06 agosto 2016

Un olímpico desdén

A veces retozan desde temprano en el jardín. Sin embargo, lo más frecuente es que se los encuentre dormitando durante la madrugada. Tan pronto advierten que se ha quitado el seguro y está entreabierta la puerta de entrada a la casa, la empujan en forma indecisa y entonces sí, una vez que han superado su inicial incertidumbre, ascienden ansiosamente la grada y acuden a los dormitorios con ímpetu desbocado. Son mis dos mascotas: un rubio mastín (este es un flemático dogo de Burdeos) y un inquieto, fusco como su nombre, Schnauzer gigante.

Concluido el trámite de caricias y mimos perentorios (su común fascinación es una buena rascada en el cogote), poco a poco se apaciguan y tranquilizan; entonces se acomodan junto a  mí velador (¿por qué le dirán "mesa de noche" los sajones?) y emprenden con gustoso deleite su ceremonioso y acostumbrado protocolo: realizar su primera siesta del día. Este es un proceso ritual, cuando ociosos dormitan orondamente. Y lo ejercitan con olímpica haraganería...

Medito entonces en el sentido de la voz "olímpico" en estos días, tiempos que son de una nueva y recurrente olimpíada; acontecimiento deportivo que, como se sabe, se lo efectúa cada cuatro años desde que se lo reinició, hacia las vísperas mismas del siglo veinte. Estas competencias deportivas se realizaban en Grecia en la antigüedad con un propósito religioso, cuando los helenos suspendían sus continuas guerras y disputas, y se reunían en Olimpia, lugar situado hacia el poniente del Peloponeso, para competir en diversas disciplinas.

He estado en el Peloponeso un par de veces. Técnicamente ya no es una península; está separado de Grecia continental por un angosto canal artificial de aguas turquesas, que corta el istmo de Corinto. Ahí se encuentra la legendaria Esparta, o Kalamata (famosa por sus jugosas e inigualables aceitunas negras), o Epidauro (donde comprobé la formidable acústica de su viejo y semicircular anfiteatro, con un breve discurso en solitario). Ahí también, aunque olvidada, se ubica la anciana sede original de los juegos, la tranquila y recoleta Olimpia.

Los juegos se reiniciaron hace algo más de un siglo por iniciativa de un bigotudo aristócrata francés de nombre Pierre de Coubertin. A más de propiciar un sentido ecuménico, la idea era la de mantener el espíritu amateur de las competencias deportivas (amateur es un término francés que quiere decir justamente "amador de" o aficionado). La intención era estimular el desempeño de la excelencia deportiva en quienes la practicaban por afición, por "hobby", y que al hacerlo no recibían compensación o pago; es decir, quienes no eran atletas profesionales.

Por lástima, esta condición, la de no recibir un emolumento para ejercitar la práctica deportiva, ya no se la pone en práctica (perdón por el aparente pleonasmo) en la actividad olímpica. Sucede que, desde hace un cuarto de siglo, se ha convenido en autorizar la participación de atletas y más deportistas profesionales (actualmente no todos los deportistas son realmente atletas) en las competencias olímpicas. Esta distorsión, barrunto yo, se debe en parte a que muchos deportistas aficionados reciben pagos, subsidios o auspicios parciales que tornan el concepto en algo que incursiona en el conflictivo terreno de lo indefinido o impreciso. Así, por ejemplo, quien entrena con un sueldo a los deportistas amateurs, ¿qué mismo es? ¿Habremos en este caso de considerarlo como un profesional o como un aficionado? ¿Qué pasa si este quiere participar?

Esta situación ha dado lamentable margen para una inconveniente situación: no todos los países participan con sus mejores deportistas; sobre todo en aquellos deportes que mejor pagan y que, por tanto, son los más populares. Esto ha abierto la puerta a una insidiosa alternativa para que ciertos jugadores, por motivos de carácter comercial, prefieran no participar en estas lides mundiales. El consecuente resultado de esta contradictoria situación es que no todos los mejores exponentes de las diversas especialidades están ya participando en esta cita mundial. Se ha dado paso a una arbitrariedad que afecta la idea de lo que la competencia intentaba ser: una cita de los mejores y entre los mejores.

Así las cosas, las olimpíadas han empezado a afectarse por culpa de un sentido económico o pecuniario. Frente a ello, solo parece haber un grosero u “olímpico” desdén. Que nada tiene que ver con lo que fue la intención original: promover aquel espíritu olímpico que todavía deberían mantener los legendarios juegos...

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