10 septiembre 2021

Barloventeando

Creo que fue al inefable Orejas a quien le oí decir que era a mí a quien había escuchado hablar por primera vez del efecto Coriolis. Siempre me pareció extraña la confesión, primero porque se trataba de un conocimiento bastante básico (bien pude haberle preguntado que “en dónde habría estudiado”, pero “la luz del entendimiento me hizo ser más comedido” -como habría dicho Lorca-, y me bastó con responderle lo mismo que alguna vez a mí también me habían dicho: “no te preocupes, nadie es perfecto”). Y, segundo, porque los planes de estudio americanos son idénticos y ambos estudiamos en Estados Unidos (él en Tacoma, Washington, y yo en Vero Beach, Florida).

 

Pero no le culpo. Es muy difícil que él -con esa formidable curiosidad que lo caracteriza- no lo hubiera aprendido si le hubiesen enseñado. Lo más probable es que no hubiese asistido a esa clase. Y eso es muy factible, dado el método, basado en individuales “sillabus”, con que se va completando el currículo de los que estudian para convertirse en aviadores. Y no le culpo, además, porque a mí mismo pudo haberme ocurrido algo parecido. Nunca olvidaré que en mi primera semana en Quito, luego de regresar de EE UU, y mientras me preparaba para rendir los exámenes de convalidación de mi licencia americana, fui a ver a mi hermano Adrián que en esos años trabajaba para la Aviación Civil en el viejo aeropuerto de Cotocollao. Sabedor de que debería rendir esas pruebas, me llevó a visitar a uno de sus amigos, un funcionario que trabajaba en la sala de meteorología; este casi me deja en Babia cuando me averiguó si conocía los términos de una pregunta del examen: barlovento y sotavento.

 

“Jamás los he oído”, musité. “Por lo menos no en relación con la meteorología”. “¿Son, acaso, los vientos que siguen el relieve de las montañas?”, inseguro pregunté. Al recibir la respuesta en afirmativo, recuerdo haber comentado que me los habían enseñado como “windward” (el lado de donde viene el viento) y “leeward” (el de hacia dónde se dirige), que, para el propósito que persigue el aprendizaje, se refieren al lado de la montaña donde se forman los rotores que producen intensa turbulencia. Así aprendí la traducción castellana para esas voces inglesas y… claro que me sirvió para el bendito examen. Fue una de las primeras preguntas que encontré. Me bastó con saber que sotavento era el lado de la montaña donde azota el viento. Y, acordándome de “zota”, es cómo lo memoricé…

 

Tanto barlovento como sotavento fueron palabras que antes ya había escuchado. Pero esta era la primera vez que las oía como relacionadas con la ciencia que estudia y predice al clima. Habría sido en clases de geografía, cuando habría escuchado esos términos como una forma de identificar a las pequeñas islas que forman un semicírculo que parece proteger al Mar Caribe. En efecto, es a las Antillas Menores, que van desde las Islas Vírgenes, al norte (es decir, hacia el este de Puerto Rico) hasta Trinidad y Tobago, en el sur, que se las llama como Islas de Barlovento; en tanto que a las que van desde Trinidad hasta Aruba (al norte de Venezuela), como Margarita, Los Roques, Bonaire, Curazao y la propia Aruba, se las conoce como Islas de Sotavento (del latín subtus, debajo).

 

Esto tiene su razón, porque en sentido marinero, debido a la dirección de origen de los vientos Alisios, estos soplan, en esas latitudes, desde el noreste; por lo mismo, pudiera decirse que las Islas de Barlovento resguardan al Mar Caribe, porque su ubicación parece “protegerlo de los Alisios”. En la práctica, nada hay que defender de estos vientos: “alisio” es un término que viene del latín “alis”, que significa gentil, suave o delicado. Estos son vientos regulares o “comerciales”; por ello, se los llama justamente “tradewinds” en inglés. Los Alisios han jugado un papel muy importante en la historia, especialmente en la era de los grandes descubrimientos; ellos hicieron factible el esfuerzo de los marineros ante los desafíos que se presentaron en los albores de la navegación atlántica, cuando debieron cruzar el océano con sus pequeñas naves.

 

En cuanto al efecto Coriolis, no es sino el fenómeno que afecta la trayectoria de los vientos como resultado de la rotación de la Tierra. Esta gira hacia el este, hacia donde “nace” el Sol. Los Alisios, que soplan del noreste al suroeste o del sureste al noroeste, de acuerdo al hemisferio donde se encuentren, son desviados hacia el occidente por la rotación de la tierra. Esta desviación se conoce como Coriolis. Estos vientos, debido a la temperatura, suben a otros niveles en la atmósfera cuando se acercan al ecuador. El Coriolis hace que los vientos se desplacen hacia los trópicos; y cuando se aproximan a ellos, cambian de dirección y adquieren mayor velocidad. El efecto toma su nombre de Gaspard de Coriolis, científico francés que no investigó la ruta de los vientos, sino la conducta de los sistemas de rotación. Coriolis exploró los sistemas cinéticos en la primera mitad del siglo XIX; y a él se debe que podamos anticipar el deambular de un elemento que no es otra cosa que aire en movimiento.


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