21 marzo 2025

Recordando a Torcuato

Fuimos compañeros hacia el final de la escuela. Hablaba francés y había nacido en Bélgica; su padre era tan mayor que parecía su abuelo, venía a dejarlo en el colegio todos los días. Pronto nos hicimos muy amigos; no sé por qué nos identificamos, si por mi interés en aprender su gutural idioma, si porque éramos huérfanos o porque él era un gran conversador, tanto que muchas veces nos reprendieron por charlar en misa, pues allá íbamos todas las mañanas, a oír misa en la capilla del colegio. Pero también pudo haber otro motivo: eso es lo más probable.

Un buen día descubrió lo de mi primer nombre, Mariano de Jesús, y me preguntó que por qué no lo usaba; no tuve tiempo de responderle. “Creo que me pasa lo mismo”, me comentó. “Michel es mi segundo nombre, pero el verdadero, el que quisieron mis padres, es Torcuato, el nombre de mi abuelo”… Pasamos así a ser compañeros de un mismo repudio y cómplices de un mismo secreto. Con una diferencia, claro: yo hubiese transigido ante la necesidad de usar el mío, con tal de que no se lo diga completo y de que no se use el diminutivo. Otra cosa hubiese sido si tenía la desgracia de llamarme Pancracio, Tarquino o… Torcuato. ¡Eso nunca!

 

Éramos íntimos. A veces, como sucede en esas edades, nos resentíamos por asuntos nimios; cuando ello pasaba, yo amenazaba con contar su secreto y trataba de incordiarle llamándole Tarquino, que me parecía otro nombre horrible. Cierto día, era víspera de la clase semanal de redacción, nos anticiparon que, como el domingo siguiente sería Día de la Madre, el examen consistiría en una carta que deberíamos entregar a nuestras madres en la sabatina. “Y, qué vas a hacer, si no tienes mamá”, me preguntó. “Pues, escribirle al cielo”, le contesté; entonces me comentó que iba a hacer lo mismo… “No puedes hacer eso, le advertí, van a pensar que nos hemos copiado”. Noté entonces que Torcuato, digo Michel, se puso mohíno y se retiró malhumorado.

 

Cuando salimos al recreo, al día siguiente, él seguía enfurruñado. Ni siquiera quiso saludar. Como sabía que su madre había estado por largo tiempo en un hospital antes de fallecer, se me ocurrió en casa hacer un borrador de carta con ese destino para darle una mejor idea y así poder entregársela poco antes de volver a clase. Más tarde, mientras todos nos concentrábamos en desarrollar nuestra prueba, noté que un sonreído Michel me regresaba a ver de rato en rato…

 

Torcuato no es un nombre tan feo. San Torcuato (en latín Torquatus o "el que lleva un collar") fue un santo mártir venerado por las iglesias ortodoxa y católica. La tradición dice que fue un misionero cristiano de la época apostólica. Por su parte, el más famoso de estos Torcuatos es probable que haya sido Torcuato Tasso, un poeta italiano (Sorrento 1544 - Roma 1595), cuya obra marcó el final de la poesía italiana del Renacimiento. Su trabajo más conocido quizá sea La Jerusalén liberada, inspirada en las Cruzadas, en la que los críticos encuentran la influencia de Virgilio, autor de la Eneida, y de Ludovico Ariosto, autor, a su vez, del Orlando furioso.

 

Cuenta la Wikipedia que “coincidiendo con la interminable revisión de su Jerusalén liberada, el poeta comenzó a mostrar síntomas de una inestabilidad psíquica que pudo ser esquizofrenia, y que le hacía caer en estados de profunda postración, melancolía repentina, irrefrenable ira y manía persecutoria”. Poco antes de morir, su desequilibrio se agudizó, pero aún tuvo tiempo para recibir la visita del gran Michel de Montaigne, su admirado escritor y filósofo, y para volver a revisar su obra, dados su escrúpulos religiosos. Así apareció La Jerusalén conquistada.

 

Durante mi primer viaje a Buenos Aires, descubrí una calle con el nombre de un amigo, se llamaba Marcelo T. de Alvear. Años más tarde me enteré que Marcelo Torcuato de Alvear (1868-1942), abogado y político argentino perteneciente a la Unión Cívica Radical, de tendencia liberal, había sido en realidad un hombre ilustre: embajador en Francia, diputado y presidente de la Nación Argentina entre 1922 y 1928. Conocí también la villa de Don Torcuato, ubicada a 30 km del centro de Buenos Aires, parte de la región de Tigre, en la zona norte del llamado Gran Buenos Aires. Marcelo T. de Alvear habría pedido, siendo presidente, que se creara el barrio de Don Torcuato en terrenos que habían sido parte de la hacienda de su padre, don Torcuato de Alvear, a su vez primer intendente de Buenos Aires.

 

En cuanto a mi compañero, siempre lo recordaré por dos circunstancias: porque nunca me devolvieron mi propia carta; y porque la suya, por la que obtuvo la mejor nota, él –Michel o Torcuato– a pesar de su aparente felicidad, nunca me dijo ni gracias... “No importa, creo que me habré dicho a mí mismo, ralmente no hacía falta”...


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