Artículo publicado en La Nación de Guayaquil, el 8 de marzo de 2025.
Lo he
recordado de pronto. Era un muchacho torvo y desquiciado; recordarlo aún resucita
los fantasmas de mi infancia, su memoria es una de las huellas más vívidas que
conservo de esos días… Ahí, en la parte de la Caldas que sube a la Basílica,
entre Guayaquil y Vargas, justo frente a donde yo vivía, había un mozalbete
perturbado cuyo mayor empeño era salir a la puerta del zaguán de su casa para acosar
a los viandantes y provocar tremendas grescas con el pretexto de que algún
inocente caminante habría tenido la audacia de “haberle quedado mirando”… Era
digno de un psiquiátrico (“hogar para
imbéciles” lo llamaban los ingleses).
En tan torpe e insulso argumento, y en tan estúpida como pugnaz experiencia, he pensado con motivo del “diálogo” que mantuvieron, en la Oficina Oval, los presidentes de Ucrania y Estados Unidos. Para empezar, no entiendo para qué tuvo que ser televisado; quizá por ello algunos piensan que todo aquel rifirrafe estuvo “programado” con anterioridad… Yo no soy tan suspicaz, pero creo que dada la personalidad de los anfitriones, su soberbia volatilidad contribuyó para que su actitud visceral se tornara incontrolable y se les fuera de las manos. Aun si la intención fue provocar la reprimenda, hay que preguntarse: “la prensa, ¿para qué?”
Estoy persuadido de que para el mundo civilizado –al menos para Occidente–, esa oficina, el despacho presidencial de los EEUU, ha gozado de una suerte de reverencia. Nada debería representar más –como algo paradigmático– los valores del mundo libre y la majestad del poder (léase, “la dignidad” del mismo) como esa dependencia. Pero convertirla de pronto en escenario de un “reality show”, o desnaturalizar su objetivo, solo para que “todos lo vean” o para entretener a la “American people”, no fue conveniente ni elegante, fue una imprudencia que no está a tono con la diplomacia, con la visión sabia y serena que debe tener un estadista.
El desliz de regañar en público al presidente Zelensky no solo afecta a Ucrania y a su pueblo; ha sumido en la incertidumbre a los miembros de la OTAN, y hoy esos viejos aliados de los norteamericanos parecen mirar con desconfianza la real unidad de aquella antigua entente. En la más pura y nueva versión de aquel peregrino programa televisivo (“El aprendiz”), el renovado show fue nada hospitalario, se convirtió en un espectáculo denigrante, chabacano y grosero. La etiqueta (¿vale decir la estética?) estuvo ausente; y no se sabe si también la ética. No, quizá no quisieron armar una emboscada, pero hay temas y asuntos que no merecen tan insensible tratamiento. Fue como un injusto rapapolvo público a un hijo confundido.
A la postura cuasi-imperial del norteamericano se sumó –y agravó las cosas– su imprudente vicepresidente, a quien no se le ocurrió proferir nada mejor que recordarle al mandatario ucraniano que “debía (más bien) estar agradecido”. Sin duda, y dadas las circunstancias, el “interpelado” actuó con más paciencia, sentido de responsabilidad, sabiduría y prudencia. Lástima que en ese caótico desorden nadie quiso ni podía escucharle (de hecho, nadie lo escuchó) para poder decir que fue su país el invadido y que un cese al fuego solo puede venir del compromiso, de las verdaderas garantías; en suma: de “una paz firmada con honor”…
Fue entonces cuando Trump increpó a Zelensky de “no disponer de las cartas” (fue, esa sí, su “carta bajo la manga”), como si no fuera una ventaja representar a la nación agredida, contar con el respaldo unánime de Europa y –por qué no– haber confiado en la palabra de un audaz negociante que quería cobrarle regalías (un acuerdo de explotación de minerales raros) por “ayudarle” a firmar una paz que nada tendría de incondicional. La cereza del pastel no tardaría en llegar con aquello de que él mismo, sí Zelensky, sería el ominoso y único culpable de una tercera conflagración mundial… Como están las cosas, es evidente que, dada su actual postura, quien está urgiendo el armamentismo europeo no es otro que el mismo Trump.
En un plano más objetivo, es comprensible el recelo de Putin de que Rusia pudiera sentirse amenazada por la expansión de la OTAN (y la eventual incorporación de Ucrania). Ello pudiera llevar algo de razón; pero no se entendería un cese al fuego que no garantice la soberanía de Ucrania, así como su seguridad y reconstrucción, a cambio de que pudiera mantenerse neutral… El Mundo parece haber cambiado y hasta parecería depender de los caprichos de un solo hombre… No olvidemos que dependemos de su decisión. Ahora –eso ya lo sabemos– habremos de ser siempre sumisos y, claro, muy agradecidos… ¡No faltaba más!

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