29 abril 2025

De advocaciones y letanías

Siempre me pareció María un nombre especial… Tiene una rara fuerza fonética y posee una entonación tan sutil y delicada que promete una infrecuente bondad. Cuando en Éxodo, el faraón ordena ahogar a los varones nacidos de esclavos judíos, una madre toma una cesta de juncos, la calafatea, pone en ella a su hijo y lo deja en un carrizal del Nilo; tiene la esperanza de que alguien lo habrá de salvar… Más tarde, la hija del faraón baja a bañarse al río, descubre la canasta, deduce que contiene un recién nacido, se apiada y desafía las órdenes de su padre. Luego, didpone a una nodriza que se encargue de cuidarlo; esta es una esclava hebrea, se llama Miriam o María. La hija del faraón ha de escoger un nombre para el niño y lo llamará Moisés, que significa “de las aguas lo saqué”…

Siglos más tarde, otra Miriam concebirá y dará a luz a otro niño; también desafiará a la autoridad y protegerá al Salvador. Lucas la describe como “una virgen, desposada con un hombre llamado José”. Su nombre es Mariam, traducción griega del hebreo Miriam. En hebreo significa "luz sobre el mar"; pues deriva de combinar mir (luz) y yam (mar). Su escritura en las lenguas semíticas (que carecen de vocales) es “mrym”, lo que en hebreo, arameo y árabe, se puede pronunciar de varias maneras (Meriem, Miryam, Marium, Maryam, etc.). Se dice Maryam en griego (romanizado como Mariám); y es Mariam cómo aparece en el Tanaj (Antiguo Testamento). En el Éxodo se refiere así a la hermana de Moisés, la profetisa Mariam.

 

Tanto María como Miriam son hoy nombres extendidos por el mundo cristiano, por así llamarse la madre de Jesús. María («luz sobre el mar») es recogido por las letanías latinas como Stella Maris o «Estrella del Mar». Otras variantes incluyen: Mária (húngaro, eslovaco), María (griego, islandés, español, polaco), Máire y Muire (irlandés), Marya (transliterada del cirílico). Es Miren en el santoral vasco, con sus variantes: Maddi o Maren; esta última significa “relativo a María” y está asociada con la introspección, la reflexión y la sabiduría.

 

En Opiniones de un payaso del escritor alemán Heinrich Böll, encuentro continuas referencias a las letanías lauretanas: formas de súplica con que suele concluirse el rosario católico. Si bien estas ya existieron en los albores de la cristiandad, fueron oficializadas por Clemente VIII en 1600, basándose en un manuscrito del SS XII. Tales letanías estuvieron dedicadas a la Virgen de Loreto cuyo santuario está localizado en Italia, hacia el sur de Ancona. Este fue construido, de acuerdo con la tradición, por al temor –en tiempo de las Cruzadas– de que la vivienda que había pertenecido a la Virgen María en Tierra Santa, fuera destruida por los sarracenos. Parte de la casa sería trasladada, con sus enseres, a Europa para ser conservada para la posteridad. En nuestros días la Señora de Loreto es considerada Patrona de los pilotos aviadores.

 

La Virgen de Loreto es una más de las llamadas “advocaciones marianas”; estas solo se tratan de otros nombres (por devoción local) para llamar a la Virgen María. De este modo, Fátima, del Pilar, Lourdes, Almudena o Guadalupe son solo diferentes imágenes o denominaciones de los distintos santuarios, con la veneración correspondiente, lugares que están encargados a las entidades que se acogen a su protección o patrocinio, dependiendo de sus respectivos atributos. En Ecuador se destaca el santuario de Guápulo (versión quiteña del de Guadalupe en Extremadura) cuya escultura original se atribuye al español Diego de Robles (fines del siglo XVI), autor también de las estatuas de otras dos vírgenes vernáculas: la de El Cisne, en Loja, y la de El Quinche.

 

Es importante subrayar que aunque las letanías constituyen una forma de reverencia a María, nuestra abogada e intercesora, no son parte del rosario católico. En cuanto a las advocaciones, algunas no están relacionadas con un santuario específico; tienen que ver con acontecimientos de la vida de la Virgen. Así tenemos las de la Inmaculada, la Anunciación, la Asunción, la Concepción, etc.

 

Una mañana en Madrid, mientras volaba el 707 carguero, hicimos una aproximación un tanto irregular en Barajas que obligó a uno de quienes fungían de 'observadores' a sugerir al piloto que debía mantener una cierta altitud. Recuerdo que el hecho produjo un injustificado malestar en el citado compañero ('errar humano es'). Ya en el hotel, luego del descanso pertinente, los cinco tripulantes acordamos salir a tomar unas cañas en La cueva de Luis Candelas, cerca del Arco de Cuchilleros. Una vez allí, mientras departíamos alegremente, pudimos ver sentadas a una mesa vecina un grupo de chicas que parecían interesadas en participar de la celebración... Fue la primera vez que escuché aquello de las ‘advocaciones’. Eran guapas y también eran cinco; se llamaban Angustias, Milagros, Prodigios, Remedios y Sagrarios… Lo había anotado en una servilleta: hoy la encontré dentro de la novela de Böll que me proponía releer...


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