14 abril 2016

Paz y salvo

Han pasado dos semanas desde que decidí dar un paso al costado y retirarme del que había sido mi último trabajo. He pasado, por tanto, en estos mismos días, cumpliendo con el proceso de entrega de mis responsabilidades administrativas. Más que eso, he debido cumplir con una serie de pasos para devolver lo que se me había confiado, para comprobar que no debía nada, que me voy con las manos limpias; igual como cuando ingresé a trabajar para la institución a la que serví con dedicación por un año y medio. Esto ha implicado una confirmación de que me encuentro "in good standing". Es lo que llaman "paz y salvo".

Cuando inicié esta última experiencia, me propuse devolverle a la aviación parte de las satisfacciones que me había regalado tan generosamente durante mi vida profesional. Fueron tantas, tan felices y divertidas mis vivencias como piloto, que siempre pensé que sería muy difícil retribuirle a esa actividad lo que me había regalado con tanta prodigalidad. Han sido tantos y tan interesantes los episodios vividos, tan sorprendentes e inolvidables las oportunidades compartidas, tan variados los periplos realizados; tan lejanos y sorprendentes los países visitados, tan entrañables los amigos... que siempre pensé que no sabría cómo agradecerle a la vida la maravillosa experiencia que fue para mí aquello de "saber volar".

¿Quiero decir, con estas reflexiones, que ya he cancelado parte de aquella deuda? No, de ninguna manera! Pero, puedo decir, sin ningún rescoldo de falsa modestia, que siempre me quedaré corto para cumplir con el nada romántico propósito de retribuir algo de lo que la aviación me supo regalar. Es más, creo que nunca he de poder cumplir con esa deuda que a los aviadores se nos convierte en asignatura.

A veces que hago un repaso de mi carrera, me pregunto cuál pudo haber sido mi más grande realización como piloto de aeronaves. Es probable que si reviso mis consecuciones y las enmarco en el espejo de la vanidad, ceda a los susurros de la fatuidad y me sienta tentado a comentar que podría haber sido que quizá tuve la infrecuente oportunidad de empezar a volar demasiado temprano. Aquello de haber comandado un pequeño avión de veinte pasajeros cuando tan solo contaba con diecinueve años de edad o un turborreactor de aerolínea cuando recién contaba con veintisiete, fueron situaciones especiales que no se dan con mucha frecuencia en el mundo competitivo y complejo que me tocó en suerte vivir.

Pero no va por ahí... Todos esos hitos, por muy honrosos que parezcan, no los puedo considerar como los mayores logros que pude haber conquistado como aviador. Y si estos no fueron los más importantes, entonces ¿cuáles lo fueron?

Estoy persuadido que la mayor realización de la que puedo sentirme orgulloso, es la de haber podido transmitir a otros pilotos lo que mis primeros instructores me enseñaron y supieron inculcarme; haber estado consciente que lo que había aprendido, no era sino un tesoro temporal que yo lo tenía que pasar a los que vendrían después. Transmitir todo eso que me enseñaron, sintiendo que ello no era ningún secreto, vino desde siempre con un mensaje que me comprometió para el futuro: pasar lo que había aprendido con el mismo celo que los médicos cumplen con su juramento hipocrático: con la misma mística, responsabilidad y afán de servicio.

Dejar de hacer las cosas que uno quiere no es necesariamente parar lo que se hace y así ponerle a ello un punto final. A veces el decidir un giro drástico en nuestras actividades solo implica abrir nuevas puertas para otras oportunidades que nos quiere ofrecer la vida, o que ella nos tiene reservadas para el futuro.

He leído por ahí la historia de un hombre que no pudo aprovechar una oferta de empleo como mensajero de la empresa Microsoft, todo porque carecía de un correo electrónico… Al ver que la oportunidad no se materializaba, él decidió hacer minúsculas inversiones que lo fueron convirtiendo poco a poco en un importante magnate de la distribución de alimentos. Cuando un cierto día quiso asegurar sus incalculables inversiones, le pidieron una vez más que proporcione su correo electrónico, asunto que confesó que nunca lo había poseído... Entonces le comentaron de lo aún más poderoso que pudo haber llegado a ser su imperio si se hubiese preocupado de disponer de aquel elemento. ¿Se imagina lo que hubiera logrado si lo hubiera tenido?, le preguntaron. "Claro, contestó -sin ánimo alguno de ironía-, sería el chico de los mandados en las oficinas de Microsoft"...

Nunca hay un plazo para devolverle a la vida lo que nos ha regalado. Y mantener esa actitud hasta el final será siempre nuestro más importante "paz y salvo".

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario