25 abril 2016

“Unsolicited advice”

Es curioso, y no sé si tiene alguna explicación lógica, pero creo que a nadie le gusta recibir consejos (me refiero a aquellos que no han siso solicitados); y, claro, yo no soy la excepción, reconozco que no soy uno de esos pocos que salen del montón. Siempre he creído que hay ocasiones que recibir un consejo o una recomendación es una especie de regalo, una suerte de privilegio, pero prefiero que cuando me den una sugerencia sea porque antes yo la había solicitado. Estoy persuadido que la gente que se propone dar consejos muchas veces no está debidamente enterada, no sabe la realidad individual de las demás personas y supone situaciones sin tener los suficientes elementos de juicio. Es por eso que resulta inevitable preguntarnos si aquellos que ofrecen un nunca solicitado consejo pueden saber de nuestras complicadas, contradictorias y tan diferentes vidas algo más que nosotros mismos…

Como creo que ya conocen, me gusta jugar al golf durante los fines de semana. Hay en este deporte un cierto protocolo, un tipo de etiqueta que no se puede, que no se debe violar: se trata de la regla 8-1 que se refiere justamente a dar o recibir consejos de alguien a quien no se ha solicitado una muestra de su conocimiento o sabiduría (o, como lo llaman ahora, de su “experticia”). En el golf no se puede pedir ni otorgar consejos, punto. Hacerlo sería una forma injusta y desigual de hacer intervenir un elemento de apoyo o de ventaja en la ecuación; los golfistas lo saben, conocen que están expuestos a una penalidad, aunque no estuvieran jugando un torneo oficial, saben a qué se arriesgan; y sobre todo, saben lo fastidioso que es para el destinatario y para los demás jugadores que alguien se ponga a darse de profesor.

Ahora… la vida es algo un poco más serio que un simple juego de golf, y como dicen en mi tierra “cada uno es cada uno”, lo que en buen romance quiere decir “nadie sabe lo de nadie” o, como se dice en inglés “mind your own business”, que se traduciría como “preocúpate de tus propios asuntos”. Así que, si no quiero que me salgan con una frasecita destemplada, mejor me preocupo de lo que es mío y me compete. Por lo que creo que en la vida también debería aplicarse algo como la norma 8-1 a que hago referencia; no estoy seguro si con uno o dos puntos de penalidad, pero creo que ya tuviera suficiente castigo si a mi eventual consejo no solicitado me responderían con una admonición o advertencia que me obligaría a guardarme mis consejos y tratar de ahí para siempre en ni siquiera volverlo a intentar.

Hasta hace pocos años me tocó en suerte vivir en un tipo de sociedad donde inclusive opinar era a veces interpretado como una forma de dar consejos y, lo que es peor, como una forma desafortunada e indiscreta de querer juzgar a los demás. Reconozco que muchas veces eso de aportar con una recomendación o sugerencia puede ser un gesto conveniente y además desinteresado, pero muchas veces es interpretado como una impertinente invasión en la privacidad ajena. De hecho, cualquiera que sea la intención del voluntarioso consejero, sus aportes están basados en un criterio subjetivo y a menudo parcializado; sus proposiciones o meras sugestiones están inevitablemente inspiradas en sus propios valores y prejuicios, o en su particular experiencia. No siempre esos valores y experiencias tienen aplicación general.

Recomendar, en ese sentido, equivale a invitar a otros a buscar sus objetivos con nuestros métodos y con nuestros valores; equivale a insinuar a otros que pueden alcanzar sus metas con los valores que son los nuestros. Nunca se debe olvidar que es imposible propiciar la felicidad ajena con los valores que nos son propios, así como sería inaceptable y utópico que queramos alcanzar nuestras metas y realizaciones con los valores de los demás.

Hay algo de psicológico involucrado en esto de dar y recibir consejos; simplemente, a nadie le gusta que le digan qué es lo que tiene que hacer. Así y todo, siempre hay gente que está dispuesta a escuchar una sugerencia, a intentar nuevas formas de hacer y de actuar, gente que inclusive está esperando -especialmente en áreas de lo laboral y profesional- que alguien les sugiera cómo mejorar lo que les ha sido asignado y cómo hacerlo mejor a efecto de efectuar un trabajo más apegado a la excelencia, reconocido como más profesional. A pesar de ello, existe una realidad incontrovertible: muchas relaciones se empeoran o se dañan en forma irrevocable porque las partes involucradas optan por decir siempre al otro lo que tiene que hacer. Este prurito mina la confianza mutua y erosiona el sentido de aprecio que requiere quien percibe que tiene el suficiente buen criterio o el necesario sentido de iniciativa.

Es inexcusable: quien insiste en dar consejos, mira con el prisma de sus propias creencias y de sus íntimos convencimientos, acertados o no, erróneos o no. Por eso pudiera insinuarse que quien proporciona consejos sin haber sido invitado, refleja con su actitud las urgencias, necesidades y problemas de quien funge como consejero, más que los de la persona para quien están destinados esos consejos. No hay duda: mejor cada cual a lo suyo, ya que “cada uno es cada uno”...

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