09 mayo 2020

Palestra

Es que, a él no hay forma de decirle que no. Porque el “Pelado” tiene una forma muy sutil de pedir las cosas; la suya es una forma muy especial, a uno le hace sentir como si él estuviera pidiendo perdón. Y es que, además, le conozco desde nuestra más tierna infancia, fuimos el mismo año a la misma escuela. Creo que estuvimos en distintos paralelos, hasta que de pronto, en cuarto de primaria, compartimos el mismo “pupitre” (palabra antigua, como cartapacio o cortaplumas). Fue entonces cuando el profesor me pilló distraído y, para disimular mi imperdonable desatención, supongo que me habré excusado inventando un inexistente malestar estomacal...

Fue ahí cuando el maestro confirmó mi condición de enfermo, y dispuso no solo que regresara a descansar en mi casa (vivía entonces “frente con frente” al mismísimo colegio); sino que encargó a mi solidario, preocupado y solícito compañero que me acompañara hasta mi casa y se asegurara de que no se agravaba mi malestar. Lo que el docente no había advertido, lo había captado mi condiscípulo, quien vió en mi “precario predicamento” una oportunidad para aprovechar del día libre e irnos más bien a su casa a jugar. Ahí, él, sus parientes y vecinos habían convertido en cancha de fútbol un angosto y bien guarnecido zaguán. Luego vendría la gestión de su madre, informando con una llamada lo sucedido, justificando mi tardanza en llegar.

No fue hasta seis años más tarde, que sucedería otro episodio que se habría de convertir en un definitivo punto de inflexión en nuestras vidas, en una experiencia que habría de marcar nuestra respectiva personalidad. Todo sucedió una cierta mañana cuando, antes de entrar a clases, pudimos apreciar que caminaba por los corredores un grupo de muchachos que parecían extranjeros y que iban vestidos al estilo costeño. Eran estos chicos, algo mayores a nosotros, e iban acompañados de quien parecía ser su director académico; era un individuo de talante desgarbado y bastante corpulento que, aunque vestía de civil, no tenía la apariencia de seglar.

Pasados los minutos y mientras ya estábamos atendiendo nuestra propia clase, un perentorio golpeteo en la puerta del aula interrumpió nuestras tareas y, pasados unos instantes, los jóvenes antes mencionados hicieron su ingreso y explicaron el motivo y propósito de su no anunciada presencia e inevitable interrupción. Venían de Venezuela, eran representantes de un grupo de apostolado, un movimiento juvenil conocido como “Palestra” y, aunque habían venido desde lejos, para dirigir una especial forma de retiro espiritual o convivencia, querían aprovechar para hablarnos a nosotros de su movimiento, a pesar de que el evento se iba a realizar únicamente con la participación de quienes eran alumnos mayores, de los dos últimos años.

Algo de distinto y especial había en la apostura de estos muchachos, su atuendo hacía imaginar que venían de un estamento acomodado; pero algo había en su actitud, forma de hablar y disposición que sugería algo indefinido, que denunciaba que había algo particular que los identificaba; pudiera decirse, a juzgar por su apariencia, que había allí una como simbiosis, flotaba en su semblanza una rara mezcla. Había algo en ellos que los emparentaba con el seminarista, el guerrillero y el intelectual. Su discurso era atípico, hablaban de la religión como de un combate; estaban imbuidos de un raro espíritu, vivían un animado entusiasmo y entregaban la impresión de que estaban conquistando el mundo o de que estaban dispuestos a luchar. Palestra significaba eso: un sitio para el combate, para prepararse a luchar.

No sé qué fue lo que el Pelado y yo hicimos, pero lo cierto es que alguien no pudo presentarse; y casi a último momento, de modo inesperado, recibimos una dispensa para poder participar. Acudir a esa primera Palestra en el Ecuador fue no solo una reveladora experiencia, fue toda una Epifanía. Más allá de la metodología de aquella convivencia y de su mensaje, a nuestros cortos quince o dieciséis años, nos entregó algo inédito: la nunca antes explorada certeza de saber lo que cada uno de nosotros era capaz de hacer, el reconocimiento íntimo, inédito y secreto de nuestras virtudes y fortalezas, la nunca antes ensayada confianza en nuestras propias posibilidades.

Tan pronto como en la primera noche, se nos dió a memorizar la letra del himno del movimiento. Ésta había sido adaptada del emblemático grito de guerra de los “partizanos” italianos. Aquél arrebatador “Bella ciao” (se pronuncia Bela chiao y quiere decir: Hola hermosa) que constituye una invitación al combate (es el mismo tema musical de la serie “La casa de papel”). La melodía perteneció originalmente a una “tarantella”; aquí recuerdo un par de estrofas, de las que vienen a mi memoria:

Cantemos juntos, mientras marchamos
A bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao.
cantemos juntos, mientras marchamos,
cantemos juntos nuestra Fe

Será la calle nuestra trinchera
A bella ciao, bella ciao, bella ciao, ciao, ciao.
Será la calle nuestra trinchera
Y la alegría un arma más

Pronto nos convertimos en sus más entusiastas seguidores; y, más tarde, pasamos a fungir como sus primeros y más precoces dirigentes. Hicimos las “palestras” para los demás colegios, fundamos la Palestra de mujeres y llevamos el movimiento a Guayaquil. Pensar que han pasado ya más de cincuenta años! Solo continuamos con el sueño que había animado a un hermano de La Salle de la Colina, de Caracas (aquel mismo lego desgarbado que había venido a visitarnos en cuarto de colegio). Quienes lo seguían, lo habían conocido desde siempre por su nombre de comunidad: “Hermano Felipe”, los demás lo conocimos como “hermano José Peñaloza”, un tal José... Él sembró en nosotros ese motivador mensaje de la existencia auténtica, del combate en el mundo, de la convivencia y del diálogo. Solo nos pasó la posta... nada más!

* He escrito esta reseña porque Palestra significó un hito importante para nuestras vidas. Y, claro, también porque el Pelado, mi querido compañero de colegio, me lo había pedido... Creo que no me podía negar!

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario