01 mayo 2016

El club de la tristeza

Hay una voz en inglés que no tiene exacta traducción al castellano, se trata de la palabra “infamous”. Si utilizo un traductor de textos, me va a indicar que significa infame, lo cual no es ni exacto ni tiene el mismo sentido que en el idioma original. La voz en sí misma encierra un sentido contradictorio, es casi una adaptación de la voz famous (famoso), implica algo que causa o acarrea infamia, pero se refiere más bien a quien tiene una muy mala reputación, a algo que produce descrédito, deshonor, ignominia, oprobio, vergüenza, escándalo y desgracia. Ser “in-famoso” quiere decir ser famoso pero al revés, serlo por las razones equivocadas.

Medito en esta curiosidad semántica mientras reviso el informe del FMI en el que se  incluye al Ecuador -junto con Brasil, Argentina y Venezuela- en lo que el estudio llama “el club de la tristeza” al analizar la situación de la economía en esos países de Sudamérica. Ahí se nos pronostica una poco auspiciosa expectativa tanto para este año como para el siguiente. Esto constituye un muy lamentable tipo de “fama” pues significa que hemos pasado a estar en la mira de la comunidad financiera internacional; que hoy representamos un elevado riesgo y que hemos dejado de ser atractivos como sujetos de crédito. Somos, por lo mismo, parte de los “in-famosos”…

De acuerdo con el informe del FMI, Ecuador, que venía creciendo a un ritmo bastante aceptable (3.7% del PIB en el 2014), sufrió un total estancamiento en el 2015 (crecimiento de 0.0%). Pero hay algo peor: las perspectivas para este año y para el siguiente solo son más negativas para Venezuela, el país más problemático de la región, ya que nuestras tasas de decrecimiento superan los cuatro puntos (-4.5 y -4.3 respectivamente). ¿Qué ha pasado? En este sentido pueden darse diferentes y muy contradictorias explicaciones, todas ellas influenciadas por un ingrediente de carácter político: de modo que será mejor analizar la situación como se lo hace en los accidentes aéreos, donde no se pregunta ¿qué pasó?, sino más bien ¿por qué?

Es probable que, para esta triste como lamentable situación, exista una serie de causas políticas, sociales y conceptuales; pero al final del día todas las razones que queramos considerar se habrán impregnado de un componente político primordial. Entonces… ¿por qué?, ¿qué está pasando en el Ecuador? Tratemos de aportar con algo, con parte de ese diagnóstico, y busquemos el porqué:

Aspectos políticos: Ecuador ha experimentado una lamentable erosión de su institucionalidad en la última década; esto ha producido un paulatino estado de debilitamiento de los fundamentos de su estructura democrática. Se ha desarrollado en este tiempo una evidente ausencia de transparencia así como una irresponsable tendencia gubernamental al despilfarro. La corrupción campea al socaire de la impunidad: los jueces no exhiben su probidad y no destacan por su independencia. A esto habría que añadir la práctica exagerada del clientelismo (abuso de subsidios), y la confusión, en la práctica, de dos conceptos que no son sinónimos: los de Gobierno y Estado, lo que ha producido un pernicioso cautiverio de la burocracia.

Asuntos culturales y sociales: la gente, especialmente la juventud, ha estado ausente del debate de ideas; existe una deprimente veneración por las frases y conceptos repetidos, tautología que refleja conceptos vacíos que impulsan el odio y el resentimiento. Con esto se ha perdido un elemental sentido de colectividad y de pertenencia. La comunicación está secuestrada y se hacen desde el gobierno enormes erogaciones por mantener un enfermizo culto a la personalidad. Hay, por otra parte, una preocupante erosión de los valores, producto de la bonanza temporal de una nueva clase media emergente. Se hace urgente revisar y redefinir un nuevo concepto de liderazgo, uno en el que prime el objetivo de motivar e inspirar.

Aspectos conceptuales: existe un grave desajuste conceptual debido el exagerado protagonismo que se le ha otorgado al Estado (no solo en la economía, sino en toda forma de expresión social); esto ha creado no solo un desestímulo, sino además un debilitamiento general de la iniciativa privada, cuyos actores han dejado de aportar al concepto de producción que requiere un Estado saludable. A esto se suma un mal empleo de la propia dolarización, que fue creando desde el principio una absurda distorsión en la realidad de la economía. Resulta ridículo pero esto se ha expresado en la realidad del día a día: nada cuesta menos de un dólar, ni una limosna ni una propina. Todos estos factores se han sumado para configurar esta década perdida.

Ante este escenario ¿qué debemos hacer? Es indudable que tenemos que aprender a vivir en una etapa de vacas flacas, y esto amerita una muy austera actitud, como lo requiere una economía de guerra. Pero para enfrentar esta situación se debe empezar por efectuar un reconocimiento de que la condición existe. No se trata de proponerse y dar el salto al primer mundo. Un día escuché en Buenos Aires que la economía de un país es como las diferentes categorías que existen en los torneos de futbol: no se puede jugar en primera si no se ha salido previamente de segunda; y no se juega en segunda, sin haberse primero convertido en campeón de tercera… Claro que todo esto toma tiempo, pero por algo tenemos que comenzar!

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