07 septiembre 2014

De plegarias y ridículos

Mi madre había sido favorecida por una rara habilidad para el diseño y la alta costura. Esas destrezas suyas aportaron a satisfacer en buena medida los ingentes gastos que requería el presupuesto de nuestra familia. De hecho, uno de mis primeros recuerdos es una pequeña extensión que existía en su recámara, la misma que hacía las veces de taller de costura. Allí  habían instalado un pequeña cama angosta que la recuerdo cubierta de un blanco y espartano cobertor. Es la más vieja memoria que tengo de lo que fuera mi primer dormitorio. Hoy imagino que el haber tenido que compartir "mi propiedad" con aquella máquina Singer y esas enormes cestas de mimbre donde prolijamente ella ordenaba sus encomiendas, artilugios y retazos, debe haber morigerado en forma muy temprana mi ya incipiente altanería...

Su más secreta ilusión fue la confección de prendas que diseñaba y cosía para sus pequeños hijos. Ciertas tardes nos acicalaba con esas expresiones de su costurero ingenio, tomaba con nosotros uno de esos inolvidables colectivos que cubrían el precario transporte urbano y nos llevaba al centro del apacible Quito para hacer las diferentes compras que su oficio requería. No faltaron las visitas a esos almacenes donde expendían géneros de todo color e infinita clase de textura; no puedo olvidar a sus orondos propietarios, hábiles mercaderes de talante apacible que parecían pertenecer a una raza para mí aún desconocida. Luego de realizadas las necesarias adquisiciones, el itinerario se completaba con la fugaz visita a un templo, trámite sólo apurado por la perentoria promesa de la infaltable visita a una rica confitería.

Fueron esas abreviadas visitas a aquellos callados y mortecinos lugares de culto, sumadas a la oración que ella nos hacía rezar a la hora de ir a la cama, las únicas expresiones de piedad a las que estuvimos sometidos. Esto habría de cambiar muy pronto, ya que acaecida su prematura despedida, los trasiegos religiosos eran de muy alto rigor en el lugar donde fuimos a continuar la infancia: la casa de mi abuela. Allí era obligatorio el rezo del rosario vespertino, con sus repetitivos padrenuestros, glorias y avemarías; y, sobre todo, con esa ajena reiteración que conocían como letanía y que sólo la abuela, con su impecable dicción, noche a noche repetía. Era ésa una cláusula en la que sucumbíamos al tedio y a la modorra, sólo aligerada por la convicción de que el cumplimiento de aquel latino rumor era ya prometedora señal de que la devota ceremonia pronto concluiría.

Hoy sé que aquella mística repetición, que se profería y contestaba hacia el final del rosario familiar, se conocía como "Letanía de Loreto"; consistía en un rito de súplicas y alabanzas a la Virgen María que se ha conservado por casi quinientos años. Con el paso del tiempo (luego del Concilio Vaticano) la plegaria ha sido traducida a los diferentes idiomas, pues antes -al igual que la mayoría de los ritos y ceremonias religiosas del cristianismo católico-, se conducía utilizando un idioma (el latín) que poco a poco fue perdiendo su tradicional prevalencia. Vale decir, con lástima, que estuvimos repitiendo en forma casi automática una oración cuyo texto, en la mayoría de los casos, lo intuíamos pero nunca entendimos su cabal significado!

He recordado esas casi olvidadas e infantiles invocaciones al enterarme de la burda e insólita "adaptación" del padrenuestro católico que, sin cumplir con un mínimo sentido de respeto religioso y proporción, ha impulsado el gobernante Partido Socialista Unido de Venezuela que, en grosera muestra de plagio y carencia de imaginación, ha compuesto su "oración del delegado", con la que se expresa con ese lamentable cáncer que es el culto a la personalidad de ciertos líderes políticos.

Igual que nos sucedió a nosotros cuando éramos niños, hoy barrunto que tan nostálgicos devotos no tendrán idea del sentido de sus irreverentes y poco originales ruegos. Me queda la persuasión -convertida en método de consolación- que al igual que aquella letanía lauretana que en nuestro cansancio y sopor de infancia entonces repetíamos, su lectura ha de ser señal cierta de que los excesos del “chavismo” estarán viviendo ya sus postreros estertores un una patria que en forma harto diferente alguna vez soñó Bolívar. Amén.

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