09 marzo 2021

Entre la candidez y la nostalgia

Me gustaba el título: “Entre la ira y la esperanza“. Era uno de los primeros libros que habré acomodado en mi entonces incipiente librero. Se trataba de una edición del 67, cuando su autor, Agustín Cueva, apenas frisaba los 30 años. Cumplido más de medio siglo desde cuando probablemente lo adquirí, me puse a buscarlo y ahí estaba… Ese ocre difuminado que, cual un estigma, va marcando en el papel la impronta de los años, ahora daba cuenta de los estragos del transcurso del tiempo. Y eso mismo reflejaba el retrato de quien lo había escrito. Parecía un muchacho recién graduado inconsciente del porfiado paso de los días.

 

De familia lojana, aunque nacido en Ibarra, Cueva realizó sus estudios en Quito. Quizá influenciado por su padre, optó por la sociología y pronto incluyó entre sus intereses la crítica del arte ecuatoriano. Su viaje a Francia lo ayudó a esbozar un criterio revisionista de nuestra cultura. Su postura se manifiesta acre y descarnada en el ensayo anotado; en él cuestiona aquello que antes se pudo haber ponderado. Acusa a nuestras expresiones culturales de exentas de originalidad y está persuadido de que aquellas manifestaciones artísticas no tuvieron un proceso autónomo y renovador. Considera que no puede ser arte lo que careció de originalidad, que no podía tener carácter auténtico lo que se hizo por encargo, que tampoco hubo creación sino solo una producción estimulada por la mera habilidad manual.

 

Cueva asumió la cátedra muy temprano. Su pensamiento fue conocido y apreciado en otros países y pronto fue invitado a continuar con sus actividades académicas en Santiago de Chile y en Ciudad de México; este ejercicio de la cátedra le habría de otorgar un importante reconocimiento internacional y habría de situarle entre los más destacados sociólogos del continente. De ahí en adelante, pudiera decirse que Agustín Cueva era menos conocido en su país de origen que en los principales círculos culturales y políticos que reclamaban la causticidad de sus puntos de vista, que valoraban el novedoso rigor de sus opiniones.

 

He recordado el título, al tratar de poner nombre a esta entrada, justo cuando los vaivenes del conteo electoral parecían indicar que Guillermo Lasso no había alcanzado los votos suficientes para participar en el balotaje, y daban por temporales contendores, para una segunda vuelta, a Andrés Arauz -hasta hace solo seis meses un virtual desconocido- y a Yaku Pérez, un representante de ciertos sectores indígenas y de otros grupos identificados con reclamaciones ecologistas. Pérez, con un discurso candoroso, conciliador y ajeno a lo puramente reivindicativo, había logrado una cuota de apoyo inédita en la serranía, de modo especial entre los segmentos jóvenes del electorado. Su mensaje era una apuesta con un tono de candidez; su propuesta era un romántico manifiesto, un canto colmado de poesía.

 

Era difícil inferir que quienes votaron por Arauz, no lo hicieron -en su mayoría- en apoyo a quien lo auspició. De igual forma, hubiese sido simplista concluir que quienes votaron por otros candidatos lo hicieron solo para rechazar a Correa; interpretarlo así sería pecar de ingenuidad y de ausencia de sentido lógico. Lo que sí es cierto es que muchos lo hicieron influenciados por el recuerdo, y la nostalgia, del estilo de gobernar del líder ausente. Este grupo estaba integrado por quienes rechazaban la “traición” de Moreno, reprsentaba a quienes estaban inconformes con la aparente persecución que había soportado su controvertido líder. Arauz, en tanto, no había sido un mal candidato, pero su mensaje había resultado confuso y a momentos evasivo.

 

El Tribunal Supremo Electoral había cometido sus errores; sin embargo, el tiempo se fue encargando de reponer el orden anticipado de las principales posiciones. Aun así, y a pesar de la tardía inclusión de Lasso entre las dos primeras opciones, creo que se produjo un inesperado hecho insólito, me refiero al súbito cambio de opinión de quienes inicialmente lo apoyaban, que pasaron a pensar que Yaku podía ser un mejor candidato para derrotar al correísmo. Esta posibilidad habría puesto a los simpatizantes de Lasso en una insoluble alternativa, en un inesperado dilema: tener que escoger entre la candidez y la nostalgia…

 

Postulo que quienes hubiesen preferido fugazmente votar por el candidato del agua y la “pachamama”, olvidaron algo esencial: Pérez no había tenido una considerable y consistente votación en las provincias de la costa. Además, y de cara a un resultado que dé al traste con las aspiraciones del correísmo, parecerían no haber tomado en cuenta que el electorado costeño puede ser muy poco proclive a apoyar a un candidato indígena. Más aún, de darse el caso de que Pérez triunfara, era probable que su gobierno no tuviera ni la estructura ni el sustento, ni tampoco los cuadros ejecutivos para asegurar un gobierno estable y duradero.

 

¿Qué deficiencias pudo haber enfrentado el impensado presidente?, ¿qué pudo provocar la vulnerabilidad de su eventual gobierno? Me permito apuntar algunos de los principales elementos: la falta de cohesión del conglomerado indígena y su natural incapacidad para propiciar y negociar acuerdos con otros sectores sociales; la inevitable volatilidad del apoyo al obstinado dirigente, dada su inestable condición de elegido circunstancial; la falta de cuadros propios para asumir y encarar un gobierno incluyente... Sí, era probable que se hubieran dado las condiciones para un gobierno sin el adecuado sustento político; pudo haber sido un gobierno débil y fugaz, proclive a la sedición y al golpe de estado.


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