02 septiembre 2010

Los cuentos de la Biblia

Quién no ha cedido a la tentación irresistible de los cuentos? Si no, quién alguna vez declaró su tedio o su fastidio cuando de niño le dieron alguna oportunidad de abstraerse al embrujo subyugante de los cuentos infantiles? Por mi parte, fueron muchas las oportunidades que tuve de visitar la casa de uno de mis más queridos tíos, sólo para tener la repetida posibilidad de escuchar los relatos grabados de los incomparables cuentos de Blancanieves, La Cenicienta o Caperucita.

Fueron historias que las podíamos escuchar hasta el cansancio. Dicho de mejor modo: eran historias que tenían el raro sortilegio de no cansarnos jamás. Y, no bien se habían terminado, que ya estábamos dispuestos a repetirlas de nuevo, como si abrigásemos la escondida esperanza que la próxima vez su desenlace sería diferente; o sea, aun más feliz que lo de costumbre. Tenían esos cuentos la rara condición de transportarnos a un mundo ajeno e irreal; pero que nos tenía persuadidos que tal universo si existía en la realidad, que no era inexistente.

Y en la escuela también sucedía algo parecido. Cualquier mañana las clases normales se suspendían, porque nos iban de reunir en la capilla para darnos otras que se llamaban de “Historia Sagrada”. Fue de este modo, como fuimos descubriendo, uno a uno, los diversos personajes que tiene ese libro lleno de alegorías, pero no exento de fantasías, que es la Biblia católica, basada en la tradición hebrea. Allí se narraban los episodios de Caín y Abel, de Abraham y de Moisés, de Sodoma y Gomorra, de Noé y el Diluvio Universal. Allí se mencionaban nombres femeninos de una fuerza moral y un magnetismo inigualables, como Sara, Raquel o Rebeca. Allí no se decía que “hicieron el amor” o que “la poseyó”; pues se usaban eufemismos como “se allegó a ella” o “la conoció”…

La Biblia, que había sido escrita originalmente en idiomas vernáculos hebreos, había sido traducida al griego por setenta sabios; versión que se dio en llamar Septuaginta. Esta tenía su traducción latina, pero no estaba escrita en un estilo fácilmente entendible para el vulgo; por lo que fue necesario hacer una versión popular que es la que se conoce como Vulgata. Es de esta Biblia atribuida a San Jerónimo, que nace la primera traducción castellana, la llamada Biblia Alfonsina, patrocinada por el rey Alfonso X. Sin embargo, hasta la aparición de la Biblia de Jerusalén, hacia la segunda parte del pasado siglo, la más conocida de todas seguía siendo la muy famosa de Reina-Valera; conocida como Biblia del Oso, por la presentación de ese mamífero bebiendo miel en su portada.

Los cuentos de la Biblia deben haber ejercido su influjo en mi fascinación por esto de las historias relatadas. Alguna vez yo mismo estuve animado a dedicarme a escribir cuentos; y eso es justamente lo que hice en mis primeros devaneos con la literatura; hasta una tarde en que uno de mis hermanos mayores habría de hacerme la perentoria como concluyente advertencia de que “no se puede vivir del cuento”. Asunto del que más tarde habría de darme cuenta que carece total y definitivamente de sustento; sobre todo si se observa hoy en día a los políticos criollos, que no sólo “viven del cuento”; sino que, además, viven como príncipes gracias a los embelecos y cuentos fabulosos con que persuaden y predican.

Quizás el cuento mas interesante y contradictorio lo encontramos en el Génesis. Es la sorprendente historia de Jacob, el hijo gemelo menor de Isaac, el mismo que había arrebatado, gracias al subterfugio de un plato de menestra, nada menos que la primogenitura de su velludo hermano mayor, Esaú, en un gesto no carente de engaño, deslealtad y astucia. Su acto espurio e ilegítimo habría, sin embargo, de ser bendecido por su padre. Las acciones de Jacob, llamado más tarde Israel, serían defendidas por la tradición hebrea, pues es este personaje el padre de las doce tribus que originarían el árbol genealógico del pueblo judío.

Si el episodio de suplantación de la primogenitura del hermano tiene su intrínseco cuestionamiento; aquellos del escogimiento de su esposa y de la posterior excusa artificiosa de su doble cuñado, marcan la historia más sorprendente y promiscua de los “sagrados” relatos bíblicos. Se trata de una historia de celos, astucia y competencia entre dos hermanas, disputándose el afecto de su cuñado y esposo; recurriendo ya no al embuste vicarial; pero optando, además, por el ardid del ofrecimiento de la propia empleada de servicio, para asegurar así un mayor número de descendientes del hombre de sus idénticas preferencias…

Aunque los preceptos de la ley mosaica habrían de venir después (no fornicarás, no desearás la mujer de tu prójimo); es cuestionable si las implicaciones morales ya estarían contenidas en estos relatos. Es mejor leerlos sólo como una historia; dentro de un contexto histórico caracterizado por distintos preceptos morales; como una situación anecdótica donde lo que cuenta es el desenvolvimiento de una curiosa trama, más allá de la lección que debe dejar toda humana moraleja.

La historia de Jacob es la de alguien que había tenido hijos con cuatro mujeres diferentes, dos de las cuales eran hermanas entre sí. Eran, definitivamente, otros preceptos, otras costumbres y otros tiempos! Para vivir como Jacob, en nuestros días, habría sido necesaria una conducta condenada y vituperada; la capacidad de burlarse con astucia y premeditación; literalmente, la facultad para “comerse a otros al cuento”. Qué historias más fascinantes son las que nos regala la Biblia! Qué fuerza gravitacional tienen! Qué entretenidos son sus cuentos!

Shanghai, Agosto 31 de 2010
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