10 septiembre 2017

Historia de dos enamorados

Hacia principios del pasado milenio (pleno medioevo, realmente fines del siglo XI y principios del siglo XII) vivió en Bretaña un filósofo escolástico enamorado de la dialéctica. A pesar de su romance con los silogismos, su verdadera pasión había sido una de sus alumnas, una joven que le quitaba el sueño; la dama se llamaba Eloísa. De Pedro Abelardo, y más exactamente, de su debate acerca del "problema de los universales" me enteré por medio de Umberto Eco, gracias a esa novela histórica y filosófica, de crímenes y de misterio, que es "El nombre de la rosa". Para los entendidos, Abelardo habría sido el más profundo e importante filósofo de su tiempo.

Abelardo había nacido en un hogar acomodado; había recibido una esmerada educación y eso le hacía un tipo encantador y distinguido. En París se había convertido en un respetado académico que era admirado por sus alumnos; estos estaban entusiasmados con sus enseñanzas filosóficas y metafísicas. Pero, como a veces nos sucede en la vida, la fortuna parece reservar vericuetos que nunca imaginamos que pudieran aparecer a la vuelta de la esquina... Eloísa era sobrina de un canónigo en cuya casa fue a vivir por casualidad Abelardo.

Y entonces lo que tenía que pasar pasó: los jóvenes se enamoraron en secreto y empezaron a entrevistarse a escondidas. Todo fue hasta que el tío entró en sospechas y trató de separarlos. Obligados a encontrarse en forma clandestina, el romance se hizo cada vez más intenso hasta que los enamorados descubrieron que ella se había quedado embarazada. Entonces, Abelardo secuestró a su compañera y encargó a su familia su cuidado hasta que diera a luz un hijo al que llamaron con el nombre de un artilugio. Lo bautizaron de Astrolabio.

Pasado el tiempo, Abelardo hizo arreglos para oficializar su matrimonio y optó por enviar a Eloísa a un convento para protegerla de aquel tío rígido e intransigente. Creyendo que ella se hallaba enclaustrada en contra de su voluntad, el tío contrató a unos forajidos para que castraran al enamorado. Abelardo, avergonzado, decidió internarse en un monasterio, mientras Eloísa no se resignaba a la decisión del joven, de continuar su vida recluido en un convento.

A propósito de "El nombre de la rosa", resulta imposible leer la novela y no poner atención a las disquisiciones filosóficas que se produjeron en la Edad Media entre materialistas e idealistas. Allí se exponen los criterios nominalistas que eran debatidos por Pedro Abelardo y Guillermo de Ockham. Eco se habría inspirado en la frase final de su propia novela para poner título a la absorvente historia. Se trata, según lo relata el autor en "Apostillas al nombre de la rosa", de un verso extraído de un poema de Bernardo de Cluny, fraile benedictino del siglo XII, que dice: “stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus”, frase que equivaldría a decir: "de la rosa primitiva sólo queda el nombre desnudo"; o, si se prefiere: "al final solo quedan los nombres".

Fue Gertrude Stein, en los años de la Primera Guerra Mundial, quien escribió un poema y con él popularizó una frase que habría de convertirse en famosa: "La rosa es una rosa es una rosa es una rosa", cuyo sentido en nuestro idioma sería algo parecido a "así es como pasa en la vida" o "las cosas son lo que son". Parece que por mucho tiempo se utilizó a la rosa como símbolo en la filosofía; pero habría sido Abelardo, el filósofo enamorado, quien supo darle a la palabra el diverso contenido con que se la identifica, tanto en los asuntos relacionados con la filosofía como con aquellos otros relativos a las cosas de toda la vida: los de la vida y del corazón.

Abelardo se destacó por su extraordinaria habilidad para la lógica y la dialéctica. Fue acusado de herejía, vivió en un tiempo en que existían clérigos que llevaban una vida desordenada y disoluta, lo hacían porque no estaban obligados a someterse a ninguna forma de control o disciplina. Los llamaban "goliardos" (término emparentado con el demonio y que tiene un origen incierto); vivían escribiendo poemas y dedicados a la literatura, criticaban a la Iglesia y dedicaban sus esfuerzos a realizar composiciones líricas con las que hacían apología de la bebida, el juego y las mujeres. Karl Orff se inspiró en estos monjes vagabundos para componer su Carmina Burana. En cuanto a Eloísa, también se hizo monja, la nombraron abadesa y cuando murió, muchos años después que Abelardo, fue enterrada con él y ahora comparten la misma tumba...

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