10 septiembre 2024

Más rápido, más alto, más fuerte

Hace pocas semanas concluyeron los Juegos Olímpicos, competencia que se celebra cada cuatro años. Los juegos fueron inspirados en una antigua celebración religiosa que, asimismo, se realizaba cada cuatro años en el templo de Zeus, en Olimpia –una ciudad de la antigua Gracia– con la participación de los diferentes reinos y ciudades-estado. Su duración era de alrededor de un día pero las festividades se prolongaban por el resto del mes. Siendo un homenaje a la divinidad, se acordaba suspender los conflictos bélicos y se decretaba una “tregua olímpica”. La palabra olimpíada pasó entonces a significar “período de cuatro años”.

Esta actividad religioso-deportiva se inauguró en algún momento del siglo VIII a.C. y se mantuvo hasta el advenimiento del cristianismo cuando Teodosio, emperador romano, decretó, en el siglo IV d.C., la suspensión de las prácticas paganas. Los ejercicios físicos fueron en la cultura griega parte integral de la formación de niños y jóvenes; para su enseñanza se utilizaba el “gimnasium”, lugar donde además se impartían valores morales.

 

Hacia finales del siglo XIX un pedagogo e historiador francés  llamado Charles Pierre Frédy, Barón de Coubertin (1863-1937), desilusionado por la derrota de su país en la Guerra Franco-Prusiana, se inspiró en la especial atención que se daba a la educación física en los planes de estudio británicos, y propuso la idea de renovar la antigua costumbre helénica. Coubertin fue designado primer presidente del Comité Olímpico Internacional, COI; y se encargaría de la organización de los primeros juegos. Él desempeñaría esa función desde 1896 hasta 1925.

 

En la actualidad participan unos 200 países en los juegos, con representantes en alrededor de 40 disciplinas. Hoy existen los “juegos de verano” (que acaban de culminar en París), que se efectúan en el primer año de la olimpíada; y los “de invierno” que se ejecutan el tercer año del mismo período. Hay, además, otras dos variedades: los Juegos Paraolímpicos, dedicados a personas con discapacidad; y los llamados Juegos de la Juventud, con la sola participación de adolescentes. Si bien los juegos tuvieron hasta hace poco un carácter puramente amateur o aficionado, ya no existe amateurismo puro en el evento pues se permite la participación de deportistas profesionales. No olvidemos que la palabra francesa amateur significa hacer algo por “amor al deporte”.

 

Si algo parece no estar convenido es la forma de exhibir el cuadro de países con el número de medallas obtenidas (oro, plata y bronce): unos medios exhiben como primero al país que obtiene un mayor número de medallas de oro; otros, al que va obteniendo un mayor número total de preseas. Me ha parecido que quizá el COI pudiera asignar una suerte de puntuación que correspondiera a cada uno de los tres tipos de medalla, de forma tal que esa pretendida puntuación pudiera establecer una más equilibrada (¿coherente?) “tabla de posiciones”.

 

Esto, por lástima, estaría basado en un criterio necesariamente subjetivo y tal vez no satisfaría a todos los países galardonados. En esta ocasión, la circunstancia de que una deportista que representa a Santa Lucía (pequeño estado, ubicado en las islas de barlovento, y con solo 600 km. cuadrados –dos tercios de la extensión de la isla Puná– y con menos de 200.000 habitantes), obtuviera la presea de oro en una de las más importantes pruebas de velocidad, me ha llevado a pensar en la eventual necesidad de que los países participen con un a suerte de “índice de desempeño” que reconozca, por ejemplo, su densidad poblacional y, quizá, su PIB per cápita; ese eventual “indicador de perfomance” quizá permitiría asignar un factor más objetivo, a más de un reconocimiento más justo y adecuado...

 

Esto, sin desmerecer el que todos compitan con el propósito de lograr la mayor participación posible; afán que no siempre logra cristalizarse. Este es precisamente el caso de la ausencia de Rusia en los juegos de este año. Los soviéticos fueron sancionados por la guerra que mantienen con Ucrania; su ausencia, por lo demás, ha repercutido en la repartición general de medallas. Esta lamentable situación se aleja del espíritu de los juegos y se ha repetido en las dos grandes conflagraciones mundiales (durante los años 1916, 1940 y 1944) y en aquellas otras circunstancias en que hubo ausencias provocadas por el deseo de boicot a los juegos (años 1980 y 1984, en tiempo de la Guerra Fría), asunto que fuera propiciado por ciertas potencias políticas en litigio. Resulta lamentable (y asaz contradictorio) pero el mundo moderno se ha mostrado impotente para decretar treguas como las que se observaron en la Gracia Clásica.


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