Ya les conté
del paseo (fue más bien una visita) que hice en meses pasados con mis primos al
secular convento de San Diego, en el suroccidente de Quito. Algo que mucho nos
llamó la atención –como en su día lo comenté– fue el precario uso de los
espacios del monumento; la explicación que se nos dio, comprensible por lo
demás, fue que la escasez de vocaciones ya no permitía a la comunidad
franciscana, propietaria del lugar, tener el personal suficiente para mantener
una escuela u hospital que dieran utilidad a esas áreas tan desperdiciadas.
“En tiempos de la Colonia –se nos dijo– las familias dedicaban un primer hijo a la milicia y otro a la vida religiosa. Eso ya no pasa hoy en el mundo de hoy; además, la sociedad de consumo ha ido desarrollando en los jóvenes otros más mundanos intereses”. “Es que hoy todos quieren ser “influencers”…”, alguien susurró a mis espaldas. Me quedé pensando en que quien lo había dicho sottovoce tenía realmente razón, tal parecería que aquello (de convertirse en famoso para “influenciar” con su opinión) se ha constituido de golpe en la gran aspiración de muchos muchachos, tengan o no aptitudes para ello. Total, parece que eso tampoco importa; ya lo saben: “Dios a veces da barbas a quien no tienen quijadas”…
Cuando fui niño, la mayoría de los chicos se decantaba por una de las llamadas “profesiones liberales”; aunque un grupo, no muy despreciable, ya insinuaba que le gustaría ser torero, piloto o actor de cine… Para el tiempo de mis hijos creo que algo cambió, probablemente por propia influencia de sus respectivos progenitores; sin embargo, más de uno de mis vástagos –por ejemplo– ya no incluyeron, en sus respectivos presupuestos a futuro, eso de convertirse en aviadores o toreros. Aunque alguno ya mencionó que le gustaría ser bombero y hasta futbolista (en mi tiempo, ser un famoso futbolista no era todavía parte de una vocacional ilusión, quizá por aquello de la fugaz temporalidad del oficio o por lo exiguos que resultaban sus pecuniarios reconocimientos).
En días pasados estuve leyendo una crónica relacionada con los incendios en la ciudad de Los Ángeles. El autor del reportaje explicaba: “Los curiosos llegaban a la puerta de las casas, junto con influencers que hacían streaming en directo a sus seguidores”. Enseguida yo mismo me pregunté si todo el mundo entendía del mismo modo la intención y alcance de la frase; o, en suma, ¿qué se quería decir con el uso arbitrario –aunque en apariencia convenido– de esos prestados términos?... Esto que sigue es un poco lo que investigué o llegué a concluir:
Empecemos por lo primero: ¿qué es aquello de ejercer de “influencer”, aparente actividad o profesión de moda, y qué es lo que de esa condición atrae, seduce o llama la atención?
Ser influencer no es ni puede ser “una profesión”, en el sentido de que esta se pueda estudiar en un instituto o universidad; o de que, de buenas a primeras, se la pueda escoger. Un influencer es un comunicador social, alguien con cierto talento o cierta fama, que –además– tiene sus seguidores y la espontánea capacidad para “saber influenciar” (de ahí su nombre). Serlo no es solo fruto de “querer ser y ponerse a estudiar”, hace falta tener ciertos recursos y habilidades que no se consiguen necesariamente en las instituciones académicas. Para ello, se depende de la fortuna y la casualidad. Suena cursi como nombre, pero implica algo indispensable: el “influenciador” debe tener no sólo qué decir sino también a quién decir: debe tener gente que esté pendiente de lo que diga u opine, en resumen: debe ser dueño de un mensaje, y tener su propio medio de difusión y su particular audiencia…
En cambio, Streaming o “estriming” es otra palabra que hoy se usa para expresar la idea de un tipo de grabación, sea de una noticia o un mensaje, a la manera de lo que antes lo hacían (y todavía lo hacen) las radiodifusoras (o incluso la televisión); pero que, a diferencia de estos medios, alguien edita un programa que se lo puede repetir una y otra vez, cuantas veces uno quiera. Así, el streaming es un tipo de tecnología multimedia que envía contenidos de vídeo o audio a un dispositivo conectado al internet. Esto permite acceder a esos contenidos (TV, películas, música, pódcast) en cualquier momento que se desee, ya sea en un computador, tableta o teléfono móvil, sin tener que someterse a horarios, sin soportar comerciales y sin sujetarse al capricho del proveedor.
Hoy disponemos de una serie de palabras que, por no tener traducción directa, y en el interés de mantener su sentido original, se las conserva en idioma inglés. Muestras al canto: podcast (episodios, entrevistas o comentarios sobre un tema específico); onboarding (incorporación, contratación o vinculación). Como puede notarse, son vocablos que no tienen todavía una traducción acordada pero no siempre son necesarios.

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