Hay
ocasiones en que se me da por merodear por los mismos lugares, escarbar en los
mismos sitios, frecuentar los mismos escritores, hasta un punto tal que daría
la impresión de que aquello se me ha convertido en adicción. Hoy mismo estoy
dedicando tiempo a completar la lectura de unas novelas de Saramago que tenía
en lista de espera. Él es un escritor que tiene una estilo diferente, se da
ciertas libertades con la puntuación, favorece las frases y párrafos largos,
utiliza las comas y la mayúscula inicial para satisfacer los diálogos (no usa
ni el guion ni el punto aparte) y, entre otros arbitrios, prescinde de algunos
signos ortográficos.
Saramago
produce una sensación distinta, a veces da la impresión de haber abandonado la
trama (como justo pasa en la vida) mientras nos hace disfrutar de sus
personajes y episodios. No todo en lo suyo es perfecto, sin embargo. Tiene
libros que gustan menos, y aun otros que no alcanzan al nivel al que nos tiene acostumbrado.
No solo eso: hay por ahí un par que invita a interrumpir su lectura… Y es que,
no se puede seducir ni ser brillante todo el tiempo. En ello quizá intervenga
un factor subjetivo: lo que gusta a unos no necesariamente ha de cautivar a
todos. Ello es ineludible; así, uno va de la elación (Memorial del convento) a la desidia (La balsa de piedra); o, del hastío (Ensayo sobre la lucidez) al fervor (El hombre duplicado).
Esta última relata la historia de un sosias (un doble o clon): es lo que vive un individuo que descubre la existencia de alguien que es copia idéntica de sí mismo (viví alguna vez en Miami una experiencia parecida, entre dejar el hotel y tomar el bus de enlace al aeropuerto, cuando me di de bruces con mi propio espejo). Hay en la novela una frase que me hizo sentir que antes ya la había leído. Dice “La Historia es una profecía al revés” y se la atribuye al alemán Frederich Schlegel, que la habría escrito hace un cuarto de siglo; ella es casi idéntica a otra: “La Historia es una profecía que mira hacia atrás”, que Vincent Cronin, uno de los biógrafos de Napoleón Bonaparte endilga a Gustave Flaubert, quien solo habría de vivir 50 años más tarde…
Profecía es curiosa palabra, puede significar anuncio de un portento y, por lo mismo, motivo de esperanza; o, por el contrario, anticipo de desgracia y, por tanto, una franca amenaza… El diccionario la define como “predicción hecha en virtud de un don sobrenatural”. Al parecer, no siempre quiere decir anticipo o predicción: en Occidente su noción implica, de acuerdo con mis lecturas, un discurso público que contiene un mensaje social o político orientado hacia el futuro (no necesariamente religioso), tanto que su significado pudiera circunscribirse al simple acto de prever para más tarde. Sería pues inadecuado decir que predice el pasado; lo realmente factible sería aprender del pasado para intentar evitar (o no) su repetición…
Hay una famosa profecía paradigmática comentada por Heródoto: cuenta que Creso, rey de Lidia (ubicada en el Occidente de Anatolia, en la actual Turquía) formó una poderosa coalición para combatir a los aqueménidas persas, unos 500 años a.C. En previsión de contar con un buen augurio, habría enviado emisarios al oráculo de Delfos para asegurar el éxito de su bélica empresa. Esta fue la respuesta: “Si cruzas el río Halis, habrás destruido un gran imperio”. Creso, animado por lo que creyó que era un favorable auspicio, dispuso el ataque a las huestes de Ciro el Grande; por lástima solo obtuvo un resultado adverso… ¡No había contado con que ese gran imperio podía haber sido el suyo!
El texto profético, dado su carácter, exhibe atributos característicos: puede ser tomado como una amenaza o solo como una advertencia; mas, su vigencia es siempre indefinida. Contiene un lenguaje que, si no busca intimidar, trata al menos de convencer de que algo está por ocurrirr. El suyo es un estilo poético y simbólico que procura parecer verosímil y digno de credibilidad; para ello requiere de un código cultural, un conjunto de convenciones previas. Proyecta así dos tipos de interpretación: una –con carácter secreto– para el iniciado; y otra, difícil de procesar, destinada al profano. Su impronta es el circunloquio y la metáfora; su fin es provocar una respuesta en quien lo recibe… Así, logra transmitir no solo una promesa sino también una amenaza: intenta generar ora miedo, ora ilusión; unas veces temor y otras veces esperanza.
Las profecías aparecen en tiempos de crisis, cuando el futuro luce incierto. Son instancias de cambios profundos y consecuencias impredecibles para cualquier situación. Su texto, siempre ambiguo, convierte todo tipo de resultado en pronóstico verdadero, abierto al milagro, al prodigio y al portento… sin reserva para el error. Es oportunidad para que surjan los ‘falsos profetas’, quienes gustan de llenarnos de temores y engañarnos con su verborrea…

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