19 agosto 2016

En búsqueda de Perseo

Comentábamos, en una entrada anterior, que existe una curiosa tendencia en la mitología griega de hacer responsable de diversas situaciones a Poseidón. Esto es probable que así haya ocurrido dada la naturaleza díscola del dios de marras. Poseidón, el dios de los mares, siempre fue visto como una divinidad caprichosa, impetuosa e impredecible; y, ante todo, voluble como las tormentas e inestable como la intranquilidad de los mares. De ahí que, no habiendo una explicación coherente para ciertos episodios, el recurso acostumbrado fuera el de involucrar a ese indócil dios en las vueltas del destino e interpretar la fortuna en base a sus arrebatos.

Esto precisamente ocurrió con otro de los mitos griegos, el de la horripilante Medusa. Se dice que era extremadamente bella, aunque caracterizada por su enfermiza vanidad. Había cometido el desliz de acostarse con el siempre travieso Poseidón; pero había dado curso a sus pasiones en el mismísimo templo de la diosa Minerva, quien enojada por la imperdonable profanación, habría convertido al hermoso cabello de la frívola Medusa en un manojo de serpientes repugnantes. Desde entonces la Medusa adquirió la propiedad de transformar a los hombres en estatuas de piedra con solo mirarlos a los ojos.

Pero, no sólo existen personajes siniestros en los mitos griegos; en su Panteón existe también cabida para los imponderables redentores. Así, los helenos inventaron otros seres legendarios, mitad dioses y mitad humanos: los inefables héroes. Este es el caso de Perseo, el gran héroe griego anterior a Hércules. Perseo es el héroe mítico salvador que decapitó a la insidiosa Medusa, es el dueño de un nombre cuya etimología sugiere la condición de aquel que asola y arruina, del que destruye y arrasa. Cuando llega Perseo es para poner las cosas en un nuevo orden; lo hace para vengar y restituir, para redimir y reparar.

Pero la mitología no está solo para dar testimonio de la imaginación del hombre, o para expresar sus temores, obsesiones y creencias. Su propósito ulterior es el de entregarnos la sabiduría de sus parábolas, participarnos de sus consejos y advertencias, proporcionarnos sus lecciones morales. El mito se convierte así en el método didáctico por excelencia; es el recurso que los hombres más sabios utilizaron en la antigüedad para recomendarnos la virtud y darnos sus moralejas.

Vivimos hoy una hora difícil para la humanidad. Ahora, los ideales de progreso luchan contra la intolerancia, el argumento maniqueo y el absolutismo, estos factores  erosionan los cimientos en los que se sustenta la democracia; pero, por sobre todo, hacen posible el debilitamiento del marco institucional que requiere la estructura de la sociedad. Sin ese marco, la automática consecuencia es el avance impune y desenfrenado de ese monstruo llamado corrupción, esa verdadera Medusa que debe ser decapitada con urgencia.

Estoy persuadido de que ni siquiera se trata ya de un asunto relativo a la ausencia de valores. El aspecto de fondo es una enfermiza condición estructural. Las circunstancias están dadas para que campeen el abuso, el desparpajo y la arbitrariedad. Así, el inmediato resultado es el voraz enriquecimiento de unos pocos cínicos; pero, la consecuencia a largo plazo es la postergación de ese estado general de bienestar al que hemos dado en llamar progreso. La ecuación es entonces cada vez más preocupante: a mayor corrupción, más tiempo tomará promover y desarrollar una sociedad.

Tengo un buen amigo que colabora como funcionario de gobierno. Un buen día, mientras compartíamos una distendida sobremesa, le pregunté acerca de cuáles consideraba que eran los mejores logros y los peores desaciertos del gobierno del que formaba parte. A lo primero respondió refiriéndose a la obra pública y a la inclusión social; en cuanto a lo segundo, su respuesta fue tan inesperada como elocuente: ¡la corrupción!, se sinceró. Nunca cuestioné la incoherencia de que persistiera en su colaboración a pesar de reconocer tal convencimiento; pero me ha quedado la inquietud de si aquel estado de corrosión sólo es posible cuando se ha desmoronado la institucionalidad que debe primar en cualquier Estado.

No hay duda, hace falta un héroe que descabece a la Medusa. Se busca un nuevo Perseo!

Share/Bookmark

No hay comentarios.:

Publicar un comentario