15 abril 2025

Limpiando asperezas

En días pasados, mientras revisaba la prensa, me topé con la noticia de la prematura muerte del actor Val Kilmer, conocido por sus roles en películas como Top Gun, The Doors y Batman Forever. Kilmer tenía un aura de “chico malo” (y quizá de perturbado) o, por lo menos, de ser algo quisquilloso o demasiado selectivo. Hace diez años estuvo afectado por un cáncer de garganta, cuyo tratamiento le habría afectado sus cuerdas vocales. Cuando volvió a los escenarios, lo hizo para actuar en la secuela de Top Gun, que se hizo luego de un lapso de más de 30 años. Pero no ha sido por cáncer que ha partido tan joven (tenía 65 años); ha padecido una mortal neumonía.

Alguna vez leí una crónica (quizá fue una entrevista) en que relataba que él pensaba que su mejor actuación habría sido una personificación del gran humorista y extraordinario escritor norteamericano Samuel Langhorne Clemens, mejor conocido por su seudónimo o nombre de pluma, Mark Twain (1835-1910), a quien William Faulkner llamó “padre de la literatura norteamericana”. Kilmer había sido un gran admirador del notable relator que haría famosas las Aventuras de Tom Sawyer y las Aventuras de Huckleberry Finn. Sería Ernest Hemingway quien opinaría que la verdadera literatura estadounidense recién habría empezado después de esta última novela.

 

Debo confesar que aunque no he leído todavía la última de las dos obras anotadas, he disfrutado de Capítulos de mi Autobiografía y de Roughing it, traducida a nuestro idioma como Pasando fatigas o Una vida dura. “Rough it” (se pronuncia ruff-it) es una expresión coloquial que se utiliza para referirse a una breve experiencia que se vive, sin las comodidades a que estamos acostumbrados (como cuando acampamos al aire libre); quizá lo más cercano sería algo así como “pasar apuros” o “aguantar las inclemencias”. Twain usó ese título para narrar las vicisitudes que tuvo que pasar en un viaje que efectuó con su hermano, desde San Luis a Nevada, y que debía tomarles tres meses pero que terminó costándoles tres años (fueron más de dos mil millas).


Sin embargo, “rough” en inglés también quiere decir áspero, por lo que ese título bien se podría interpretar como “vivir o experimentar algo rudo y primitivo”. En efecto, en el mundo de la construcción (y algo sé de eso) to rough quiere decir alisar, paletear o cubrir una cavidad o “cubrir las asperezas” con algún tipo de mezcla. Por lo mismo, no deja de ser curioso que cuando consulto a mi traductor, este menciona que roughing equivale a “desbaste”, la acción y efecto de desbastar, que quiere decir justamente eso: lijar, limar, pulir, enrasar (en suma “quitar lo basto, encogido o grosero”), pero que también quiere decir instruir, educar o ilustrar… Ojo, no confundir ese término con “devastar” que significa destruir un territorio o arrasar.

 

Aquí me permito una breve digresión: cuando corregimos un documento (vale para cualquier escrito) y utilizamos un “corrector de textos”, estamos convencidos de que, con su sola aplicación, estaremos exentos de cometer errores. Esto, por desgracia, no es exacto: el corrector solo revisa la ortografía pero no el sentido de las palabras –no de diga el de las frases–, por lo que debemos estar seguros de su significado. Doy, por tanto, un clásico ejemplo: no es lo mismo “pábulo” (alimento, sustento, comida) que esa otra palabra parecida aunque diferente, me refiero a “párvulo” (también voz esdrújula pero con uve) que se refiere al pequeño, al “inocente, cándido o sin malicia”, o al “niño que está en el primer estadio de enseñanza escolar” (como define el DLE). Así que cuidado… ¡Mucho cuidado!

 

Estoy persuadido de que, para quienes nos gusta la escritura, es muy importante aprender el real y auténtico significado de las palabras. Y nada aporta más a nuestra cultura que el entretenido hábito de la lectura; se hace imprescindible entonces usar los vocablos, con la conciencia y adecuado conocimiento de los varios sintagmas. Es riesgoso, por lo mismo, usar términos que no conocemos por el simple prurito de querer impresionar… Además, y a pesar de lo ya dicho en un párrafo previo, resulta útil contar con el beneficio de cualquier corrector de textos; así aprenderemos, por ejemplo, que términos como dio, crio o guion no requieren de tilde.

 

Anoche, mientras disfrutaba un partido de fútbol, vi a los jugadores observar un minuto de silencio. Era su manera convenida de protestar contra el racismo. Recordé entonces la sugerencia del etnólogo francés Lévi-Strauss respecto a evitar el uso de la palabra “raza” y preferir el empleo de “etnia” como alternativa. Con ese mismo criterio, recomendaría desterrar el vocablo racismo (la humanidad no puede tener razas) y emplear voces como discrimen, marginación o exclusión. La vida misma debe ser un continuo ejercicio para limpiar todo tipo de innecesaria aspereza.


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