“Especie” es una palabra que a veces cobra una connotación zoológica. Estuve revisando un periódico digital y algo tenía un titular que hacía referencia al ex presidente mexicano que llamó mi atención; describía a López Obrador como “el último de su especie”… Antes de optar por la lectura del artículo, preferí conjeturar por qué. Así, medité en los probables significados de “último”, en especial “más reciente” o “menos repetido”, pero resolví –más bien– decantarme por el que dábamos en la escuela al compañero que se caracterizaba como el menos aprovechado, al que tenía más dificultades para aprender: el “último” de la clase.
Es que, ¿es necesario parecer obsesivo, esperpéntico y atrabiliario para constituirse en líder de una ideología progresista?, o ¿no es posible serlo, ser un buen líder, siendo fiel a una sincera forma de pensar, haciendo honor a una honesta ideología, buscando sin aspavientos e histrionismo (léase, sin abusar del cínico populismo) la prevalencia del bienestar para los más necesitados y débiles en un ambiente de respeto a todos los demás sectores; y que, además, promueva la paz social? De veras, ¿son indispensables el discurso excluyente, el odio que divide, el rictus de sarcasmo y de ironía cuando se trata de incitar a los otros y gobernar?
Dicen los autores del artículo que “a sus años, el líder indiscutible de la izquierda mexicana y uno de los políticos más influyentes de América Latina se retira”; y yo me pregunto ¿es eso el amor de servir al pueblo?, ¿solo eso, satisfacer la vanidad de ser mandatario, darle gusto a la egolatría, y luego retirarse y conceder entrevistas?, ¿es “eso” el liderazgo y nada más que eso? ¿O hay un deber y un compromiso que no caducan, un afán inmarcesible que exige continuar orientando y procurando ser un guardián permanente y un intransigente adalid? Quien ejerce el liderazgo ideológico no tiene, no puede tener, derecho a la jubilación, no puede entregar sus armas ni transigir, no puede “retirarse”. Un mandatario que termina su período no cesa tampoco de tener una responsabilidad extendida con su país.
Una de las postreras iniciativas de AMLO ha sido promover una nueva constitución; con ella se propone nombrar jueces escogidos por votación popular, como si la justicia debería estar en manos de quienes más carisma o atractivo tienen, y no en las de quienes demuestren una mejor capacidad de gestión, parezcan ser más justos y más sabios. Como si la justicia debería estar administrada por quienes el pueblo quiere y no por quienes serían los más idóneos y de más probada e incorruptible honorabilidad. Esa es, claramente, una visión contradictoria y populista, a medio camino entre la ilusión de un equivocado idealismo redentor y la nostalgia revanchista que solo puede tener un megalómano trasnochado. Todo un dilema: ¿cómo se controla la delincuencia y la corrupción con jueces sesgados, que deben el favor de haber sido elegidos, y que ponen por delante el compromiso político a la recta administración de justicia? ¿No es esa la manera más estúpida de promover la aberración jurídica y la impunidad?
Enrique Krauze, prestigioso ensayista e historiador mexicano, se refería en esos mismos días (y en el mismo medio) al cesado líder; lo tildaba de “un mesías tropical“. Recordaba haber esbozado su retrato psicológico: “…un hombre con vocación social pero lastrado, al mismo tiempo, por una ambición de poder oscura, irracional, vengativa. Su carácter intemperante, su obsesión consigo mismo, su desinterés por el mundo exterior, su ignorancia económica, su desprecio por el Derecho, su dogmatismo ideológico y su autoritarismo político…” Krauze sostiene que su engreimiento lo ha llevado a aspirar a un lugar fundacional en la historia de su país, a pesar de que su gestión ha sido un desastre, del cual tiene total responsabilidad.
“Su demolición más reciente incluye –dice– la división de poderes y el orden republicano vigente por 200 años. Ha destruido el Poder Judicial: se despedirán miles de jueces y se elegirán nuevos por votación popular. Pero su legado más grave es haber sembrado, día tras día, el odio y la división en la sociedad mexicana. A esta tragedia se le ha llamado la Cuarta Transformación. Es un agravio a la noble tradición socialista llamarla ‘de izquierda’”.
En mis días de escuela me pidieron consultar el significado de Derecho. Aprovechando que nos visitaba un hermano recién graduado de abogado, le pregunté a él para satisfacer la tarea. “Así se llama, me contestó, por ser el camino más recto para llegar a la justicia”… He pensado que elegir jueces por designio “democrático” equivaldría a convertir al Derecho en el camino más rápido para llegar a la impunidad y al desafuero, a la vorágine y a la anarquía…

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