20 enero 2017

Entre la enfermedad y el absurdo

Franz Kafka tenía treinta y tres años cuando en 1917 fue diagnosticado de tuberculosis, entonces una enfermedad incurable. Sus biólogos, a menudo hacen referencia a sus probables síntomas hipocondríacos, e incluso a su eventual anorexia y a un posible desorden de personalidad esquizoide, que se manifiesta como una falta de interés por las interacciones sociales; sin embargo, muchas veces fallan en reconocer, si no en advertir, la serie de trastornos que se presentan en quienes padecen de esa enfermedad que es transmitida por el bacilo de Koch: fatiga, pérdida de peso, temblores, sudores nocturnos, carencia de apetito.

No es difícil imaginar cómo se habría sentido un joven atribulado por la dolencia, en la plenitud de su edad, angustiado porque no podía crear ni poner en orden su trabajo literario, una ilusión que le había acompañado por toda su vida. Para entonces, Kafka, a duras penas había visto publicado parte de su trabajo, especialmente su obra más famosa, La metamorfosis, que sus traductores ahora prefieren llamarla como La transformación. No sorprende que quienes lo han estudiado tiendan a relacionar su pensamiento con la ansiedad existencial, la inconformidad producida por la conciencia del absurdo o el sentido de culpa.

Parte de su obra literaria no debía ser nunca publicada, de acuerdo con sus instrucciones, y en base a sus íntimos deseos. Es comprensible que ese haya sido el designio de su obcecada intención, decisión que había confiado a Max Brod, un íntimo allegado suyo, pues era consciente de que tenía demasiados proyectos inacabados o inconclusos, a los que nunca pudo dar el retoque final, debido a los síntomas que en forma cotidiana sufría. Fueron siete años de lucha permanente con la tuberculosis hasta que acaeció su muerte. Hacia el final fue tal la afección en su garganta que simplemente le era imposible pasar bocado.

Por ello es que cuando se llega a la parte final de El proceso, el lector no puede sino preguntarse cuál fue la real motivación para que alguien se hubiera decidido a publicar una obra que no se encontraba terminada. ¿Hubo sólo un interés literario, basado en la idea de la importancia que la obra de Kafka tenía para la literatura de la primera mitad del siglo XX? ¿O es que además existió un afán de explotar financieramente el inusitado éxito literario del escritor checo fallecido?

Cuando se llega a las líneas finales de El proceso, el lector es consciente de que Josef K, el principal protagonista, nunca estuvo informado de cuál había sido su delito, de qué mismo se le acusaba, y de cuál había sido la sentencia de su final condena. Quien lee El proceso se lleva la impresión de que el capítulo llamado El final sucede en forma anticipada e intempestiva, tiene la incómoda sospecha de que había sido escrito de antemano, con la intención de dejar para más tarde la elaboración de otros indispensables fragmentos.

El proceso explora la sensación que experimenta el ser humano de sentirse rechazado, la perturbadora idea que tenemos de ser malinterpretados o de no ser comprendidos. Tal parece que para los hombres esa se convierte en una obsesión que llega a menospreciar el valor mismo de la vida, en un concepto tan primordial que olvidamos la razón misma de nuestra existencia, las nociones que apreciamos, los códigos y valores que nos hacen más fuertes y más dignos.

En ese final inesperado Josef K transige ante el absurdo, no ofrece resistencia. Un poco tarde el lector cae en cuenta que K ha sido conducido a un terreno apartado para que sus verdugos ejecuten la jamás anticipada sentencia. Resulta inevitable pensar, cuando se llega al penúltimo párrafo de aquel capítulo, que hay alguna inexactitud en la traducción, que cuando se dice que los dos verdugos "observaban la decisión", lo que realmente se quiere escribir es que "ejercitaban la penalidad" o que "cumplían con la resolución de la condena".

"Como un perro", es la reflexión final de K respecto a su condena. Ella impulsa a la meditación de cómo la vergüenza por lo que digan los otros puede pesar más, cómo puede angustiarnos la preocupación por lo que los demás piensen y no el valor de la propia existencia.

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