02 marzo 2021

Aperitivos y “muertes súbitas”

Ayer quise prepararme un aperitivo. Mi primer impulso fue recurrir a un Garibaldi, que consiste en una combinación de Campari con zumo de naranja y al que me gusta rociar con algún licor incoloro (es el Garibaldi especial). Prefiero este Campari al Negroni (mezcla de Campari, ginebra y vermouth rojo), porque lo encuentro menos amargo. El Garibaldi debe su nombre a uno de los artífices de la unidad italiana, pues combina el Campari del norte con la naranja del sur de la península. Al final, opté más bien por un Aperol Spritz, también fácil de elaborar, que me permitía aprovechar un “prosseco” que había puesto a enfriar desde el día anterior.

El Aperol es muy popular en el norte italiano; sin embargo, solo se dio a conocer en el resto del mundo debido a una inesperada carencia de cochinilla, el insecto del que se extrae el pigmento que se utiliza para dar color al Campari. Se supone que la fórmula de este es un secreto comercial, pues se conjetura que es preparado con más de treinta ingredientes, aunque tengo la sospecha de que no han de ser más de diez. Al igual que el Aperol, utiliza naranja amarga y ruibarbo, pero yo no estoy seguro de que no utilice sus otros dos ingredientes: la genciana y la cascarilla o chinchona, que muy pocos conocen que es nada menos que la planta nacional del Ecuador; y cuya corteza tiene, entre sus bondades, la de proporcionar la quinina que se utiliza para combatir la malaria.

 

Creo que la cascarilla es más conocida como chinchona (o cinchona por su grafía italiana, donde la sílaba “ci” se pronuncia “chi”). En cuanto a este nombre, se debe al de la primera persona europea que habría utilizado la quina, o quinina, con relativo éxito para curarse del temible paludismo: doña Ana Osorio, condesa de Chinchón, esposa de uno de los virreyes del Perú. Si bien la chinchona es muy conocida y casi silvestre en gran parte de la América andina, se presume que las mejores variedades se obtienen en el Valle de Malacatos, ubicado en el sur del Ecuador. La apariencia exterior de la “cascarilla” es inconfundible por sus flores rosáceas; y es muy probable que este nombre se deba al uso de su corteza.


Yo era todavía muy niño, quizá tenía unos siete años, cuando a poco de fallecida mi madre, papá decidió dejar sus acostumbradas actividades en Quito, y se fue a vivir en Guayaquil; se llevó consigo a Adrián, el menor de mis hermanos mayores. Lo habían designado para una importante función en un organismo recién creado para combatir la ominosa malaria. Sería la primera vez que escucharía la sugestiva palabra, no imaginaba que el nombre venía de una voz italiana que significaba mal aire... Entonces, no decían que alguien trabajaba para una entidad que combatía una afección que era ocasionada por la picadura de un mosquito; decían, trabaja “para la malaria”, con un sentido totalmente opuesto a lo que la función significa.


La historia de la humanidad es la de una lucha persistente contra una serie de padecimientos infecciosos. De acuerdo a la OMS, hay más de doscientos millones de personas en el mundo afectadas por la malaria. Tal vez, hasta una quinta parte de este número pudiera estar muriendo por la dolencia; se cree que por lo menos la mitad de la población mundial vive en áreas infectadas. Sus síntomas son: cansancio, dolor muscular, fiebre y escalofríos; puede afectar a todos los órganos internos y, en un grado avanzado de la infección, compromete al hígado de la víctima del contagio. La enfermedad es causada por un parásito llamado "plasmodium".


La denominación oficial de la cascarilla se debería a ese científico genial que fue el botánico y zoólogo sueco Carlos de Linneo, verdadero padre de la taxonomía; él vivió en gran parte del siglo XVIII y fue el inventor de un sistema de clasificación conocido como “nomenclatura binomial”. Linneo habría de ser reconocido como uno de los más importantes sabios de su tiempo; llamó al árbol que produce la amarga quinina como cinchona, basado en la escritura italiana de la palabra. Sería el primer naturalista preocupado por crear un sistema de nominación de los seres vivos que obedeciera a un concepto sistemático. Su apellido había sido inventado por su padre. Significa tilo ("lind"), primer apellido no patronímico en Suecia.

 

Pero... más bien volvamos a Giuseppe Garibaldi, gran artífice de la unidad italiana. Garibaldi luchó buena parte de su vida en algunos países de nuestra América; se cuenta que estando en Lima habría conocido a una dama diez años mayor a él, Manuela Sáenz de Vergara y Aizpuru, cuando nuestra compatriota ya frisaba los cincuenta años. Este fue abuelo de otro Garibaldi cuyo recuerdo está perpetuado en la Ciudad de México con una plaza que lleva su nombre, famosa por reunir a innumerables conjuntos de mariachis. Si no recuerdo mal, está ubicada en el barrio de La Lagunilla, junto a una calle que lleva el nombre de nuestro país.

 

Cuentan que Giuseppe Garibaldi (esta vez el abuelo) habría “colgado los guantes” en forma un tanto anecdótica. El singular personaje no habría “entregado las armas” por culpa de la malaria ni porque le habría caído el árbol que produce la quinina. Habría fallecido “haciendo aquello”... claro que no se sabe si “se cayó del potro” por culpa de un espasmo; por un paro cardíaco o un infarto cerebral; o, quién sabe, si por un proyectil disparado por un marido celoso. Lástima que no vivió para contarlo; ese habría sido su “último acto”…


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