02 septiembre 2017

De los pedales a los peroles

Es posible que yo haya tenido la creencia, cuando era todavía niño, que los restaurantes no eran sino un lugar disponible para la gente que no estaba en capacidad de hacerlo en su propia casa, o que no tenía donde ir a comer. Con el tiempo, debo haberme imaginado que eso de ir a comer en un restaurante era más bien una especie de posibilidad adicional, una alternativa. Un lugar al que uno iba por su propio gusto o conveniencia.

En esos años, quizá había advertido que existían dos tipos distintos de restaurante (todavía no se había impuesto el concepto de la comida rápida, donde se expendían hamburguesas, pizzas o pollo frito). El primero era una clase de comedor que solo ofrecía un menú único que variaba de día en día. No tenía el llamado comensal la posibilidad de ordenar a la carta o de escoger un plato que fuese distinto. A estos sitios los conocían con el nombre de "fondas" y en muchos de ellos expendían unas tarjetas prepagadas donde se iban registrando, mediante marcas, y una a una, las subsecuentes comidas que su propietario iba consumiendo.

El segundo tipo era de mejor nivel (y, desde luego, más costoso); podría decirse que era un lugar más privado y selecto. Si uno se paraba fuera de la puerta, no podía ver cómo era el salón en su interior, y los olores que emanaba se reconocían desde antes de estar cerca del establecimiento. Esto sucedía, por ejemplo, a la vuelta de la esquina de la casa donde viví cuando era niño, donde existían -por lo menos- dos restaurantes que obedecían a nombres que desde siempre me parecieron sugestivos, se llamaban "Capri" y "Las Palmas".

Cuando me fui "haciendo grande" (solo es un decir), fui observando que había en esos sitios, no sólo olores, sino -probablemente- sabores ajenos y peculiares. Olores y sabores que parecían no existir en mi propia casa. No me había imaginado todavía que, por culpa de mi futura profesión, iba a estar obligado a comer en restaurante un promedio de cinco a seis veces por semana. Hoy, que intento hacer un cálculo somero, reconozco que, si no hubiese repetido el mismo lugar, habría contabilizado tal vez diez mil lugares distintos...

Hay ocasiones en que los comensales tenemos la oportunidad de observar cómo se preparan ciertos platillos. A veces quienes cocinan nos participan de sus recetas, e incluso, si tenemos suerte, nos dejan conocer uno que otro de sus tradicionales secretos. Pero, si no, aun si no somos afortunados, uno va reconociendo, poco a poco, los ingredientes principales de los platos que hemos llegado a preferir o de cualquier otro que hayamos escogido. Así es como, también paulatinamente, vamos aventurándonos con la cocina por propia cuenta y más tarde vamos desarrollando esa pasión que algunos adquieren: el gusto por cocinar.

Esas experiencias que se viven, en razón de los viajes que se van realizando, o la repetida exposición que se tiene respecto a diferentes costumbres culinarias y a ciertos productos que antes no habíamos conocido, nos van enseñando a identificar muchos de los distintos sabores que existen en el mundo y nos animan a aventurarnos a preparar las múltiples y variadas recetas que existen en otros lugares. Esto se refiere no solo a las variadas maneras que existen de combinar sabores, sino también a las distintas formas de utilizar otros métodos y procesos; que, al final, son solo formas diferentes de cocer los mismos ingredientes.

He efectuado este largo preámbulo, para comentar de la iniciativa que hemos desarrollado, con mi hijo Sebastián, de poner en servicio un nuevo concepto de restaurante en Quito. Se trata de un "Steak House", donde hemos querido replicar (en la medida de que lo permita el paladar de nuestros potenciales clientes) el concepto de un corte que es muy apreciado en Francia, particularmente en un sitio conocido como "Le Relais de Venice". Se conoce el corte como "entrecôte" (entre costillas), siendo este plato su principal atractivo.

Estamos conscientes de los sacrificios que demanda la propuesta culinaria y de lo importante que es mantener un producto excepcional combinado con un superior servicio. Mi aventura se convierte así en un tránsito entre la aeronavegación y los peroles, entre los controles de mando y los sartenes... Vamos a procurar que nuestros clientes disfruten de un buen pedazo de carne y de una deliciosa copa de vino; esperamos que todos salgan contentos y con la promesa de regresar. Así que... salud y bienvenidos!

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1 comentario:

  1. Suerte en tu nueva aventura, recuerdo que un dia en KSA hablamos del "entrcote" y me hablaste del restaurante en Paris ceca de la plaza de la Concordia.
    Fernando

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