24 mayo 2016

Todavía es seguro volar?

Los más recientes accidentes aéreos, ocurridos alrededor del mundo, parecerían denunciar un móvil de jaez político: actos de terrorismo destinados a reivindicar una cierta postura extremista. Así nos parece, por lo menos. Pero… ¿qué tal si no se trata de estos inexplicables impulsos o motivos?, ¿qué nos quedaría, a quienes vemos con preocupación este súbito debilitamiento de la seguridad aérea, para explicar el porqué de estas catástrofes que han empezado a ser tan frecuentes?

¿Qué pasaría si muchos de estos desastres no deberían atribuirse al terrorismo, y tendríamos que averiguar si estas mismas tragedias tienen que ver más bien con motivos técnicos o con razones emparentadas con cómo el ser humano se ha adaptado (o no se ha sabido adaptar) a los avances que se han conseguido por el progreso de una tecnología que no ha permitido al personal aeronáutico -particularmente a los pilotos- absorber debidamente los nuevos conocimientos, procesarlos en forma metódica y profunda, y -especialmente- comprender una contradictoria arquitectura que, lejos de facilitar la operación de esas aeronaves, la torna de pronto más compleja en momentos de inesperada congestión de tareas y cuando se debe atender a más de un asunto a la vez?

La gente ha empezado a preguntarse: ¿qué es lo que está pasando con la aviación comercial?, ¿por qué es que ahora, cada vez con más frecuencia, suceden una serie de accidentes “absurdos”, por razones inexplicables e irrisorias? ¿Será que el avance vertiginoso que ha tenido en los últimos años la aviación comercial no ha ido de la mano con el desarrollo de la industria, con la organización de aerolíneas y más operadores, con los sistemas y métodos de instrucción aeronáutica que se han utilizado y que se han impuesto? No puede descartarse tampoco el aspecto regulatorio; es hora de averiguar si los nuevos requisitos mínimos de experiencia que se están aplicando, son realmente suficientes y, sobre todo, si los currículos de estudio y entrenamiento que se están utilizando hoy en día sirven para compensar justamente esta prematura exposición a los rigores del vuelo.

Esto justamente parecen averiguar importantes corrientes de opinión a lo largo y ancho del mundo. Por ello que la pregunta que surge como más compartida es la de si la aviación comercial es realmente tan segura como hasta aquí habíamos pensado; y si ese anterior índice de seguridad aérea no era sino un espejismo, y si lo que hasta aquí se pregonaba como un resultado de un esfuerzo compartido no era sino una complaciente e inmerecida coincidencia. ¿Es volar realmente tan seguro como habíamos creído y como nos habían dicho? Es difícil responder a todas estas inquietudes y preguntas, en momentos de una expansión aérea tan vertiginosa e inusitada; cuando, para satisfacer medianamente esta voraz demanda, es necesario adquirir cada vez más y más aviones, los mismos que son tripulados por más y más pilotos que solo han recibido un entrenamiento básico.

Pero no solo se trata de la demanda comercial, existe también una muy limitada oferta de pilotos con buena experiencia. A esto debe sumarse el ingente costo que representan los abreviados planes de entrenamiento que solamente cubren un incipiente programa y no proporcionan las destrezas necesarias a los pilotos que reciben -a menudo, apresurados por las necesidades operacionales- esos currículos iniciales de instrucción. Estas condiciones no favorables, a menudo se ven agravadas por una actitud generalizada, en las empresas comerciales, de desdén y deterioro de los planes corporativos en beneficio de la seguridad aérea. Prospera el convencimiento generalizado que invertir en seguridad resulta ocioso e improductivo, y -ante todo- costoso y ajeno al concepto de eficiencia y productividad que las empresas persiguen. Aquello de “optimizar” se convierte entonces en un pretexto y en un enemigo escondido de la propia seguridad.

Hace algo más de cuarenta años (hay quienes de burlan cuando se habla de cómo se gestionaban los asuntos de entrenamiento y de seguridad en aquellos tiempos) una de las frases de mayor impacto, que se escuchaban en el ambiente aeronáutico era justamente aquel axioma de que “el mejor mecanismo de seguridad en cualquier avión era un piloto bien entrenado”. Eran tiempos en que no se vislumbraba, ni siquiera se imaginaba, el prodigioso avance que tendría la tecnología; nadie sospechaba que los instrumentos análogos, los relojitos, serían reemplazados por “cabinas de cristal”; que habrían controles de vuelo que serían activados a control remoto o sistemas autónomos de navegación que harían redundantes los sistemas de “precisión”, en cuya operación se entrenaba con tanta exigencia a los pilotos. Esto ha dado paso, por desgracia, a un exceso de dependencia en la automatización y -resulta lamentable tener que admitirlo- a un perjudicial sentido de complacencia...

Pero todo esto ha sido inevitable, fue el resultado del desarrollo perentorio, brusco y atropellado que ha tenido una actividad que a duras penas cuenta con algo más de un siglo de vida. Este es el precio inexorable que la humanidad ha tenido que pagar por un sistema de transportación cada vez más rápido y versátil...


Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario