07 septiembre 2021

Robando, que es gerundio

Quizá ella nació para trabajar en cualquier otro oficio, pero la casualidad quiso que se convirtiera en legisladora. Difícil entender cómo una persona que ha dicho lo que ha dicho, puede estar investida de la potestad para dictar normas que han de dirigir la vida de las demás personas (que eso es legislar). La dama se llama Rosa Cerda, quien ahora arguye que no dijo lo que dicen que dijo, porque como suelen decir los políticos: “le sacaron de contexto”. Expresión con la que la “honorable” no ha hecho otra cosa que ejercer su derecho al pataleo; o ha ensayado una nueva forma de mentirijilla. Es decir, habría utilizado lo que mi abuela llamaba con anticipada, aunque nunca relacionada, intención “una mentira cerdosa”.

 

Rosa Elízabeth Cerda Cerda es la ahora famosa asambleísta que, en acto público ocurrido en una comunidad de san Francisco de Archidona, el 17 de julio pasado, ha recomendado a sus simpatizantes (se entiende, a manera de consejo) esta inefable joyita: “Si roben (sic), roben bien; justifiquen bien. Pero no se dejen ver las cosas, compañeros”… Pues sí, uno no alcanza a imaginarse cómo puede cualquier persona (no se diga un funcionario públiico), en sus cinco sentidos, pronunciar algo así de disparatado, ni siquiera insinuarlo. El punto es que, zoquete o no, es difícil imaginar que alguien, que por su función está incluso expuesta al escrutinio público, tenga el desparpajo de hacer tal tipo de exhortación. Tanto que uno empieza por averiguar si en realidad lo dijo.

 

El punto es que lo dijo. Y por empecinados que actuemos, tratando de darle la razón y de hacer de abogados del diablo, vamos a resolver una y otra vez que fue algo estúpido, algo digno de ser incluido en la más inverosímil antología del absurdo. Lo dijo, y esto se resume en “roben nomás, pero cuidado hagan caer en cuenta”. Con ello, además, se ha dado el lujo de sentar cátedra. Con una sola frase dijo más, mucho más, que cualquier código, catálogo o vademécum. Con catorce palabras dictó cátedra y sentenció qué hay maneras y maneras de robar, que se puede robar bien y que se puede robar mal; y que, para lo primero, para “robar bien”, hay que saber justificar (motivar, como dicen ahora) y, ante todo, hay que tener mucho cuidado en no delatarse uno mismo. Sí -lo dijo con otras palabras-, no se dejen sorprender en flagrancia, no caigan en la estupidez de dejarse descubrir.

 

No, no se dejen “ver las cosas, compañeros”. Cualquier cosa, menos dejarse ver. Primero nos pueden ver desnudos; pero nunca debemos permitir algo tan nefando, como que “nos vean las cosas”. Jamás deben “trincarnos”. ¡No, eso nunca, compañeros! Pueden cuestionar o dudar de nuestra integridad, pero nunca deben sospechar de nuestra viveza criolla, de nuestra sagacidad, de nuestra condición de impolutos sapos vivos. Jamás roben mal. Si roban, debe ser por algo que realmente valga la pena y, además, no debemos quedar expuestos por una ridícula minucia. Si robamos, ha de ser en grande y con un sentido absoluto de sigilo. Si nos sorprenden, mejor no robar. Robar es algo que solo puede hacerse si lo hacemos bien hecho. Ese, y no otro, es y debe ser el decálogo del buen ratero. Esta debe ser la única apología válida, este el emblema y el paradigma del robo bien hecho…

 

Ahora bien, lo que dijo Rosita ¿lo dijo acaso por corrupta?, ¿porque ella sí sabe “robar bien”? Sin menospreciar si lo que dijo estuvo bien o estuvo mal (ya que, ¡qué duda podemos tener respecto a esto!), lo que deberíamos tratar es entender porqué lo dijo. A mí, algo me dice que no lo hizo por corrupta; que lo dijo por uno de los siguientes dos motivos: por pura ignorancia o porque ingenuamente, como suele pasar en estos casos, quiso darse de “quitarán-deáhi”, de mucho lote, de sabionda contumaz, de profesora de algo de lo que nada sabía; porque está claro que no sabía de lo que estaba hablando. Pero, haya sido lo uno o lo otro, ambos se reducen a un mismo motivo: por pura ignorancia; y esto es justamente lo verdaderamente grave, que estamos gobernados por gente ignorante, que muchas veces no sabe leer ni escribir, gente ágrafa. ¡Nos gobierna una oclocracia! Y este es justamente el peligro de la democracia: el gobierno de la multitud o de la plebe ignorante.

 

Pero, claro, otra cosa es cuando a la ignorancia se suma la estulticia. O, lo que es peor, cuando en maridaje se juntan esa misma ignorancia con la desvergüenza. En el caso de doña Rosita, fue quizá una especie de “lapsus linguae”, quiso quedar como lo que no era (como ilustrada o bien enterada) y terminó regurgitando un “roben nomás; pero, verán, robarán bien, no harán quedar mal”. Haberlo dicho, la verdad, tampoco constituye delito; decir algo equivocado no es un delito, pero sí lo es invitar o invocar al delito. O lo sería, conchabarse para robar… Trabajé siete años en el Oriente: aquella era gente humilde y esforzada, gente honrada y buena. No quiero ni pensar que pude haberme equivocado. Que en realidad no había sido así...


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