En días
pasados, cumpliendo con un propósito que traía postergado, fui a visitar a mi
amigo Paco; él lidera –como copropietario que es– una de las empresas
editoriales más inspiradoras y de más importante desarrollo que han surgido en
el país. Creo, además, que no exagero ni me alejo de la realidad, si menciono
que su planta utiliza tan avanzada tecnología que se ha convertido en una de
las industrias más prestigiosas y reconocidas que hay en Suramérica. Es que hablar
de Imprenta Mariscal es no solo
mencionar un formidable logro empresarial; es, ante todo, reconocer un largo
recorrido y un gran esfuerzo institucional que jamás abandonó su inspiración:
la satisfacción del cliente a través de la búsqueda incesante de la excelencia.
Fundada hace 50 años en un pequeño local, ubicado junto al Chantilly en la Roca y Amazonas, hoy constituye un monstruo colosal. Localizada cerca de Pifo, e integrada por seis enormes galpones, cuenta con más de quinientos empleados. Tan ingente empeño empresarial solo ha sido posible gracias a la perseverancia y visión de su líder. Paco es un hombre sencillo, un ejemplo de discreción y nada altanera conducta; es lo que antes llamábamos “un caballero circunspecto”. Él es uno de los amigos más comedidos y cordiales, y –a la vez– uno de los anfitriones más hospitalarios que yo haya conocido. Con él es fácil coincidir en opiniones y sentimientos, su talante es una invitación al palique ameno y a la distendida confidencia.
Mientras charlo y disfruto de su reservada sensatez, se me hace difícil no rememorar mis escolares tardes de invierno, aquellas apuradas correrías a la Editorial Colón (el desaparecido negocio de su padre) tratando de encontrar un tipo de papel o cartulina difícil de conseguir cerca del lugar donde vivía; o quizá un compás, un canutero o una compleja regla de cálculo. Y no puedo, tampoco, dejar de recordar aquel conjunto arquitectónico, tan cercano a Madrid, donde él recibió parte de su formación, El Escorial, regentado por los agustinos: monasterio, palacio, basílica, colegio, panteón y biblioteca a la vez, no muy lejos del Valle de los Caídos…
No escapa a mi reflexión, tampoco, que el nombre otorgado a esta empresa de tan interesante actividad, se debe a su inicial ubicación (cerca del primer Supermaxi), en el barrio construido por el Seguro Social (antes Caja del Seguro) con el nombre de “Mariscal Antonio José de Sucre”; y que –traviesa– la costumbre se ha encargado de abreviar, pues más bien se lo conoce solo por el rango del héroe de Ayacucho… A veces pregunto a mis amigos que por qué se llama así a La Mariscal y pocos saben el motivo. Similar condición ha pasado a caracterizar al sector hoy conocido como playón de La Marín: pocos conocen que en ese lugar estuvo una antigua quebrada (la de Manosalvas), cuyo relleno fue iniciativa del presidente del Ilustre Concejo Municipal: don Francisco Andrade Marín (hermano de Carlos, también alcalde de Quito). Hoy, esa estación de transporte funciona cerca de la plazoleta que cubrió la vieja quebrada…
Admiro el portentoso edificio y –respetando las proporciones– lo comparo con una moderna ensambladora de vehículos (y hasta con una fábrica de aviones, como las que alguna vez visité en Toulouse o Seattle). Es cuando Francisco Valdivieso me invita a efectuar un breve recorrido por sus sorprendentes instalaciones. “Debemos usar unas gorritas, como si fuéramos monjitas, me dice, para evitar que los productos sean afectados por los residuos capilares“; tan celoso es el proceso con el que se fabrican cajas, estuches y más recipientes, o con el que ahí se imprimen libros, revistas, material informativo y todo tipo de elemento relacionado con medios de publicidad, señalización o embalaje… Pondero aquel orden meticuloso, así como la moderna, sincronizada y automatizada actividad que observo por todas partes.
Volvemos entonces a sus acogedoras y panorámicas oficinas (sus talleres tienen ese panóptico concepto, ya que se puede observar toda la actividad desde esos enormes ventanales). Desde ese atalaya, se puede observar y controlar todo lo que pasa en las nítidas instalaciones. Luego, hablamos de lo humano y de lo divino, de nuestras mutuas desgracias familiares… de su proyecto de escribir y editar un libro que recoja la impresión de los autores que lo prefirieron para publicar sus propios textos, y de las experiencias y resultados de tales ediciones… “Sería nuestro legado”, dice, al tiempo que me alienta a continuar con mis escritos referentes a mis ya infrecuentes andanzas por el mundo, ya sea en este mismo blog o en otras publicaciones.
Es cuando Paco me retiene y me invita a almorzar, pero de pronto recuerda un compromiso antes adquirido … Optamos entonces por dejar para otro día nuevos temas e inquisiciones…

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