Caminábamos con Álvaro esa mañana, jugábamos
al golf y estábamos por terminar el hoyo nueve. De pronto, se acercó a saludar un jugador de una cancha vecina; era algo rollizo, parecía acostumbrado a mandar, tenía modales refinados; me preguntó si yo era el
padre de Felipe. Se identificó como Salomón y me dijo que desde hace tiempo
había querido conocerme, que quería que supiera lo mucho que apreciaba todo el apoyo
que un hijo suyo había recibido de mi hijo… Hoy ese “chico” (tiene ya más de 40) ha
colgado en Facebook un
mensaje colmado de gratitud; en él aparece una foto de los dos, en la que
Felipe, hoy ya cerca del Creador, le ayuda a saborear los últimos rescoldos de una
paella recalentada… 
Sí… raudo ha pasado este año. Es doloroso recordar que hace ya un año, tuvimos uno de los días más confusos y tristes de nuestra familia; a pesar de nuestro dolor, ha sido reconfortante saber que Felipe había significado algo especial, no solo en nuestra vida familiar, y en la de sus tan queridos amigos, sino en la vida de mucha gente. ¡Felipe tenía muchos amigos, tenía amigos por todas partes!
En la tarde de sus responsos, unos pocos entre sus amigos, que habían bajado a acompañarnos a Guayaquil, contaron unas pocas anécdotas y recuerdos de sus vivencias con mi hijo. Es curioso: a veces una sonrisa en esos momentos, no se convierte en un gesto irreverente: sino en uno de gratitud. Resulta la forma más noble de rendir homenaje a quien se ha ido. Surge ahí un equilibrio entre el dolor y la ternura: la despedida encuentra así una cierta respetuosa dignidad…
Si trataría de resumir sus sentimientos, diría que estas fueron sus tres mejores virtudes:
Su alegría y sentido del humor (siempre estaba embromando a alguien);
Su avidez por disfrutar y compartir todo aquello que le regalaba la vida; y
Ese, su sentido innato de solidaridad social, siempre tratando de ponerse en la situación de quienes tenían menos que él o, incluso y simplemente, de quienes nada tenían.
Soy un poco el culpable de haber inculcado en él esa, su tan extraña pasión por los deportes. Era, él mismo un extraordinario futbolista. Quiso primero ser arquero y persistió a pesar de ser aquella una posición ingrata donde rara vez se cosecha el resultado de los méritos y se debe cargar con el injusto peso de las derrotas… Por eso, quizá, decidió jugar más bien como “quinto hombre”, defendiendo con pundonor, liderando con raro empeño su divisa…
Algo me dice que ese día tan triste –y tormentoso– para su mujer, Mariola; sus tiernos hijos; sus padres y sus hermanos; sus amigos cercanos; para todos nosotros… él había adelantado sus obligaciones para no perderse un partido de la Champions League: jugaba uno de sus equipos preferidos: el Atlético de Madrid (Felipe era barcelonista, pero también un incorregible e irredento “colchonero”). Quizá iba apurado… Pocos días atrás me había dicho: “No se preocupe, pa… Ando siempre en auto blindado y voy siempre con chofer”… La última vez que lo vi, almorzamos juntos y me prometió tomar en cuenta la impericia ajena y andar con precaución y prudencia...
Se fue porque quiso llegar a tiempo. Y no lo culpo: no lo puedo culpar. Eso es lo que vemos todos los día en nuestra sociedad; ¿acaso no es eso lo que todos perseguimos? Queremos llegar pronto, queremos “ser” y conseguir todo siempre rápido. No queremos desperdiciar ni un solo minuto…
Un día, siendo él todavía pequeño –tendría diez años– regresábamos de la playa con toda la familia. Los dos salimos algo más tarde y quizá tratábamos de alcanzar al otro vehículo… Llovía; al salir de una curva, vimos un poco tarde un animalito que se cruzó en el camino (era un pequeño perrito). No hubo nada que pudiéramos hacer. Un poco más adelante, paré el auto: ambos tratábamos de esconder nuestras lágrimas, comprendimos (él quizá por primera vez; y yo, por una vez más) que el amor es a veces tener que compartir una misma tristeza, tratar de reconocer el sufrimiento ajeno y saber responder con un gesto de ternura…
Se fue hace un año. Solo nos quedan esos lindos recuerdos. Es el único rescoldo que a veces nos queda en la vida, como esos restos que tratamos de aprovechar en esa ya vacía paellera...
 
 
 
 

 

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