23 marzo 2021

Un breve capítulo

... “El séptimo planeta fue, por consiguiente, la Tierra.

 

¡La Tierra no es un planeta cualquiera! Se cuentan en él ciento once reyes (sin olvidar, naturalmente, los reyes negros), siete mil geógrafos, novecientos mil hombres de negocios, siete millones y medio de borrachos, trescientos once millones de vanidosos, es decir, alrededor de dos mil millones de personas mayores. Para darles una idea de las dimensiones de la Tierra yo les diría que antes de la invención de la electricidad había que mantener sobre el conjunto de los seis continentes un verdadero ejército de cuatrocientos sesenta y dos mil quinientos once faroleros...”

 

El anterior es un reeditado extracto del primer párrafo del Capítulo XVI de “El principito”, una conocida novela corta de Antoine de Saint-Exupéry, el aviador, periodista y escritor francés. Realmente, más que un extracto del Capítulo XVI, es la mitad del capítulo en su integridad. Si “El principito” habría de ser la última obra escrita por el autor, antes de su prematuro fallecimiento, es congruente pensar que sus cálculos acerca del número de borrachos y vanidosos que existen en el mundo, los pudo haber hecho un par de años antes de su muerte. En efecto, hoy existen siete mil ochocientos cincuenta millones de personas en el mundo, casi cuatro veces más que las que había en 1940: dos mil millones. Hoy habría, siguiendo la relación, alrededor de treinta millones de borrachos y algo más de mil doscientos millones de vanidosos... la sexta parte de la humanidad.

 

Nadie desconoce el sentido metafórico de “El principito”, el formidable mensaje de su enseñanza moral. Ese primer párrafo, se habría convertido en un impensado postulado: “uno de cada seis individuos es vanidoso”. La verdad, no existe nada de empírico en la propuesta. Para proponerla, Exupéry se habría basado en un sencillo cálculo matemático. Con el tiempo, habríamos de preguntarnos si aquel teorema, debido tal vez a un error en su planteamiento, no habría sido propuesto exactamente al revés; y si, en la práctica, serían más bien cinco de cada seis individuos los que de veras "seríamos" presuntuosos y presumidos. Así, estaría también por determinarse si el grupo restante, el constituido por el otro 17%, no estaría conformado por quienes no habrían podido ubicarse mientras se efectuaba el pretendido cálculo... En definitiva, estos últimos no habrían sido tomados en cuenta, porque habrían estado haciendo justamente lo que más les interesaba: mirar su propio reflejo en el espejo...

 

“El principito” habría de convertirse en el libro más famoso del aviador francés. Ha llegado a ser uno de los libros más leídos, traducidos y vendidos en el mundo. Con el tiempo se habría de traducir a un cuarto de millar de idiomas y se habrían de vender casi ciento cincuenta millones de ejemplares. Por su estructura y dibujos (realizados por el propio autor) parece un cuento infantil, pero está escrito para tratar los asuntos que inquietan y nunca han dejado de interesar a gente de todas las edades. Su contenido es de tono poético y su carácter es moral y filosófico; está, por tanto, repleto de hábiles y profundas reflexiones acerca de aspectos que desde siempre han preocupado al hombre, relacionados con la tesitura de la condición humana.

 

Saint-Exupéry no se habría de hacer famoso por esta pretendida proposición de estadística social. A lo largo de veinte fructíferos años que coinciden con sus trashumantes periplos, habría de entregarnos al menos otras cinco obras, todas basadas en su oficio itinerante. Entre ellas destacan: El aviador, Correo del sur, Vuelo nocturno, Tierra de hombres y Piloto de guerra. Antoine habría nacido con su siglo, a fines de junio de 1900. Su familia pertenecía a una aristocracia de provincia. Quizá a ello se deba, como fue la costumbre en su tiempo, la gran cantidad de nombres -nada menos que cinco- con que rindieron homenaje a su nacimiento cuando lo llevaron a la pila del bautismo: Antoine Marie Jean-Baptiste Roger... Como se puede notar, solo en nombres se habrían gastado una fortuna… y, como si aquello no hubiese sido suficiente, le encargaron un condado y le pusieron un guion al apellido: conde de Saint-Exupéry.

 

Su infancia y adolescencia coincidieron con los años iniciales del desarrollo de la aviación moderna. Su gran sueño habría sido ingresar a una academia de vuelo y convertirse en piloto aviador. Y eso fue lo que primero hizo: a los veintiún años ya había terminado su entrenamiento. Lo demás vino por añadidura: se enroló en el servicio postal que se había establecido entre el sur de Francia y el Sáhara Español (ubicado hacia el occidente del desierto del Sahara y hacia el sur de Marruecos). Esa experiencia le habría servido como acicate para contar sus historias y plasmarlas en su perseverante actividad literaria.

 

Saint-Exupéry estuvo por un corto tiempo en Sudamérica; algo relacionado con la aviación comercial lo situó en forma fugaz en la Argentina. Allí fungió brevemente de director de una empresa aérea, subsidiaria de la Aeropostal francesa. De vuelta en Europa se enroló en un proyecto de apoyo a las tropas aliadas; el grupo del que pasó a formar parte, había escogido como base de operaciones la isla de Córcega. Murió justamente en una de esas misiones de apoyo, cuando estaba conduciendo un vuelo en el área del Valle del Ródano (Rhone, en francés). Sus restos fueron encontrados, más tarde, cerca de una diminuta isla del Mediterráneo Occidental, ubicada pocos kilómetros al sur de Marsella. Se presume que fue derribado por un aparato enemigo; eran los tiempos de la Segunda Guerra.

 

Solo había vivido cuarenta y cuatro años... ¡Había recién escrito un escueto y sumario capítulo!


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