02 mayo 2025

Recogimiento y diversión

Escribo esta entrada mientras el mundo cristiano conmemora el Viernes Santo. Son estos, para todos, días de reflexión, si no de recogimiento. Se me hace inevitable no recordar los días de Semana Santa de mi niñez cuando no se nos permitía hacer bulla ni salir a jugar, porque aquello de distraerse –no se diga de divertirse– era muestra de impiedad, como lo eran otras “más indevotas” entretenciones. Esos fueron días de “ayuno y abstinencia”; fueron días para “hacer deberes”, portarse bien, hacer “buenas obras” y decir unas pocas oraciones…

He pensado en aquellas prácticas y rutinas de esos olvidados años, signadas ellas por la devoción y las tradiciones familiares… Hoy resulta irrisorio reconocer que hubo pasatiempos, antes considerados “non santos”, que hoy se ejercitan como actividades normales. Si el ideal fue abstenerse de todo aquello que produzca esparcimiento o diversión –no se diga lo que en esos días se dio por llamar “concupiscencias” o “placeres de la carne”–, mucho de lo que hoy implica simple satisfacción antes pudo estar incluido en el sumario de los pecados veniales.

 

¿Cuál pudo haber sido el criterio para una semana como la presente?, cuando hoy, y no por el afán de no provocar o escandalizar, he asignado mi tiempo a discretas actividades y a disfrutar (léase, “observar”) las incidencias de los torneos de la Champions o la Europa League (para no incluir también la Conference League), cuyos impredecibles y traviesos resultados estuvieron para el infarto. “De locos” hubiesen dicho, con razón, mis hijos.

 

Como penitencia para mis renuentes pecados (si es que mis aficiones me incluyen en la necia escala de los infractores irredentos) estaría la quizá prevista eliminación del Real Madrid, equipo que, con la ayuda de Dios y sus imprevisibles remontadas, se había malacostumbrado a reinar en la más importante competición europea. Esta vez, sin embargo, su derrota fue inapelable. Sus famosas y millonarias estrellas no estuvieron nunca a la altura de su reputación y prestigio. El Arsenal simplemente fue mejor, supo aprovechar el primer partido y terminó vapuleando a esos eternos triunfadores… Quizá se trate de lo que por ahí llaman “relevo generacional”.

 

Pero ningún partido fue tan emocionante como el que protagonizaron el Manchester United de Inglaterra (los Red Devils o Diablos rojos) y el Olympique Lyonnais de Francia. Si bien el primer encuentro se había efectuado en el sudeste francés (resultado parcial de 2 a 2); el segundo y definitivo se realizó en el estadio de Old Trafford o Theatre of Dreams (Teatro de los Sueños), de Manchester: recinto con capacidad para 75.000 espectadores. Esta era una disputa de cuartos de final; vale decir que se mantenían en liza todavía ocho equipos que, luego de los partidos de eliminación, sobrevivirían cuatro para luego definir los finalistas del torneo. Se aclara que, cuando subsiste el empate luego del tiempo reglamentario, los equipos han de jugar dos tiempos adicionales de 15 minutos;  o, incluso, dirimir el nuevo ganador en tandas de penales (5 tiros desde los 9 pasos).

 

El primer tiempo era favorable al United. Alentados por su enfervorizado público, los Diablos rojos se imponían por 2 a 0 en el período inicial (4 x 2 en el resultado global); esto produjo la reacción del equipo francés que en solo ocho minutos de la segunda parte, consiguió el tan ansiado empate. Continuado el tiempo suplementario, los franceses (que jugaban en desventaja, pues habían perdido uno de sus hombres) se adelantaron hasta ponerse 2 x 4 (4 x 6 en el global) cuando faltaban 10 minutos. En ese punto, las caras de júbilo de los aficionados ingleses se trocaron en rictus de angustia y desánimo (las cámaras mostraban las lágrimas y la desesperación de los niños que habían asistido con sus padres). Pasados cinco minutos de ansiedad e impaciencia, los locales lograron reducir la desventaja, mediante un penal, poniéndose 4 x 3, con lo que, si conseguían otro gol, hubieran forzado el desempate…

 

Minutos más tarde, lo impensable aconteció: cual si sacaran un conejo de la chistera, los Diablos rojos lograron el inesperado empate. Es más, tan solo un minuto después, el delirio y la algazara se convertirían en nada santa incredulidad cuando un defensa, ahora convertido en improvisado delantero, puso “cifras definitivas en el marcador” con un certero cabezazo que desató el infernal pandemonio. A partir de ahí, se produjo una “pecaminosa” celebración. Los diablos rojos (¡qué sacrílega indevoción!) enloquecieron al Teatro de los sueños.

 

Mientras volé en el Asia, me hice aficionado del Chelsea inglés. En esos años, se me hacía difícil competir con los copilotos locales; todos ellos (como pasa con toda la gente de esos países) resultaban ser hinchas a morir de un solo equipo; el venerado y famoso Man U (pronuncian “man-yu”): el Manchester United.


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