01 agosto 2016

Fue culpa de Poseidón...

Siempre que escucho el nombre de Poseidón, el dios griego de los mares, recuerdo en forma inevitable a uno de mis antiguos compañeros de colegio. Era costeño y obedecía a un apellido poco frecuente: Choez. Era más bien grueso y su estatura era pequeña; su caminar era algo patizambo y el color de su piel denunciaba que era oriundo de una tierra acariciada por los alamares marinos y por los rayos del sol. Cuando algo había que averiguar, como quién había sido responsable de una determinada travesura, o había que hallar algún culpable, la parroquia entera murmuraba con un traicionero susurro: Choez, Choez, Choez...

Lo mismo parece ocurrir con la mitología griega. ¿Hace falta culpar a alguien del nacimiento de algún héroe de padre indefinido? Fácil: es cuestión de involucrar a Poseidón. ¿Hay que encontrar al culpable del enojo de los dioses o hallar un motivo para interpretar una represalia, o quizá desentrañar la razón para una desgracia? De nuevo, como cuando el dios marino, y solo por venganza, incitó un incontenible deseo a la madre del Minotauro para que yaciera con un soberbio toro blanco, ahí está otra vez el ubicuo y siempre culpable Poseidón!

Hubo un tiempo en que me tocó en suerte viajar a Atenas con regular frecuencia. Eran los últimos años del recién terminado Siglo XX y yo fungía entonces como nuevo comandante de la flota de los flamantes A-340 de la Singapore Airlines. Este modelo de Airbus estaba encargado en esos tiempos de realizar el servicio, entre otros destinos, de las rutas europeas de menor densidad. Ciudades como París, Viena, Zurich, Copenhague, Roma o Atenas estaban atendidas por los cuatrimotores de dicha flota. El vuelo a Atenas era, por tanto, un trámite que los pilotos del equipo Airbus cumplíamos con asiduidad cada cierto tiempo.

Sucedía, sin embargo, que cuando volábamos a Atenas, no "llegábamos" a Atenas. Allí los hoteles no eran muy convenientes, no ofrecían muchas comodidades; y la misma ciudad, a pesar de sus maravillosas ruinas -como el imponente e inconfundible templo del Partenón-, daba la impresión de tener un carácter desaliñado y precario; allí, todo mismo parecía estar derruido. Atenas era entonces una urbe descuidada y polvorienta que daba la impresión, en esos días, de haber sobrevivido a una voraz y desastrosa conflagración bélica...

La aerolínea nos acomodaba entonces en un "resort" de turismo ubicado en Bouliagmeni, situado este, a su vez, hacia el sur de una pequeña aldea conocida como Glyfada. Fueron múltiples nuestras excursiones a diferentes lugares desde Bouliagmeni, como varias de las islas griegas (en barco abordado desde el puerto del Pireo); o sitios como Meteora, Epidauros o un templo ubicado en la parte más meridional de la Grecia continental (si se prescinde del Peloponeso): el de este dios griego de los mares, el mentado Poseidón, cuyas ruinas otean el Mediterráneo desde un bellísimo promontorio ubicado en el cabo Sunión.

Dicen quienes saben de ordenadores, códigos y métodos para descifrar claves, que si hay un precursor de quienes se dedican a resolver acertijos cibernéticos (los famosos y aún más temidos "hackers") es justamente el héroe griego Teseo, que dio muerte al Minotauro en la isla de Creta, a base de puñetazos. Este era un monstruo con cuerpo de humano y cabeza de toro que, de acuerdo con la tradición, se alimentaba de siete parejas cada cierto tiempo. Las leyendas y creencias de la mitología asignan a Poseidón la paternidad del héroe griego, que con la ayuda de la resuelta Ariadna, desentrañaría el código del laberinto.

No siempre los hackers son personajes siniestros. Durante la Segunda Guerra un grupo de destacados matemáticos aunó esfuerzos para dar con el código secreto que fuera utilizado por los alemanes para ejecutar sus bombardeos. El grupo se apoyaba en el genio de un joven británico llamado Alan Turing, quien cometió la indiscreción de identificarse por su preferencia sexual (entonces todavía un delito en Inglaterra). Sin que medie reconocimiento a sus méritos, y menos indulgencia, Turing fue encontrado culpable luego de un breve proceso. Se habría supuestamente suicidado, luego de ingerir una manzana envenenada con cianuro de potasio. Su decisión reflejaba un rechazo al tratamiento al que había sido sometido para “corregir” su atípica sexualidad…

No habría de ser ni la primera ni la última pérfida manzana que haría historia; hay manzanas prohibidas o envenenadas en la ficción y en la realidad. Por una manzana se dejó expulsar del Paraíso nuestro padre Adán; y una manzana envenenada fue también la que mordió la sin par Blancanieves, aquella cuya belleza signaría su destino. Quién sabe, quizá fue culpa otra vez de aquel omnipresente dios de los mares: el tormentoso, inestable y vengativo Poseidón...

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