17 septiembre 2024

Gorras de plato y rastacueros

«Elogia con frecuencia, admira solo a veces, no critiques nunca». Walter Seligman (o también Serner). Manual para embaucadores (o para quienes quieren llegar a serlo).

Habíamos ya terminado la primera vuelta. Nos dirigíamos al comedor del club, cuando mi compañero sugirió: «no te olvides de la gorra». «¿A qué te refieres?», le pregunté. «Es la nueva norma –me aclaró–: no se puede entrar al comedor sin retirarse la gorra». «No es ‘nueva norma’ –alguien aportó–, ya estaba en los reglamentos pero nadie hacía caso». Estaba por comentar algo, cuando mi amigo replicó: «Entonces tal vez deberían revisar primero los reglamentos, mi madre llamaba a eso ‘rastacuerismo’: el deseo de parecer mejor educado, más noble o exclusivo».

 

Reflexioné entonces en esa “nueva costumbre” que tienen algunos de no quitarse la gorra ni para dormir (y, quizá, ni siquiera para bañarse); y en cómo hoy se ve por todas partes, en especial en restaurantes y comedores, personas sentadas a la mesa o sirviéndose alimentos sin haberse retirado previamente la prenda que cubre su cabeza, tal como se lo hacía en nuestro tiempo y se nos lo inculcaba en casa y en la escuela. Esa no solo era una “buena costumbre” sino un gesto de etiqueta y una forma de respeto a los demás; era algo tan común como saludar o pedir permiso. Pero, claro, hacerlo solo ‘para pasar por el restaurante’ parecía ya un poquito exagerado.

 

Vengo de un oficio que mantiene todavía normas que tienen que ver con el decoro, el espíritu de pertenencia, el respeto a la jerarquía y asuntos parecidos. El uso mismo del uniforme de los pilotos requiere, si no de ciertas normas, de un protocolo básico y estandarizado. No hay que olvidar que muchos usos y costumbres que todavía se utilizan en la aviación comercial se heredaron de la marina mercante; la que, a su vez, los tomó de la milicia: ese es justamente el caso de los uniformes. Y esa misma prenda, la ‘gorra de plato’ que corona el uniforme de los aviadores, no puede, no debería ser usada en el interior de vehículos o edificios, sino solo cuando cumple un propósito… Caso contrario, y de acuerdo con las circunstancias, debería reposar bajo la axila o sostenida en el cuenco de la mano…

 

Una vez ya dentro del avión, la gorra no debe usarse (y, de acuerdo, a las circunstancias, ni siquiera la chaqueta). Es falsa aquella imagen que presenta la cinematografía de la primera mitad del siglo pasado, que exhibía a los pilotos haciendo su trabajo de cabina, portando sus viejos auriculares, sobrepuestos a las gorras de sus uniformes… Yo era piloto de una aerolínea nacional y volaba un día como pasajero, cuando pude observar que el comandante de la nave (este era parte de un contingente de pilotos de otra nacionalidad que habían sido temporalmente contratados), en pleno vuelo y sin que mediara razón para ello, salió desde la cabina de mando a la cabina de los sorprendidos pasajeros, perfectamente uniformado, tal como si fuera a bajarse del avión para salir a la calle…

 

Claro, hay costumbres y costumbres… A nadie se le ocurriría, en nuestra sociedad, ingresar a una iglesia sin retirarse el sombrero; pero, en cambio, ese no es el uso para otras religiones o sociedades que, más bien, utilizan solideo (un tipo de cubierta); o, de las mujeres, que como fue antes el caso de la sociedad española y latinoamericana, utilizaban mantilla para ingresar a los templos católicos. En nuestras mismas sociedades, hasta hace tan solo unos cincuenta años, era una costumbre bastante generalizada el uso del sombrero de fieltro; pero quienes lo portaban en la calle se descubrían al llegar a un lugar cerrado y lo dejaban colgado en un perchero.

 

Hay palabras en nuestro idioma que ya no se usan; es el caso de daguerrotipo, palimpsesto, paletó o rastacuero. No solo que ya no se usan: no todos saben su exacto significado. Dice el diccionario que ‘rastacuero’ o ‘rastacueros’ pudiera provenir del francés rastaquoère, término que equivale a “vividor, recién llegado o advenedizo” y con el que se conoce, en algunos países, a una persona que se exhibe como “inculta, adinerada y jactanciosa”. Prefiero la definición de la madre de mi amigo: alguien con ínfulas o pretensiones de ser, o tener, más de lo que realmente vale o tiene… Quizá nada defina mejor el vocablo que su contraparte chilena, ‘siútico’: persona que presume de fina o elegante, o que procura imitar en sus costumbres o modales a las clases más elevadas.

 

Pero son los mismos franceses quienes dicen que habrían tomado prestado el término de los sudamericanos, para referirse a los ‘nuevos ricos’: a los que no son pero parecen. Habría sido el general venezolano José Antonio Páez (1790-1873), presidente por tres ocasiones, quien supuestamente, asustaba a los españoles, amarrando cueros a las ancas de los caballos, haciéndoles creer que tenía un ejército más numeroso… Lo llamaban “el arrastracueros”.


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