17 junio 2025

Encomio de la estupidez

“Lo que mantiene en actividad al mundo, es la locura… Ella es alegría, indispensable para la salud y felicidad. El hombre de pura razón, sin pasión, es una estatua de piedra, sin ningún sentimiento, sordo a las emociones, incapaz de amor y compasión”. Francesc Lluis Cardona. Prólogo al Elogio de la locura.

Desiderio Erasmo, o Erasmo de Rotterdam, fue una mente brillante y uno de los más grandes eruditos que tuvo el Renacimiento. Nacido en Países Bajos en 1466 (la Enciclopedia Británica duda si fue en 1469), Erasmo fue un filósofo humanista; nunca quiso que lo consideren como teólogo (“no soy sino una sombra de teólogo”, dice en el Elogio de la locura). Fue también un eminente escritor y un admirado intelectual; pero, sobre todo, un reformador, aunque no en la línea de Juan Calvino o Martín Lutero, ambos protagonistas de la Reforma Protestante, sino un pensador libre que criticó y quiso cambiar tanto la actitud pseudo-religiosa de los católicos seglares como la falsa espiritualidad del clero y los resabios de los frailes y sacerdotes.

 

Fue el segundo fruto de los amores ilícitos de un clérigo y su sirvienta. Desde chico tuvo una tendencia enfermiza; sin embargo, había recibido desde pequeño una influencia beneficiosa: el independiente espíritu flamenco. Escogió él mismo un segundo nombre, Didier o Desiderio, y pronto optó por al seminario, aunque aquella parece que fue más bien una experiencia algo dolorosa: “La disciplina espartana y la rigidez espiritual de la escolástica habría sido para sus nervios, finos, sensitivos y curiosos, un verdadero martirio”, dice uno de sus estudiosos.

 

El Elogio se ha convertido en su obra más conocida y, para la opinión de sus críticos, es también superior a los Adagios, conjunto de refranes y apotegmas que siguió completando, aún luego de su inicial   publicación, hasta el día de su muerte (1536). El Elogio de la locura está narrado por la Sandez (así con mayúscula) en primera persona. A juzgar por el texto, quizá quiso titularlo Encomio de la estulticia o, incluso, ‘de la estupidez’. Así hubiera sido más exacto, pues a lo que quiso referirse no era al desvarío o al disparate, sino más bien a la idiotez y a la necedad.

 

El suyo es un estilo jovial, bromista y hasta atrevido. “Así como no hay cosa más tonta que tratar un asunto serio de manera frívola –comenta–; de igual modo, hay pocas cosas tan ingeniosas como tratar un tema burlesco sin incurrir en chocarrerías… pues siempre se le ha concedido al ingenio la liberalidad para burlarse de lo humano, con la única condición de no ofender a nadie”. Por ello, si la cordura ha de ser lo contrario de la locura, la razón ha de ser lo opuesto a la pasión: “La verdadera prudencia consiste en darse cuenta que el hombre es mortal y mejor haremos en no emplear más sabiduría que la estrictamente compatible con la generalidad de los hombres, y hacer la vista gorda con sus errores: la vida no es más que un juego de locos… hasta los chicos saben que ‘hacerse el tonto’ es el colmo de la sabiduría”.

 

Erasmo criticó los abusos del clero y a la ignorancia de ciertos monjes; estuvo en contra de la rigidez en la educación y de una espiritualidad que no fuese auténtica. El reformismo de Erasmo estaba basado en la modestia, en el amor al trabajo con un profundo espíritu religioso. Sus ataques al clero se refirieron en especial al relajamiento de las órdenes mendicantes. “Aunque los Apóstoles han dicho en el Evangelio: ‘Todo lo dejamos para seguirte’, los frailes hoy poseen tierras, ciudades y vasallos, cobran tributos y gabelas en sus puertos y señoríos.”

 

“Tenemos ‘frailes y monjes’, nombres impropios, pues rara vez se demuestran religiosos. En cuanto a lo de ‘monjes’, que quiere decir solitarios, aquello no les va, pues se los encuentra merodeando por todas partes”. “Estos (tipos) marranos, ignorantes y groseros, pretenden con desvergüenza ser la imagen de los Apóstoles”. “Tanto se parecen, que no sabemos si son los frailes los que han dado lecciones a los charlatanes o si estos han enseñado a los frailes”.

 

El espíritu de Erasmo no era pugnaz; por ello, no estuvo a favor de la Reforma ni contra los dogmas; buscaba una distinta espiritualidad. Combatió a Lutero con su De Libero Arbitrio, aunque se negó en forma renuente a colaborar con el papado. “La ciencia es una de las calamidades de la vida”, decía; “por eso, a los autores de los males, de los que proceden las desventuras, se los llama demonios, vocablo que significa ‘los que saben’, es decir sabios”. “…la palabra malvado se refiere a los brujos, encantadores y hechiceros, a quienes los hebreos llamaban mechasephim (que la Sagrada Escritura ha traducido, en latín, como maleficum). “El fin de la teología es descubrir a Cristo, y no el de caer en discusiones carentes de sentido”…


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