27 abril 2016

Semblanza de una impostura

Mientras exploro distraídamente El País digital, encuentro un entretenido blog titulado "Jot down" (algo así como "Tomando nota"); así, mientras continuo con mi breve exploración, la búsqueda me conduce a un interesante artículo relacionado con esa no tan rara cofradía que constituyen los idiotas. La cereza del pastel es que hacia el final de la relación, aparece un individuo portando un cartel en el que se lee una leyenda incoherente por lo mal escrita: "Death to all juice" ("Que mueran todos los jugos"). Es evidente que lo que quiso escribir el mal informado personaje era algo así como "Death to all Jews" ("Muerte a todos los judíos")... No hay derecho -pienso y coincido con el autor- para ser tan cretino!

La nota me ha hecho recordar a un díscolo y necio personaje que alguna vez fungió como uno de mis colaboradores (creo que nunca se destacó precisamente por aquello de ser un "colaborador", de modo que dejémoslo así); digamos, más bien, que era uno de mis directos subordinados. Era este un individuo un tanto desequilibrado. Vaya, digámoslo de una vez: era un individuo inseguro y acomplejado, lo que los españoles llamarían con el malsonante y poco distinguido término de "gilipollas". Poco a poco fui descubriendo su real natural, pues a más de ser un tipo testarudo, parecía ostentar unas credenciales que no tenían un verdadero sustento. Sus títulos eran falsos, sus credenciales no eran más que una ridícula impostura.
 
Pablo Cebolla era un espécimen obstinado. Es que era eso: un vulgar y perfecto gilipollas. Lo intolerable de su patológica psicología era que siempre creía tener la razón, sepa o no sepa de lo que se estaba discutiendo o se estaba tratando. Para colmo, sus criterios y posturas se probaban la mayoría de las veces equivocadas y, como resultas de su empecinada posición, casi siempre terminaban produciendo costos adicionales o agravando la situación que al principio se había tratado de corregir o solventar. Era el epítome mismo de la necedad; su tipo siempre me hizo recordar la sentencia de Anatole France, aquella de que "el tonto hace más daño que el malvado, porque el malo descansa a veces, en tanto que el necio jamás".

Era el tal Pablo un mozo pertinaz; su porfía lo llevaba a actuar siempre como un imbécil; palabra, esta última, que nos viene del latín con el sentido de enfermo, pusilánime o débil. Para colmo, y como todo estúpido, este conspicuo personaje pecaba siempre de presumido. Ya se sabe el conocido adagio: "Dime de qué presumes y te diré de qué careces". Cuando en ocasiones yo analizaba su personalidad y me preguntaba que por qué era que mentía, recordaba que la gente muchas veces miente por miedo o por temor; que miente para ocultar su inseguridad o para disimular su vulnerabilidad. El suyo era el empaque de un ser bipolar, de aquél que se muestra como lo que no es, y que quiere presentarse como lo que cree ser.

Cebolla tenía un serio conflicto con el debido respeto a la autoridad; siempre barrunté que su problema con las jerarquías se debía a sus probables carencias afectivas… Con frecuencia notaba que presumía de lo que presuntamente había realizado, para no tener que hablar de lo que nunca había sido. Eso parecía subrayar su desequilibrio emocional, eso quizá le hacía pensar que sabía todo y que, por lo mismo, era indispensable e irreemplazable; además estaba convencido de que el mundo giraba a su alrededor; y para ello se había creado un mundo ficticio, uno en el que existía solo lo que su mente quería que existiera… Parecía tener una perentoria urgencia: obtener de aquellos a quienes impresionaba la reafirmación de lo que carecía; por ello “quería ser en las bodas la novia y en los entierros el muerto”.

Claro que nadie está en la obligación de ser más inteligente que los demás, eso nos viene de fábrica, como el tamaño de la nariz. Mas, si alguien no ha sido favorecido en el sorteo, no debe pecar de pedante o de altanero, ni tampoco hacer alarde o presumir de lo que no tiene. Lo malo es que cuando alguien se siente inseguro de sus credenciales, o sabe que se ha fabricado un falso currículum, busca en la apariencia un medio para tratar de no quedar en ridículo frente a otras personas que están mejor preparadas; su temor lo lleva a forzar su estrecha visión del mundo, para no verse obligado a tener que justificarse o dar explicaciones...

Dice un conocido adagio: "sospecha (piensa mal) y acertarás". Sé muy bien que esta es una frase negativa, aunque muchas veces nos protege, sobre todo de los que son miembros de aquella inaguantable fraternidad. Nos guste o no, nadie está exento de cometer desatinos o de haber nacido, en cuanto a perspicacia, desfavorecido por los insospechados caprichos que tiene la fortuna. Pero de ahí a darnos de astutos e ingeniosos… solo nos exhibe como lo que realmente somos: como unos personajes impresentables. Y como cretinos irredentos.

Muchas veces pensé en convertir a Cebolla en el principal personaje de la novela que jamás yo habría escrito, pero… si ya abunda ese vicario espécimen en el mundo adulterado de la realidad, para qué saturar de gana aquel otro mundo paralelo, el maravilloso de la fantasía!

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