19 marzo 2021

Disquisiciones perrunas

Alguien que ha leído una de mis previas entradas, me ha pedido una explicación; ha querido saber qué mismo he querido decir con aquello de estar “perrunamente acompañado”… Por lo tanto, y antes de que la suspicacia dé pábulo a la presunción, o de que se intente sugerir que aquello pudiera estar emparentado con mis eventuales o supuestos -aunque nunca consentidos- devaneos, quisiera ofrecer una sencilla explicación, la misma que demostrará, como habrá de notarse, que la expresión usada todo tiene de inocuo y nada de innoble o retorcido.

Primero les he de comentar que soy el orgulloso poseedor de una mascota canina de raza Schnauzer; este ejemplar pertenece a una variedad conocida como “Gigante”. Me ha comentado alguien que conoce de estas cosas, que este no es sino un híbrido, una cruza del Gran Danés (una raza de tamaño grande) con el Schnauzer estándar o regular, que es más bien un ejemplar de raza pequeña, casi comparable con cualquier caniche. Ahora bien, de cómo lo hacen para juntarlos… pues, no tengo ni la más remota idea, pero sospecho que tan extraño e incómodo acoplamiento debe ser algo tan sobremanera difícil de conseguir, que ni siquiera he querido imaginarme…

El animalito es de un color negro azabache, un negro retinto, el color de la pizarra. Por ello se llama Fusco que, en nuestra lengua, quiere decir justamente eso: negro. Fusco creció junto a otra mascota de raza distinta y pronto se hicieron más que amigos: fueron hermanos inseparables. Hoy, ambos tendrían algo más de seis años, pero un cierto día, Maxy, el hermano de Fusco, fue diagnosticado con una forma agresiva de cáncer. Fue una historia muy triste para el primer canino que, no solo significó que se quedase viudo (¿por qué no existe una palabra en nuestro idioma para designar a quien pierde un hermano?), sino que fue motivo para que cayera en un estado de depresión que le hizo cambiar su modo de comportamiento. El duelo le ha tomado, algo más de medio año.

Fusco es un perro inquieto y juguetón, es afectuoso y zalamero; solo que al revés, porque no le gusta adular sino que le acaricien todo el tiempo. Se puede decir que desde que enfrentó su viudez ya no le gusta retozar como antes en el jardín; ahora prefiere pasar dentro de casa gran parte del tiempo, se ha tomado muy a pecho su nueva misión: quiere estar siempre protegiendo a sus amos. No hay nada que le divierta tanto, temprano en la mañana, como salir a pasear en auto. Cualquiera pensaría que lo que le interesa es sentir el vértigo de la velocidad o la variedad del paisaje; yo mismo estuve persuadido de que lo que quería era acompañarme… pero nada de eso había sido cierto; lo que realmente quería era conocer otros ignotos ejemplares. Parece que se había enamorado…

Esto ha hecho, que en los días de fin de semana se haga acreedor a gozar de más largos circuitos; así que, a la par que él se entretiene, yo he ido también conociendo nuevas rutas, nuevos sectores y distintos barrios. Mientras él va explorando, olfateando, inquiriendo y buscando… yo también voy oteando y descubriendo lugares que antes me eran insospechados; a la par que compruebo cómo se organizan, van creciendo y progresan estos diversos rincones. Antes fueron barrios carentes de atención que hoy, poco a poco, se han ido empoderando.

Uno de aquellos sábados, estacioné el vehículo a la vera del camino; me hallaba junto a una población conocida por el nombre de Angamarca. Se trata este de un recoleto poblado ubicado hacia el oriente de El Tingo. Quise averiguar si podían darme información de un lugar que había estado buscando. Me acerqué a un individuo que limpiaba la maleza del exterior de un solar no construido. Me comentó que hacía el viaje desde Quito, cada quince días, solo para atender su pequeña chacra, palabra quichua que significa “terreno de cultivo avecinado al lugar donde se vive” (término ya aceptado por la Academia). Creo, sin embargo, que la palabra no se la usa tanto para significar granja o alquería, sino más bien para referirse a un terreno donde se ha sembrado maíz.

Por fin terminamos por coincidir en lo comentado con el afable individuo que, gentil, trató de atender mi porfiada consulta. Para mi sorpresa, conocía a la persona cuyo domicilio yo había estado buscando y que ahora trataba de ubicar. Adivinó que yo indagaba por la ubicación de aquella residencia, porque hacía poco su propietario había fallecido, intuyó que quizá quería saludar a su familia, aunque reconoció que no estaba familiarizado con el sitio, ni sabía cómo ni de qué otra manera hubiese podido asistirme. “Consulte en el directorio telefónico”, me aconsejó, sabio y asertivo… Nunca pude haber imaginado la menospreciada efectividad de aquel olvidado implemento!

Pero el Fusco estaba intranquilo esa mañana… no aprobaba que hubiéramos interrumpido nuestra auditoria. Estaba ansioso por continuar la itinerante evaluación de su variado y profuso paisanaje…


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