Hace algún
tiempo tuve que juzgar —y eventualmente sancionar— una tonta y lamentable
acción administrativa de alguien que, en el ánimo de no perder su empleo, se
creyó obligado a forjar un documento para esconder una incomprensible
negligencia. Siempre me pregunté por qué un hombre bueno, en ocasiones, se ve
forzado a recurrir a “soluciones ingeniosas” en lugar de reconocer a tiempo una
simple, y hasta inocua, omisión en el debido ejercicio de sus responsabilidades.
En situaciones así, uno se enfrenta a la incertidumbre. Se siente en el filo de
la cornisa: se obliga a elegir entre dos opciones antagónicas: crueldad o magnanimidad… 
* Para quienes eligen actuar con benevolencia en tales casos, me permito copiar dos capítulos íntegros ** del tratado de Lucio Anneo Séneca titulado De la clemencia. Séneca fue un destacado filósofo estoico que siempre cobra, y conserva, una prodigiosa y formidable actualidad.
“Mas, para evitar que nos engañe a veces el seductor nombre de clemencia y nos lleve al defecto contrario, veamos en qué consiste esta virtud, cómo es y cuáles sus límites. Clemencia es la moderación de un alma que tiene poder para castigar; o es la indulgencia de un superior para con el inferior en la aplicación de los castigos. Más seguro es proponer muchas definiciones por temor de que una sola no abarque bien todo el asunto, y pequemos, por decirlo así, por vicio de fórmula: así pues, decirse puede también que la clemencia es la inclinación del alma a la dulzura, cuando se hace necesario castigar”.
“Otra definición existe que encontrará contradictores, aunque se acerca mucho a la verdad. Si decimos que la clemencia es la moderación que suprime algo del castigo debido y merecido, se objetará que no hay virtud que haga menos de lo que es debido. Sin embargo, todos comprenden que la clemencia consiste en imponer menos castigo que el que podría imponerse en justicia. Los ignorantes creen que su opuesto es la severidad, pero no existe virtud que sea contraria a otra virtud”.
“¿Qué se opone, pues, a la clemencia? La crueldad, que no es otra cosa que la dureza de alma en la aplicación de los castigos. Pero existen gentes que, sin aplicar castigos, son sin embargo crueles; como aquellos que matan a desconocidos y transeúntes no por provecho, sino por el placer de matar. Y no se contentan a las veces con matar, sino que quieren atormentar; como (…) los piratas que abruman a golpes a los prisioneros y los arrojan vivos al fuego”.
“Esta es la crueldad; pero como no es consecuencia de venganza (pues no ha habido ofensa), como no se la ejerce sobre culpables (porque no le ha precedido un crimen), se encuentra tan fuera de nuestra definición, que solamente comprende el rigor excesivo en la aplicación del castigo. Podemos decir que no es crueldad, sino ferocidad, buscar goces en los tormentos ajenos; podemos decir que es locura, porque existen diferentes especies de locura, y ninguna es tan evidente como la que llega hasta la muerte y los tormentos. Llamo pues crueles, a los que, con motivos justos para castigar, no guardan conveniente moderación. Así era Phalaris, a quien se censura, no a la verdad de haber castigado inocentes con demasiado rigor”.
“Esto es lo que rechaza lejos de sí la clemencia: porque es cosa cierta que puede estar de acuerdo con la severidad. Pertinente es a nuestro asunto examinar aquí qué significa la misericordia. Muchos hay que la consideran como virtud, y llaman bueno al varón misericordioso; y sin embargo, es vicio del ánimo. La crueldad y la misericordia están muy cerca: una de la severidad, otra de la clemencia. Debemos, pues, evitarlas por temor de que, bajo apariencia de severidad, caigamos en la crueldad, y bajo apariencia de clemencia, en la misericordia. En este último caso es menos peligroso el error, pues siempre hay error en separarse de la verdad.”
** Son los capítulos III y IV de la segunda parte del tratado. Espero les puedan servir alguna vez de utilidad…
 
 
 
 

 

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