15 enero 2017

Zigzagueos

“Los hijos de puta no saben que son hijos de puta. Mejor dicho: se creen que no. Que son buena gente”. Eduardo Sacheri, “La noche de la Usina”.

La vida es un incesante trajinar por impensados vericuetos. Al final del día, uno reflexiona y comprueba que lo previsto siempre es superado por lo que jamás estuvo programado. Lo propio parece acontecer con nuestras lecturas y exploraciones, con aquellas búsquedas cuya culminación parece dar satisfacción al apetito voraz del intelecto; esos caminos no son lineales, siempre prefiguran el esbozo contradictorio de un incesante zigzagueo.

Lector asiduo como he sido de Borges, Bioy Casares, Sábato y Cortázar, por un tiempo me pregunté qué es lo que había pasado con la literatura argentina después de ellos. Así fue como un día cayó en mis manos la primera novela de un escritor que no ha sido debidamente divulgado en nuestro medio. Me refiero a Roberto Arlt (El juguete rabioso, Los lanzallamas, Los siete locos); mas, aun así y a pesar de ello, no me había encontrado después con autores de parecida estatura o de similar talento. Me resistí por un tiempo a aceptar que esa impresión estuviese apoyada en un válido sustento. Hasta que escuché de la historia de una revancha, se trataba de una novela titulada "La noche de la Usina", escrita por un tal Eduardo Sacheri.

El relato no es lo que algunos querrán considerar como auténtica literatura, pero no se puede negar que es una historia muy bien escrita, que ha puesto enorme prolijidad tanto en el aspecto psicológico como en el desarrollo del ritmo y de la trama. "La noche de la Usina" es ante todo una historia que despierta y mantiene el interés, que a las pocas páginas nos hace descubrir que estamos frente a una historia bien contada.

Fue entonces que sucedió lo que no presentía. Fue al revisar la página cultural de un periódico madrileño que me enteré, por medio de su obituario, que había fallecido un conocido (tuve que aceptarlo después) escritor argentino que obedecía al nombre de Ricardo Piglia. Me preocupé entonces de indagar por sus referencias, sólo para advertir que Piglia venía siendo reconocido como uno de los más destacados representantes de la contemporánea literatura argentina. De inmediato bajé del internet tres de sus obras y enseguida di cuenta de la primera: "Respiración artificial". He dejado pendiente "Los diarios de Emilio Renzi" y "La ciudad ausente".

"Respiración artificial" es una propuesta muy bien estructurada. El autor hace alarde, al estilo de los mejores relatores argentinos, de una enjundiosa formación así como de un rico como erudito bagaje de conocimientos. Hacia el final de la novela me detengo a reflexionar en una frase de ese gigante intelectual que fuera Immanuel Kant: "El hombre moral sabe que el más alto de los bienes no es la vida, sino la conservación de la propia dignidad". Resulta paradójico que un genio del pensamiento occidental, un hombre que fue para la filosofía lo mismo que fuera para la cosmología Nicolás Copérnico, sólo midiera algo más de un metro y medio!

Kant se había basado en las ideas de Rousseau, Leibnitz y Hume, buscando una comprometida simbiosis entre el racionalismo y el escepticismo. Su intención, rigurosa y ordenada, buscaba dar atención a tres preguntas fundamentales: ¿qué podemos conocer?, ¿qué debemos hacer?, y ¿qué podemos esperar? Sus "Críticas" o Tratados trataban de dar respuesta al conocimiento, la ética y la teología. En suma, atendían a la inquietud de ¿qué mismo somos?, de ¿qué es el hombre?

Al terminar mi primera novela de Ricardo Piglia, me detengo un minuto a contemplar el retrato de un hombre que trasunta sabiduría y paz interior. Hay en su apacible mirada la impronta de un mensaje que invita a la investigación, que provoca y estimula a las tareas del conocimiento; se me hace ineluctable recordar a un viejo amigo a quien no he visitado por algo más de veinte años, a quien ayudaba a buscar los cuentos que él me encargaba cuando iba a Buenos Aires, a veces en los centros editoriales, a veces también en otros sitios recoletos, en las llamadas "librerías de viejo".

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