuando apenas tenía 37 años por la publicación de “La sombra del viento”, había fallecido de cáncer a los 55 años en Los Ángeles, donde residía. El libro se habría traducido a más de 50 idiomas, con ventas por más de diez millones de ejemplares. Dicen que sería la novela española de más éxito, después de El Quijote.

No recordaba de qué se trataba la obra, y ni siquiera si la había leído, pero algo me insinuaba que ya la tenía; o que, con probabilidad, alguien me la había obsequiado por algún onomástico motivo. Sospeché, por un instante, que era uno de esos libros que se recibe como regalo y que uno no presta atención a su contenido, o que lo termina colocando en algún apartado lugar con la nunca optimista promesa de leerlo en algún otro momento. De golpe recordé que un día, estando en el aeropuerto antes de salir de viaje, entré en una pequeña librería, y mientras buscaba algún ejemplar que pudiera interesarme, se me acercó la dependiente y me sugirió la lectura de la novela. No me animé a comprarla, me invadía el extraño presentimiento de que ya la tenía.

Esa madrugada, temprano todavía, me dirigí intrigado a explorar en los estantes de mi estudio, para salir de una vez de la incertidumbre. Se me hacía familiar la fotografía de la carátula, y algo me decía que el libro había pasado, sin que me lo hubiera propuesto, a formar parte de esos libros olvidados o postergados que parece que todos tenemos en nuestras bibliotecas. Fui directo al estante, donde supuse que pudiera encontrarlo, y ahí estaba; esperando -tal vez- que alguien le ayudara a salir de allí y lo exorcizara del polvo acumulado; para, a cambio, dejarse acariciar su lomo, barajar sus páginas y, entonces, regalar la telaraña de su enigmático libreto.

“La sombra del viento” habría tenido un gran impacto editorial a principios de siglo. Consiste en un “thriller” gótico, es una novela de suspenso que mezcla lo sobrenatural, la intriga y el misterio. El tema se relaciona con el descubrimiento de un extraña y desconocida novela en un oscuro cementerio de libros olvidados. Imposible no relacionar al edificio con la biblioteca de “El nombre de la rosa”. Su protagonista, Daniel Sempere, es un muchacho que está obsesionado por encontrar el motivo para la sistemática desaparición de los demás ejemplares del hallazgo, como también al desaparecido autor del misterioso texto. El libro está tan bien escrito, y es tan cautivante, que Penguin Classics lo habría escogido, en el 2014, para una colección conmemorativa que situaba al catalán junto a escritores de la talla de Charles Dickens, Marcel Proust y James Joyce.

Zafón publicó su novela en el 2001, sin imaginar no solo la inesperada y afortunada recepción que tuvo su historia; sino que estaba marcando, sin saberlo, un impensado derrotero para ese tipo de narrativa. En este sentido, el autor español se convertiría en un precursor para algunas novelas que vendrían más tarde. Ahí están libros similares que han desatado inesperados procesos de venta en las principales editoriales, como “El código da Vinci”, de Dan Brown (2003) o “La catedral del mar” (2006), de otro escritor barcelonés: Ildefonso Falcones.

De inmediato, como lo venía contando, tomé el libro y me puse a hojear sus páginas. Así descubrí que, efectivamente, aún no lo había leído y, además, que probablemente había venido soslayando su lectura por algo más de diez años. Ahí, entre sus páginas, y a manera de marcador, había insertado una tarjeta de una de mis antiguas empresas; se trataba de una suerte de talismán, un calendario de bolsillo correspondiente al año 2006, cuando todavía trabajaba en el sureste asiático. Enseguida inicié la ansiosa lectura; ese día, era ya tarde cuando caí en cuenta que me había soplado más de doscientas páginas de un solo tiro, casi la mitad de la novela...

Fue solo ahí, luego de revisar la biografía del escritor en la enciclopedia, que de pronto caí en cuenta que había muerto recién el día anterior; y que mi retrasada lectura se había convertido en involuntario y humilde tributo para su trayectoria fascinante. Zafón, sin siquiera proponérselo, había escrito un verdadero clásico. Estoy persuadido que por su maestría en el manejo del diálogo, por su dominio de las escenas y por la forma como describe los ambientes, ha dejado una impronta innegable. Durante sus últimos meses, el autor se habría visto ya imposibilitado de escribir. Por lástima, el cruel e intransigente cáncer que lo acosaba habría impuesto su irrecusable y testarudo designio. Quién sabe si, al igual que con uno de sus alienados personajes, él también “de tanto pensar en la muerte, habría terminado por encontrarle más sentido que a la vida”...

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