Tengo un velador o mesa de noche; pero sobre él no mantengo, como otros lo hacen, un “libro de cabecera”. El texto, que acaso merecería ese pomposo nombre, lo conservo en una mesa lateral de mi estudio; es una traducción en inglés editada en pasta dura de los Ensayos de Michel de Montaigne, que alguna vez adquirí en la repentina liquidación de una conocida librería de Anchorage. Fue, a través de esas reflexiones o ensayos, que supe de una serie de pensadores y filósofos cuyos aforismos y pensamiento fueron dejando en mí ese mismo deseo de conocer “algo más”, deseo que ya me había acicateado el estudio de “humanidades” en el colegio.
Montaigne vivió casi al mismo tiempo que Cervantes (era tres lustros mayor); gracias a esas reflexiones del francés fue que llegué a conocer de ese filósofo –que fuera contemporáneo de Jesús– que había sido Lucio Anneo Séneca. Él pertenecía a una distinguida y acomodada familia, había nacido en la Córduba romana en el año 4 a.C., lo cual habría ocurrido –si, como parece, Dionisio Exiguo estuvo equivocado en su cálculo del Anno Domine– el mismo año que nacía el propagador de esa bondadosa doctrina que llamarían cristianismo. Lucio era hijo de un distinguido orador llamado Mario Anneo Séneca (conocido como Séneca el Viejo).
A Séneca, orador escritor y político, le había correspondido colaborar con cuatro emperadores romanos: Valerio, Calígula, Claudio y Nerón. Siendo todavía joven fue cuestor con el primero; pretor con el tercero; y fue designado por la intrigante Agripina (esposa de Claudio) como preceptor de su hijo Nerón, de quien fue uno de sus principales consejeros. De hecho, Séneca y Afranio Burro fueron quienes realmente gobernaron el Imperio, mientras el díscolo emperador –que a su tiempo mandó a asesinar a su hermano y a su propia madre– era todavía muy joven. Tampoco Séneca escapó de caer en desgracia; fue condenado a muerte y prefirió el suicidio.
El estoicismo consiste en la fuerza de voluntad de la persona para controlar sus emociones o sentimientos. Para ser virtuoso, exige comprender las propias pasiones y aprender a lidiar con ellas para que prevalezca la razón. El camino del estoico requiere de la búsqueda de tres principios: virtud, tranquilidad y felicidad; a la autorrealización (la eudaimonia) se llega por medio de la virtud moral (el areté) y la serenidad (la ataraxia). La virtud estoica requiere de sabiduría, valentía, justicia y moderación. El principio básico del estoicismo es la fuerza de la razón para sobrellevar el sufrimiento. Su fundador habría nacido en el SS III a.C. cerca de la actual Lárnaca (sur de Chipre), en una colonia fenicia. Lo suyo no era, como se pudiera creer, el desprecio o desdén por el propio sufrimiento. El hombre se llamaba Zenón de Citio.
Lo que sigue he tomado y resumido de la enciclopedia de la Real Academia de Historia:
En Roma, Lucio Anneo Séneca estudió gramática y retórica. Frecuentó las escuelas filosóficas y se inclinó por el estoicismo. En el año 32 alcanzó la cuestura. Ejerció la abogacía en el foro y obtuvo repetidos éxitos. Fue un extraordinario orador. Chocó con Calígula (años 37 al 41), quien estuvo a punto de hacerle asesinar (dicen que envidiaba su elocuencia). Séneca era de salud enfermiza, sufría de asma, lo que le obligó a abandonar la abogacía. En el año 41, el emperador Claudio (años 41-54) lo desterró a la isla de Córcega por instigación de Mesalina, quien le acusó de cometer adulterio. Permaneció nueve años en el destierro.
En el año 55 alcanzó el consulado. Su actividad política comenzó como preceptor de Nerón. Séneca demostró cierto carácter doble: a la muerte de Claudio, redactó el elogio fúnebre, que lo leyó Nerón y, al mismo tiempo, escribió contra el difunto por haberlo desterrado… Fue consejero de Nerón durante los cinco primeros años del emperador, en compañía de Afranio Burro. Esos fueron los mejores del gobierno de Nerón; durante ese tiempo toleró los crímenes de Nerón y se enriqueció continuamente. Su carácter fue vacilante y contradictorio.
Fue también un escritor prolífico. Pensaba en la brevedad de la vida, creía que esta no debía ser malgastada en vanidades, ni desperdiciada; pero, ante todo, fue un moralista. Sus frases contienen profundas lecciones deontológicas, están escritas con elegancia y adornadas de gran sabiduría. El cordobés pensaba que la felicidad consistía en vivir de acuerdo con la naturaleza, no en disfrutar del placer. El influjo de su pensamiento fue muy significativo para los primeros escritores cristianos de aquellos tempranos siglos. Séneca tomó con indulgencia las imperfecciones ajenas; por ello, se le atribuye el conocido adagio: "Errare humanum est".

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